Es raro lo que ocurre en este país con algunos políticos que no lograr asimilar sus propias opciones y decisiones políticas. Es como que se sintieran incómodos, en un traje ajeno, prestado. Pareciera, también, que vivieran de las glorias pasadas, de lo que “fueron”, de una historia que dejaron atrás y que, por lo visto, añoran.
Viven pensando en eso de que “todo tiempo pasado fue mejor”, o lo que abandonaron o los abandonó. Si pudiéramos clasificarlos, serían todos “ex algo». Ex-DC, exradicales, ex-Mapu, exministros, exparlamentarios, ex Nueva Mayoría, pero, sobre todo, exconcertacionistas. Se juntan entre ellos, se reconocen, firman tres o cuatro declaraciones al año para defender a otro u otra “ex algo” o atacar a alguien. Forman pequeños movimientos, pequeños partidos y se van rotando entre ellos, porque no pueden constituirlos por falta de firmas. Tienen todos(as) sobre cincuenta años, en sus filas no hay gente joven, ni tampoco es posible encontrar personas que representen la diversidad de la sociedad. Son parte de la elite política chilena.
Son, además, conservadores culturalmente, no les gustan los cambios, se opusieron en su momento al divorcio y, por supuesto, al aborto en cualquier causal. Sufren con ver en qué “se convirtieron” los partidos en los que militaron por décadas –“nosotros no hemos cambiado”– y aborrecen a las nuevas generaciones. Pero, pese a todo, se autodeclaran de “centroizquierda”. Es decir, de lo que fueron y no de lo que son ahora. Eso, en simple, se llama, conflicto de identidad.
Hasta que apareció la malograda –y torpe– Convención Constitucional, parecían navegar sin rumbo, sin un propósito, sin horizonte. Pero la discusión que se generó en torno a algunos puntos críticos de la visión del país, los activó, los motivó y les dio un sentido. Se definieron por el Rechazo mucho antes de conocer el texto, incluso antes de la primera redacción. En un par de semanas, se articularon y tomaron la iniciativa, ante la sorpresa de la derecha tradicional (Chile Vamos), que hasta ese momento no sabía qué más hacer para ocultar a sus principales rostros, a fin de no verse vinculados al Rechazo, considerando que el 80% de la población había votado por cambiar la Constitución y debido a su escasa representación entre los convencionales electos de manera democrática por la ciudadanía –algo que parecemos haber olvidado, en esta amnesia feroz que afecta a Chile en el último tiempo–.
Ahí emergió la neoderecha chilena en todo su esplendor, desplegando un relato conservador que, incluso, dejó algo atónita a la derecha tradicional. Si había alguien que parecía más de centroizquierda era Javier Macaya (UDI), al lado del discurso de los Warnken, Walker o Rincón. Pero además de la oportunidad de la Convención, la neoderecha encontró en el Gobierno de Boric su segunda inspiración para reafirmar su nueva identidad. Porque si hay un grupo que no ha tomado palco y ha asumido una posición dura contra la administración del Mandatario, es precisamente el de los Amarillos y Demócratas. Pero, así y todo, los Maldonado, las Mariana o los Gutenberg se declaran de centroizquierda e, incluso, dicen no ser de oposición. ¿Pero por qué no pueden asumir lo que son ahora, es decir, de derecha y opositores? ¿A quién tienen que demostrarle lo contrario? ¿Creerán que les puede rentar más autoclasificarse como de centroizquierda? Todo indica que no, porque por ahora siguen siendo grupos muy pequeños, que se proyectan ligados a la elite, y que, por el contrario, provocan rechazo en esa cultura.
Es curioso el fenómeno que se observa en Chile con la derecha. Descontando a Chile Vamos –que tiene una identidad clara–, nadie reconoce ser de derecha o nadie quiere llamarse de derecha, aunque actúan como tales, tienen sus alianzas en ese sector y un relato conservador. Es como que fuera impopular o mal visto ser de derecha, como lo ha demostrado en estos días el PDG, donde han negado en todos los tonos ser de derecha, pero hoy están negociando una lista para elegir consejeros… con el partido de ultraderecha Republicanos.
Pero donde es patético es entre aquellos que, alguna vez, estuvieron en la otra vereda. Javiera Parada dirigió la campaña presidencial de un Evópoli exministro de Piñera. Óscar Guillermo Garretón sigue anclándose en la izquierda, pese a que hace décadas que es un hombre de derecha de tomo y lomo. Pero pareciera que pesa más en su propia autoimagen la estampa de Fidel Castro que lucía hasta entrados los años 90 y su entrada ilegal a Chile para vivir en la clandestinidad y dirigir a la facción más dura del Mapu. La lista es larga entre los Amarillos, Demócratas y varios otros pequeños grupos de “ex”.
Y aunque esta neoderecha no tiene clara su identidad, su esencia, sí tiene clara su vocación de poder. Pese a ni siquiera poder constituirse como partidos, y no poder garantizar cuánta gente está detrás de ellos, ni tener representación parlamentaria –requisito básico para estar en la instancia–, participaron del acuerdo por la segunda parte del proceso constitucional y hoy hacen exigencias en materia de expertos. Warnken pide 1 o 2 (de 24), Maldonado –el exradical que se quedó esperando afuera del Servel para las primarias de 2021– exige lo mismo. ¿Pero con qué aval? Si, incluso, en un acto de realismo político, Amarillos anunció que no irá con lista a la elección de consejeros. Con la misma vocación de poder, Demócratas –según develó La Tercera– estaría trabajando un acuerdo en el Senado con la UDI, RN, Evópoli y… Republicanos, para poder elegir 7 de los 14 comisionados del proceso constitucional. Claro que Walker y Rincón son de centroizquierda…(El Mostrador)
Germán Silva Cuadra