Carlos Ruiz: «Jóvenes no ven la igualdad como homogenización forzada»

Carlos Ruiz: «Jóvenes no ven la igualdad como homogenización forzada»

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El lunes por la mañana el país parecía distinto. A dos años del estallido social, y 12 meses después del triunfo del Apruebo, los resultados de la primera vuelta presidencial sugerían la configuración de un nuevo paisaje político. El triunfo de José Antonio Kast, defensor de la Constitución de 1980 y voz del Rechazo, podía leerse como el producto de un movimiento pendular: la revancha conservadora después de la revolución. Se acabó el octubrismo, proclamaron Carlos Peña y otros analistas.

-Pasamos del no lo vimos venir, al aquí no ha pasado nada. Y eso me parece muy peligroso-, dice el sociólogo Carlos Ruiz.

Académico de la Universidad de Chile, uno de los referentes del Frente Amplio y en particular de Gabriel Boric, Ruiz piensa que los análisis se han apresurado y se han sacado mal las cuentas. Las celebraciones en la derecha y las tesis en torno a que estamos en un posoctubrismo proceden del mismo equívoco, dice.

“Yo tenía la impresión de que se había construido una imagen muy fácil de los cambios y las transformaciones, que se correspondía con un proceso lineal y acelerado. Pero los procesos de cambio no son lineales ni acelerados”, plantea. Así es como había visto, dice, “una voluntad de obstrucción conservadora muy fuerte sobre el proceso constituyente, que es un tema preocupante, porque se trata de una necesidad de actualizar una institucionalidad construida para una geografía social y cultural chilena del siglo XX”.

El académico subraya que “gran parte de lo que estalla en octubre es una demanda de reconocimiento de las nuevas formas de reproducción de la vida cotidiana, que son del último período y no tienen reconocimiento institucional. Y los elementos que gatillaron la crisis están absolutamente latentes”.

Autor de Octubre chileno, Ruiz observa que “estamos en una sociedad que tiene una propensión a la movilización bastante alta y gran parte de esa sociedad no se expresó electoralmente el domingo pasado”.

Si el plebiscito de octubre de 2020 alcanzó una votación de contornos históricos, con más del 50 % de los inscritos, el domingo volvió a decaer. Un fenómeno que se observa desde la segunda candidatura de Michelle Bachelet, que contó alrededor de 26% de votos en primera vuelta. “Eso plantea la inexistencia hace tiempo de mayorías políticas sustantivas. Aún se procesa como si estuviéramos en un escenario como de los 90, con esa capacidad que tenían los partidos para negociar y ordenar las bancadas. Hoy, ningún presidente de partido ordena ninguna bancada. El otro elemento es el hundimiento del centro. Ahora se quiere buscar una negociación con el centro, ¿con cuál centro? El nivel de cambio de las fuerzas políticas, sobre todo de aquellas que fueron protagonistas de la transición, es muy fuerte: su votación es famélica. ¿Y cuál es la capacidad de resolución de esas burocracias políticas de la situación actual? Yo diría que es baja”.

Para el sociólogo, “el hundimiento de la Concertación es uno de los elementos más claves para advertirnos que estamos ad portas de un nuevo ciclo histórico, no solo con la revuelta, sino con la redacción de una nueva Constitución. Entonces son una serie de elementos que configuran un mapa muy distinto como para plantear una segunda vuelta como la que se dio con Lagos”.

No es incoherente entonces que un país que votó 80% de Apruebo ahora le dé mayoría a Kast.

La contracara de eso no es una izquierda sumamente robusta que esté aplastando a la derecha. El estallido no fue un estallido de fuerzas populares dirigidas por la izquierda. No es homologable al papel que sí tenía la izquierda en las movilizaciones en los 80. Y el gobierno leyó por mucho rato la revuelta de octubre en clave ochentera. No, aquí aparece un nuevo individuo que tiene otras costumbres, otra cultura, donde marchan, por ejemplo, los profesionales de primera generación, que es un nuevo profesional distinto a la figura del profesional de hace 60 años, que era un burócrata del Estado cuyos hijos y nietos iban a ser profesionales. Hoy este nuevo profesional vive en una situación de incertidumbre tremenda, o sea, se enferma alguien muy grave en su familia y puede caer cuatro deciles de ingreso, si no tiene ya una mochila de endeudamiento feroz. El tema está en apropiarnos de esta nueva geografía social y cultural que todavía va a generar una serie de bandazos en términos de construir sus propias formas de representación política, pero ahora lo que hay son vacíos de representación. Y conductas electorales zigzagueantes, con electorados muy volátiles.

