Si una casa tiene los cimientos mal construidos, poco ayuda tomarse más tiempo para terminar la construcción si estos no se arreglan. La propuesta de extender el plazo de trabajo de la convención constitucional no ayudará a mejorar el texto maximalista y excesivo en adjetivos que se está redactando. Es más, sabemos que el debate constitucional no se acabará cuando la convención termine de redactar el nuevo texto. Ahora que se han abierto de par en par las puertas de la innovación del texto constitucional, deberemos acostumbrarnos a vivir en temporada permanente de reforma constitucional. Por eso, es mejor que se termine pronto el experimento de la convención constitucional y pasemos a la siguiente etapa de tratar de arreglar una casa nueva que tiene los cimientos mal construidos.
Cuando faltan menos de cuatro meses para que expire el mandato de la convención, parece evidente que—tal como algunos anticipamos—ese organismo no alcanzará a terminar adecuadamente la extensa y creativa constitución que está empeñada en redactar. Aunque el organismo siempre supo que tenía un año de plazo para hacer su tarea, los primeros meses de trabajo de la convención mostraron una evidente falta de planificación. Al final, a la convención le pasaron la cuenta los viajes a regiones para montar un show comunicacional que hiciera las veces de participación popular; las curiosas rondas improvisadas con canciones de Víctor Jara; las declaraciones que abundaban en ignorancia y desconocimiento sobre el contenido de las constituciones; y la obsesión por creer que esa instancia estaba reinventando la rueda constitucional en el mundo.
Ahora que la convención está apurada votando las extensas y peculiares normas aprobadas por las comisiones, muchos se han comenzado a dar cuenta que el proceso constituyente era una bomba de tiempo y no la píldora mágica que solucionaría todos los problemas del país. Como no hay mejor analgésico que la negación, muchos primero apostaron a que el pleno corregiría los excesos de las comisiones. Ahora que eso no está ocurriendo, otros sugieren darle más plazo al proceso para que la convención logre encaminarse por un buen rumbo. Pero igual que un equipo que está jugando un mal partido, extender el tiempo de juego solo va a alargar el sufrimiento. Es más, precisamente porque la comisión ha demostrado en estos 8 meses poco interés por aprender de otros casos exitosos, es fácil anticipar que una extensión en el plazo de entrega del texto solo profundizará las evidentes falencias que hasta ahora ha mostrado la convención.
De hecho, el plazo inicial de un año para redactar el nuevo texto siempre fue un exceso. La convención constitucional de Filadelfia de 1787 demoró cuatro meses en producir el texto minimalista que todavía sigue vigente. La convención en Colombia tomó 4 meses para redactar el texto que fue promulgado el 4 de julio de 1991. En Venezuela se realizaron elecciones en julio de 1999 para escoger a la Asamblea Nacional Constituyente y ya en diciembre de 1999 se realizó el plebiscito que ratificó el nuevo texto. Chile prefirió seguir el camino de Brasil, cuya constitución de 1988 tomó dos años en ser redactada, y de Bolivia, cuya constitución que entró en vigor en diciembre de 2007 tomó 16 meses. En el caso de Brasil, la extensa constitución de 250 artículos ha sido modificada más de 100 veces, por lo que el texto actual ya tiene 425 páginas de extensión.
En Chile, hace rato entramos por el camino de la constitución maximalista —contrario a lo que ilusamente prometían algunos de los defensores del Apruebo. Pase lo que pase con la convención constitucional y con el plebiscito de salida —cuando muchos chilenos querrán votar Apruebo, porque la constitución «arbolito de Pascua» traerá promesas de regalos para todos— va quedando claro que el país entró en el pantano del debate constituyente permanente. Con o sin nueva constitución, el proceso de reformas constitucionales apresuradas, insensatas, peligrosamente innovadoras y maximalistas no se acabará milagrosamente cuando termine el trabajo de la convención. Iremos por un camino de reformas permanentes—incluso de posibles nuevos procesos constituyentes—que nos pondrán en el universo constitucional de los países inestables de América Latina y nos alejarán de la tierra prometida de la estabilidad y desarrollo de los países OECD a los que queremos parecernos.
Ya es un poco tarde para tomar un camino distinto. Así como hemos debido aprender a vivir con la pandemia, deberemos aprender a vivir con la inestabilidad constitucional y un proceso de reformas constitucionales permanentes. Por eso mismo, no tiene sentido extender la fecha límite para que la convención constitucional termine su trabajo. Después de todo, el debate constituyente igual seguirá siendo intenso después que desaparezca la Convención. Incluso, algunos podrían pensar, que los actores que participen del debate tendrán mayor sentido común, más interés en aprender la experiencia comparada y más voluntad de construir un contrato social razonable y minimalista que el que, hasta ahora, ha mostrado la convención constitucional. (El Líbero)
Patricio Navia