Inesperadamente se instaló en el país un clima político más convergente, menos polarizado. Contribuyeron a ello las reacciones frente a la muerte del expresidente Piñera y, antes, frente al retiro del expresidente Lagos. El Presidente Boric marcó la pauta: valoración de sus antecesores, afirmación de continuidad republicana, complicidad en la soledad del cargo y mentís al “pago de Chile”.
Es cierto: con ello, Boric se desdijo y revisó sus opiniones, aún sabiendo que no todos en su coalición comparten ese giro. Pero es eso, precisamente, lo que añade valor a su liderazgo; su consistente alejarse, y dejar definitivamente atrás, la derrota de septiembre de 2022. Desde ese momento, el eje de su gobierno se desplazó hacia el Socialismo Democrático.
Además, han contribuido a apaciguar el clima político los trágicos incendios de la V Región. Frente a la magnitud del desastre hay menos espacio para liderazgos sectarios, frívolos o desaprensivos.
Por último, el aire vacacional de febrero atenúa el ciclo noticioso, generando un intervalo para reflexionar sobre el futuro. Justo ahora que se pone en marcha el próximo ciclo electoral.
Un clima político de mayor moderación y búsqueda de entendimientos favorece a las fuerzas políticas más experimentadas, realistas e incluyentes del sistema; es decir, a Chile Vamos en su versión piñerista y al Socialismo Democrático en su perfil concertacionista.
Naturalmente, ambas fuerzas están llamadas a competir. A la vez, tienen a su lado grupos extremos y menos inclusivos, que es imprescindible encuadrar dentro del esquema de gobernabilidad.
Lo que no puede ocurrir es que dichos grupos queden a cargo nuevamente de procesos clave, como sucedió con la Convención Constitucional, primero, y luego con el Consejo Constitucional. Ambos fracasaron por ser conducidos con criterios excluyentes y querer imponer su propio modelo, ignorando la diversidad y el pluralismo de la sociedad chilena.
En cambio, el actual clima político favorece a líderes integradores y moderados, en contraposición a los excluyentes y extremistas.
De hecho, las dos corrientes centrales en competencia podrán fácilmente convertirse en referentes de las nuevas dinámicas electorales. Cuentan con los principales liderazgos de las izquierdas democráticas y con las figuras que encarnan a las derechas liberales, modernas y dialogantes.
En definitiva, es posible restituir un clima de convergencias y acuerdos. Pero supone reunir, como ocurrió al inicio de la transición, una gran voluntad de acuerdos y habilidades superiores de gestión política. Solo así, y sin borrar las diferencias políticas y culturales, podría la sociedad chilena volver a su cauce central y abordar, de una vez por todas, los problemas que se acumulan y que representan el mayor riesgo de inestabilidad y estancamiento. (El Mercurio)
José Joaquín Brunner