Cuando el Presidente Boric asumió la presidencia de la nación en marzo pasado, nada hacía presagiar que al cabo de apenas unos meses se encontraría en la desmedrada posición en la que se debate en el presente. Ni los pronósticos más pesimistas –que alertaban del enorme riesgo que entrañaba para la presidencia hacer una comprometida campaña por el Apruebo– vislumbraron el preocupante escenario que enfrenta La Moneda transcurridos poco más de siete meses de gobierno.
El fugaz encantamiento que provocó el joven gobernante en sus primeros días al mando del país ha dado paso a una estrepitosa caída de popularidad, como ninguna que se haya verificado en los gobiernos que precedieron al actual desde 1990. Hasta no hace mucho, el deterioro de la aprobación presidencial solía comenzar a sentirse recién en la segunda mitad de un mandato. Todo cambió en el segundo gobierno de Bachelet, cuya popularidad se resintió fuertemente recién cuando terminaba su primer año en La Moneda, después del escándalo Caval. Una economía plana, por primera vez en décadas, no la ayudó a recuperarla. Uno de los personajes más populares de la política chilena en medio siglo, Bachelet terminó su segundo mandato con más rechazo que aprobación en las encuestas.
Por su parte, Sebastián Piñera inició su segundo periodo presidencial con una más que apreciable aprobación. Pero cuando transcurría el segundo año de su mandato estalló la más grave revuelta que ningún gobierno chileno haya enfrentado en tiempos modernos. Desde ahí en adelante Piñera y su gobierno no conocieron otra cosa que una porfiada reprobación, que no cedió incluso en las postrimerías del mandato cuando las encuestas suelen reflejar una opinión pública algo más indulgente.
En un régimen presidencialista como el nuestro, la popularidad del gobernante constituye una variable crítica para la gobernabilidad. Cuando la desaprobación fluctúa en niveles tan bajos, como ocurre con el gobierno actual, que ni siquiera cumple todavía un año de ejercicio, el fantasma de un parlamentarismo de facto asoma sus temibles contornos. Ya sabemos bien de lo que es capaz: durante la segunda mitad del gobierno de Piñera se instaló a sus anchas contribuyendo a producir, retiros previsionales mediante, una rebelde inflación de dos dígitos que demandará no pocos sacrificios volver a su cauce normal.
El Presidente Boric debería salir lo más rápidamente posible de la incómoda posición en que se encuentra. La gobernabilidad en los más de tres años que le quedan en La Moneda lo requiere críticamente. Para ello necesita un diseño estratégico que no parece que exista o que se encuentre en proceso de ejecución. El gobernante perplejo después del mazazo del Rechazo debe dejar de dudar acerca del camino a seguir y mostrarlo sin vacilaciones a sus gobernados. Episodios incomprensibles como los del TPP11, aprobado por el Senado –“el resultado final que salió no es el que me hubiese gustado”, comentó incomprensiblemente el Presidente– revelan una alarmante falta de análisis estratégico que no debe persistir. Era la ocasión para adoptar una decisión pragmática y posicionarse del lado de políticas públicas pro crecimiento, justo cuando el país más lo necesita, alimentando de paso el liderazgo presidencial cuando el tratado se promulgue antes de fin de año (según lo ha informado la ministra de Relaciones Exteriores).
De hecho, la política suele requerir mucho más pragmatismo del que ha derrochado hasta ahora el gobierno, que la verdad sea dicha, no ha escaseado del todo, sobre todo en algunas decisiones impulsadas por los ministros Marcel y Tohá, entre otros. Pero es el Presidente Boric quien más requiere exhibir la autoridad que esas decisiones suponen –es evidente que los ministros no las adoptan por sí mismos– y superar la perplejidad de haber perdido el plebiscito. Notablemente, en su discurso del 18 de octubre pasado afirmó que “el estallido no fue una revolución anticapitalista”, una declaración de efectos relevantes. La pregunta de Carlos Peña el día siguiente fue de perogrullo: “¿Acaso no era suficiente elaborar una agenda socialdemócrata tendiente a corregir las patologías que la modernización capitalista revela?”.
Es lo que Boric debe hacer sin demora y sin vacilaciones. De su afirmación se desprende claramente un relato político, ya insinuado en la segunda vuelta electoral después del duro golpe de salir por detrás de José Antonio Kast en la primera. Fue elegido por una amplia mayoría sobre la base de un posicionamiento con un claro tinte socialdemócrata. Quizás “habitar el cargo” consista en hacer aquello para lo que un gobernante es elegido: gobernar cuando arrecia la tormenta, tomando decisiones que riñen con las convicciones que se tuvo en tiempos cuando una guerra en Europa era impensable, cuando la inflación fuera de control parecía una rémora del pasado, y cuando una derrota en el plebiscito de salida era inconcebible. Justo lo que ha terminado pasando en el primer año de gobierno del gobierno del Presidente Boric. Quedan más de tres años pletóricos de desafíos pero también de oportunidades. El país no las debe dejar pasar. «Habitar el cargo» también conlleva esa responsabilidad. (El Líbero)
Claudio Hohmann