Si usted piensa que en el siglo XXI los mares se han vuelto más competitivos, es cosa de levantar la mirada hacia las estrellas y verá la intensificación de la carrera espacial de la mano de países y privados. El significativo lanzamiento del satélite FASat-Delta esta semana a bordo de un cohete de SpaceX, que será operado por la Fuerza Aérea de Chile, es parte de un complejo panorama mayor y del cual no se puede estar ausente.
Para la generación que fue testigo de la introducción de los semiconductores, el horno microondas, el velcro y seguía con atención los despegues de los transbordadores de la NASA, eran evidentes las aplicaciones cotidianas que producían los avances que se daban sobre nuestras cabezas. Tampoco había que ser un estratega para comprender la utilidad militar del espacio en la Guerra Fría, cuando dos potencias se amenazaban con misiles balísticos intercontinentales.
Sin embargo, en un contexto donde los avances tecnológicos presentes no parecen estar tan aupados por la carrera espacial, es válido recordar la importancia de este teatro de competencia estratégica. En resumidas cuentas, el espacio sirve para cuatro tareas básicas:
Comunicaciones: Los satélites se emplean para retransmitir y amplificar telecomunicaciones, gracias a lo cual tenemos servicios de comunicación de voz, internet de banda ancha, televisión y transferencia de datos, en general. En el plano militar la utilidad es manifiesta y explica, por ejemplo, el interés de potencias como Rusia de hackear estos aparatos previo a la invasión a Ucrania.
Monitoreo remoto: La captura de imágenes y la referenciación geoespacial son herramientas necesarias para vigilar grandes territorios, espacios aéreos y marítimos, ya sea para identificar amenazas o capitalizar oportunidades, algo que Chile ha hecho durante catástrofes.
Navegación: Los sistemas de posicionamiento global como el GPS, Galileo, Glonass o Beidu dependen de satélites y de estaciones terrestres (varias de ellas ubicadas en la Antártica). Aunque de amplio uso en la vida civil ahora, tales sistemas se desarrollaron con fines militares para dar más precisión a las armas, tropas y plataformas.
Exploración: El envío de sondas y vehículos no tripulados para explorar planetas, lunas y asteroides es fundamental para entender el universo donde estamos situados.
Ahora bien, si estas misiones venían siendo cumplidas por distintas agencias espaciales asociadas a Estados, la disrupción en la carrera espacial tiene un nombre: SpaceX. La empresa de Elon Musk está revolucionando el sector, contribuyendo a abaratar hasta 10 veces los lanzamientos con cohetes reutilizables, en parte, y logrando poner en órbita más del 20% de los satélites que al año salen de la Tierra.
Por otro lado, la miniaturización de los satélites y la proliferación de la tecnología hacen que ciertas franjas del espacio se empiecen a poblar con más aparatos y actores (Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo). Mientras en el “espacio cercano” descubrimos los famosos “globos chinos”, Estados Unidos ya anunció su intención de patrullar el espacio “cislunar”, si es que ya no lo hace con vehículo no tripulado X-37.
Sin duda, el tema es fascinante y plantea muchas interrogantes, desde qué se va a hacer con la basura espacial para que no afecte el creciente tráfico o el equilibrio entre el uso comercial (que puede incluir la minería) y militar de este escenario. También, en el caso de SpaceX, y dada la personalidad de Musk, resulta válido preguntarse sobre cuánto poder puede adquirir un privado en un ámbito relacionado con la seguridad nacional. Por ejemplo, sus satélites han sido claves para dar internet a los ucranianos durante la guerra.
La puesta en órbita del FASat-Delta era más que necesaria y hace parte de un esfuerzo de ya cuatro décadas, pero esta apuesta no se puede detener ahí. Por eso, se seguirán lanzando satélites, sobre todo, cuando el espacio está dejando de ser la última frontera para volverse, pronto, en un lugar cada vez más cotidiano. (El Mercurio)
Juan Pablo Toro V.
Director ejecutivo de AthenaLab