Que se vayan todos

Que se vayan todos

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La frase se hizo famosa en Argentina el año 2001, cuando la crisis política y económica significó grandes protestas cuyo lema era “que se vayan todos”, situación que derivó en la renuncia del Presidente Fernando de la Rúa. Claro, a los chilenos nos carga que nos comparen con nuestros vecinos y, sin duda, es una exageración. Pero a pesar de todas las diferencias que existen, es algo evidente que la cosa no huele bien.

Partiendo por el caso Penta, que cada día lanza nuevas esquirlas tanto en el plano tributario como político. A esto se agrega la verdadera caja negra en que se está convirtiendo Soquimich, empresa que primero fue acusada por el asunto Cascadas y ahora también investigada por el financiamiento irregular a políticos. Para qué hablar del hijo de la Presidenta, que ahora será citado a declarar por la fiscalía por presuntos ilícitos en la compra de terrenos en el denominado caso Caval.

La suma de todo esto puede todavía ser un juego de niños comparado con otros países, pero no es menor.

Porque al final del día, estos hechos y otros, tienen el efecto de generar un ambiente donde todos aparecen como involucrados en algo. De ahí a que se genere un sentimiento de que se vayan todos, hay sólo un paso.

La pérdida de prestigio de los empresarios es evidente. La idea de que todos hacen lo mismo es algo que está en la mente de demasiada gente. Algunos para atacarlos, otros para justificar a los que hoy están siendo investigados. Es claro que ambos planteamientos son malos. Porque si es verdad que todos los hombres de negocios hacen trampas tributarias, entonces Chile es un país mucho menos serio de lo que queremos imaginar.

Por el lado de los políticos, la situación no es mejor. La irrupción de la arista Soquimich deja al descubierto que las malas prácticas no están radicadas en la derecha, como lo muestra el caso Penta -con la excepción de las denuncias sobre Andrés Velasco y el ministro Undurraga-. Por el contrario, serían de todos los sectores, como lo revelan los primeros datos que vinculan al diputado DC Roberto León y el senador PS, Fulvio Rossi.

Y está el Gobierno, que vive su propio drama con la investigación sobre el hijo de la Presidenta, a quien, como era esperable, no le bastó renunciar a su cargo para calmar las aguas legales. Además, enfrenta la amenaza de ser expulsado de las filas del Partido Socialista, lo que refleja la gravedad de lo sucedido para la Nueva Mayoría. Nadie todavía puede pronosticar hasta dónde esto afectará la imagen de la propia Bachelet.

Finalmente aparece la Fiscalía Nacional, cuya decisión de separar al fiscal de caso Penta de la arista Soquimich, y entregársela al hijo del senador Montes, ha abierto una sospecha innecesaria en una de las pocas instancias sobre la cual no había reproches mayores. Se trata de un autogol de marca mayor.

Nadie dice que Chile está a la altura de lo sucedido en Argentina, pero los síntomas son malos. Por eso, esto dejó de ser un problema político partidista; es un problema país. Y la solución requiere ese enfoque, no el seguido hasta ahora, donde todos buscan ventajas pequeñas. (La Tercera)

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