Fue apenas un instante, pero bastó para mostrar que es posible.
Tras el asesinato de los tres carabineros, todos los poderes del Estado, por intermedio de sus máximas autoridades, encabezadas por el Presidente de la República, se reunieron en Cañete para compartir el dolor de sus familiares, de su institución, de sus vecinos. Cualquier diferencia política, cualquier historia pasada, fueron borradas por una causa común: encontrar a los criminales, llevarlos a la justicia y revertir con todos los medios que la ley permite el avance de la violencia y la delincuencia.
Para dar fe de tal voluntad, ahí mismo el Gobierno dio a conocer que le había pedido al general Yáñez seguir a cargo de Carabineros para no debilitar su línea de mando en un momento tan crítico. Para mostrar su decisión, ahí mismo los presidentes del Senado y de la Cámara anunciaron que el Congreso renunciaría a su semana distrital para despachar un paquete de leyes cruciales para la lucha contra el crimen. Son temas complejos y por lo mismo el debate ha sido áspero; pero los congresistas han cumplido su palabra y en los días pasados se ha avanzado una enormidad.
Si los asesinos buscaban dividir y debilitar al Estado, han conseguido exactamente lo contrario. Como nunca, la seguridad ciudadana se ha vuelto la primera prioridad del país, de derechas e izquierdas, de empresarios y trabajadores, del campo y las zonas urbanas. Como nunca, hay consenso en que el crimen organizado es una pandemia global que puede aplastar nuestras libertades, destruir la democracia y desvanecer la prosperidad. Como nunca, se reconoce que el combate a este virus requiere al mismo tiempo de acciones remediales, como el fortalecimiento de las policías y el respaldo ciudadano a su función, como de acciones preventivas dirigidas a robustecer las defensas de la sociedad frente al contagio criminal
Lo de Cañete fue horas después del encuentro de Enade. Ahí también se habló sin rodeos. Desde el empresariado se llamó a rebelarse contra el inmovilismo y a unir fuerzas por la seguridad y el crecimiento. El Presidente Boric tomó el guante. Sin eufemismos dijo admirar el empuje empresarial y que su gobierno empujaría el crecimiento sin condicionantes. Es más: desafió a los presentes a ponerse metas aún más exigentes, a la vez que pidió celeridad al Congreso para limpiar al Estado de la inflación de normas que se han venido acumulando con los años y que hoy ahogan la inversión.
En la misma ocasión, el Presidente anunció el respaldo del Gobierno a las propuestas que hoy se discuten para corregir el sistema político. Quizás no sea la bala de plata, pero avanza en la buena dirección, pues facilitará las negociaciones y los acuerdos. Para ello, sin embargo, habrá que aceptar una cierta “lógica de reparto” y permitir que los partidos ejerzan disciplina sobre parlamentarios que hoy dicen ser enteramente libres y soberanos porque son los dueños de sus votos.
Seguridad, crecimiento, gobernanza. En pocos días se han producido convergencias sobre tres patas de la mesa. Para que termine de estabilizarse falta una cuarta pata: dar el país una señal contundente en el campo de la solidaridad y cohesión social. Esto hoy tiene nombre: reforma de pensiones y pacto fiscal. Alcanzar un acuerdo en estas materias exigirá concesiones dolorosas para todas las partes, pero si no se hace ahora, ellas serán el núcleo de la contienda presidencial que se avecina, y en caso de ganar la derecha, las banderas de la próxima oposición. Instalar ahora esta cuarta pata es indispensable para proyectar el horizonte de estabilidad que requieren los chilenos para alcanzar sus metas. La historia reciente así lo enseña. (El Mercurio)
Eugenio Tironi