¿Es prematuro entonces hablar del fin del octubrismo?

Hay que leerlo en una clave de más larga duración. El propio octubre es la confluencia de ríos o movilizaciones sectoriales que no tenían coincidencias: la educación con los subcontratistas, las pensiones, los feminismos, las libertades sexuales. Eso venía corriendo desde el 2006, es el aviso desoído de las élites. El 18 de octubre es el salto simultáneo de todo eso, sin banderas políticas ni las viejas organizaciones sociales. Entonces aparece la bandera chilena de luto y las identidades marchando cada una con su cartel, aquí estoy, pido reconocimiento, que es el tema de la dignidad. Mi condición ha sido negada por una política ensimismada, como decía Norbert Lechner, una política que dada la forma en que se produjo la transición tenía el riesgo de elitizarse mucho y olvidarse de los patios interiores de la democracia, de la vida cotidiana: esa vida cotidiana estalló en la vía pública. Es otra estructura de familia: los hogares monoparentales, la desaparición del sustentador masculino. El dilema es si la Convención va a ser capaz de producir una nueva institucionalidad que dé cuenta de estas nuevas formas de sociabilidad. Y esa condición, más allá del plebiscito de apertura, no se ha vuelto a expresar electoralmente. El triunfo del Apruebo no significa que el 80% de la población sea de izquierda o que la derecha sea un 20%. Ahí es donde alguna gente en la izquierda saca mal la cuenta, así como desde el lado conservador. Entonces llega ahora y salta y pasamos a un posoctubrismo. Y eso es muy peligroso.

¿El triunfo de Kast no significa un retorno al antiguo régimen?

Me parece que en la izquierda no hubo mucha lectura de lo que estaba ocurriendo en la derecha. Si te fijas, Sichel arrasa con los tres partidos, sumados, y eso es indicativo de algo que capitaliza Kast: el debilitamiento de las formas tradicionales de la derecha. Entonces aparece una figura por fuera de lo que era la derecha en la república de la transición, así como aparece otro votante por fuera de lo que era la Concertación. Ante esa situación estamos, en un universo electoral en bajada. Ese es un tema preocupante, porque plantea dudas respecto de la capacidad de procesar institucionalmente los conflictos de intereses que hay en la sociedad. Hablar de que volvimos a una taza de leche me parece, cuando se trata de analistas más preparados, por lo menos irresponsable.

«Me parece que en la izquierda no hubo mucha lectura de lo que estaba ocurriendo en la derecha. Si te fijas, Sichel arrasa con los tres partidos, sumados, y eso es indicativo de algo que capitaliza Kast: el debilitamiento de las formas tradicionales de la derecha», dice Carlos Ruiz. REUTERS/Ivan Alvarado/File Photo

¿Cómo Boric puede convocar al centro sin perder su esencia?

Yo creo que la izquierda en general y el Frente Amplio en particular tienen una posibilidad, todavía no resuelta, de ser expresión política de estas nuevas facciones sociales emergentes en Chile, de estos nuevos profesionales de primera generación que están en situación de incertidumbre. El Frente Amplio no está en el momento que se estrenó y no puede seguir dilatando lo que es una posibilidad y una responsabilidad histórica. Ahora, entre primera y segunda vuelta, la disyuntiva que tienen ambos es si van a mirar al interior de ese 40 y tantos por ciento que votó, o van a intentar movilizar sectores que no participaron. ¿Podrá Kast aumentar su participación en las comunidades rurales donde se impuso o Gabriel en estos nuevos sectores sociales? O la cosa es negociar con burocracias históricas deterioradas, y la duda es cuánto pueden movilizar, porque son los grupos más afectados por la fuga de la participación electoral.

¿Usted sería partidario de convocar al votante que no llegó?

Tengo la impresión de que están buscando combinar las dos cosas. El mismo día se reúne con Carmen Frei y va a una población, como no lo había hecho tan claramente antes. También va a depender de esas otras fuerzas, no solo que los candidatos se abran a ellas, sino que ellas para sobrevivir van a tener que movilizarse y ver cómo se enganchan con los candidatos. Es una carretera de ida y venida. El instinto de conservación de la Concertación es mirar a Gabriel.

