“Otra cosa es con guitarra” es el chilenismo tradicional para referirse al hecho de que es fácil dar instrucciones o criticar a quienes están en cargos de responsabilidad desde la seguridad del sillón de la casa. Todo se ve más cómodo cuando no se debe asumir las consecuencias por los actos propios y de los subordinados o, como pasa en el fútbol, cuando se opina el lunes ya sabiendo el resultado del domingo. Puesto que la generación que hoy ocupa parte importante de los puestos más altos del Gobierno hizo de su crítica a la clase política tradicional una de sus ideas fuerza por más de una década, es inevitable que las dificultades de los dos meses de instalación del Gobierno resuenen con esa metáfora musical. Ello incluso si, para ser justos, esto tiende a pasar en la gran mayoría de los casos y con mayor razón cuando se trata de una coalición nueva.
Partamos de la base que las nuevas autoridades comprenden que sus declaraciones son ahora parte fundamental del ejercicio de su rol y que el uso de algunas palabras o términos no tiene ya solo implicaciones simbólicas, éticas o estéticas, sino que reverberan política y jurídicamente de una forma que antes desconocían. Tampoco parece justo dudar de que tienen las mejores intenciones a la hora de desempeñar sus cargos. Aun así, acumulamos en poco tiempo una serie declaraciones poco prolijas: la instalación de la paradójica idea de una “primera dama feminista”, media docena de intervenciones disonantes de la ministra del Interior sobre diversos temas, la relativización de algunos fallos de los tribunales por parte de la ministra de Justicia y llamados a consultas ciudadanas del Ministerio de Relaciones Exteriores, cuya función se comprende menos entre más se las trata de explicar. El propio Presidente expresó, en su primera visita al exterior, su condena a las violaciones de los derechos humanos en terceros países. Lo que todos estos casos tienen en común es que ninguno encarna adecuadamente la representación estatal de quienes las emitieron.
Michelle Bachelet no tuvo éxito para instalar su idea de un “Gobierno ciudadano”, en buena medida porque esa idea es ya una contradicción en los términos. Quienes ejercen cargos de responsabilidad no dejan de ser ciudadanos, pero parte esencial de su función es justamente que dejan de ser únicamente personas privadas: tienen acceso a información sensible, discrecionalidad en el uso recursos, potestad sobre el uso de la fuerza e, incluso, inmunidad en sus viajes al extranjero. Para este Gobierno esta tensión es mucho más aguda, puesto que se concibe a sí mismo como la continuación de las prácticas y visiones políticas de aquellos movimientos sociales a los que en buena medida debe su triunfo electoral.
La dificultad es más difícil para esta administración porque ya no se trata solo de que el rol de autoridad no encaja con la pretensión de continuar actuando como meros ciudadanos, sino del hecho que las demandas de los movimientos sociales son siempre sectoriales y los gobiernos deben pensar y actuar en pos del bien común. Sobre todo, de los movimientos sociales uno espera que tensionen al Estado y a la sociedad, que muestren los dientes contra las injusticias, contradicciones e hipocresías de la misma institucionalidad que los gobiernos deben resguardar y promover. No se trata de afirmar una contradicción inevitable entre Gobierno y movimientos sociales; la capacidad de articular sus demandas y promover sus causas cuando hay acuerdo es una tarea fundamental del Estado. Pero tampoco en estos casos la diferencia esencial entre los roles de unos y otros se difumina. Y lo peor que se puede hacer, como muestran los pasos en falso del Gobierno en estos dos meses de instalación, es que las autoridades piensen que realmente pueden estar en ambos lados al mismo tiempo.
Si volvemos a la metáfora de la guitarra, no se trata tanto de aprender a tocar distintas melodías en distintos momentos, sino asumir que ya no se toca como solista sino como parte de una orquesta mucho mayor. Como dice otro dicho local, finalmente es el dueño de la guitarra quien pone la música. (El Mostrador)
Daniel Chernilo