¿La adhesión de Lagos, una figura resistida entre los jóvenes, le servirá en ese segmento?

En la juventud es un tema muy fuerte. El rendimiento de las estructuras políticas de la transición fue muy débil, y es la confirmación de que entramos en otro ciclo histórico. Gabriel está mirando hacia afuera y hacia adentro. El respaldo de Lagos, Carmen Frei o un Roberto Zahler se expresa más hacia otros sectores. La juventud no se ubica mucho con ellas y tiene otras imágenes ante las cuales se está trabajando. Y se creó esta frase desñuñoizar. Están jugando con las dos manos. ¿Cuánto va a rendir cada una de esas manos? Cualquier cosa puede pasar en política, y otro caso Karina Oliva le puede golpear en el voto joven.

Una de las expresiones de octubre fue el hastío con los abusos, un sentimiento antielitario, ¿se expresó el domingo?

El 80% del voto Parisi tiene que ver con gente que no se identifica políticamente con nada y además en un 66,4 % pertenece al segmento D. Es un voto antiestablishment que se expresó en la gente que fue a votar. En su momento, más un millón de personas participaron en la marcha No + AFP y no se puede decir que toda esa gente era de izquierda, sería un error, incluso puede ser parte del 80% que no se identifica con posiciones políticas. Y ahí hunde las manos Parisi. Y tampoco era Chile, de acuerdo al plebiscito de apertura, en un 80% de izquierda. No, ahí puede haber gente que votó Kast y Parisi. Y otra que no: volvió la política, entonces no voto. Estamos en un momento de mucha movilización y poca organicidad.

«Gabriel está mirando hacia afuera y hacia adentro. El respaldo de Lagos, Carmen Frei o un Roberto Zahler se expresa más hacia otros sectores. La juventud no se ubica mucho con ellas. Y se creó el término «desñuñoizar». Están jugando con las dos manos», observa Ruiz. REUTERS/Pablo Sanhueza

¿La respuesta de Boric respecto de la violencia y la seguridad fue deficitaria?

En un momento dado, en medio de la revuelta, me referí a la izquierda y el Frente Amplio por la demora en ese tipo de respuestas, en un momento en que los temas más importantes de la revuelta se empezaban a deslegitimar por el vandalismo. Y recuerdo que en ese momento aparecen LasTesis y se recupera mucho del espíritu con que partió. Nadie en su sano juicio quiere más mutilados ni muertos, por eso digo que el dilema es la capacidad de procesar institucionalmente el nuevo Chile. Y eso pasa por la necesidad de ampliar la democracia, que no se amplió en la transición, y que luego se mantuvo cerrada en una esfera política muy ensimismada por unos longevos 30 años. Lo que no entienden estos analistas es que no hay regreso a eso. El obstruccionismo más conservador no es salida y es muy preocupante: sería más proclive a situaciones de nuevas revueltas o de inestabilidades políticas en un proceso que no va a ser lineal. Ya no lo es.

Usted ha descrito la formación de un nuevo pueblo.

La idea del nuevo pueblo no es una idea moral, lo que estoy insistiendo es que no es el pueblo del siglo XX, en la medida en que es otra configuración y requiere otro relato, porque seguramente va a ser base de sustentación de nuevos proyectos históricos. Hay un nuevo tipo de movilizaciones del siglo XXI, donde los procesos de individuación no son contradictorios con los procesos de multitud: este es un individuo que va al mall y va a la marcha. No le funcionan las viejas categorías asociativas y de representación. Las izquierdas tienen que resolver de otra manera, y no como lo hicieron en el siglo XX, la ecuación entre libertad e igualdad, con esta demanda de autonomía individual.

¿La izquierda del siglo XX no supo defender la libertad?

La libertad era un costo a pagar por la igualdad, y la igualdad se entendió como un proceso de homogeneización forzada. Y esa homogeneización hoy no la aguanta el joven movilizado; entre dos jóvenes no se van a poner el piercing al mismo lado. Esta es una característica de los procesos del siglo XXI: no hay contradicciones entre individuación y multitud, y de ahí que se saquen cuentas erradas en clave de las antípodas de la vieja sociedad chilena. (La Tercera)

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