En su magnífico prólogo al libro de Jaime Antúnez, Chantal Delsol nos dice que las revoluciones “a veces esperan volver a un punto mítico de un pasado inventado y se trata entonces de revoluciones ideológicas”.
¿Hubo algo o mucho de eso en octubre de 2019 y sigue habiéndolo en un octubrismo aún vigente y a la espera de expresarse de nuevo, en un futuro cercano, quizás de modo aún más violento?
Por supuesto que sí. Rodrigo Karmy —notable defensor de aquella insurrección— ha escrito que “la revuelta de octubre acontece como cifra histórica que abre un interregno en el que aún nos encontramos y que se anuda intempestivamente con otros momentos históricos de interrupción del orden oligárquico, como la Unidad Popular”.
Efectivamente, octubre del 2019 fue un intento por retornar a un “punto mítico”, pero ese lugar es, en realidad, “un pasado inventado”. Octubre asumió que la UP había comenzado como un gran San Petersburgo de 1917, algo totalmente falso, e intentó proyectarse en una refundación del país, como si Allende hubiese sido Fidel, algo totalmente falso.
Eso que los octubristas intentaron rehacer, nunca existió. Trataron de apoyarse en un “punto mítico de un pasado inventado”, porque por lamentable y dañina que haya sido la Unidad Popular, ciertamente no tuvo la densidad como para “volver a ella”, suponiéndole falsamente ese carácter de “interrupción del orden oligárquico” que le ha adjudicado Karmy.
Pero, decíamos, aunque octubre se terminó, el octubrismo sigue mirando hacia atrás, sigue necesitando el “punto mítico”. Y por eso mismo, a pesar de toda la vacuidad que hubo y hay en quienes lo apoyaron —porque el “punto mítico” simplemente no existe—, nada garantiza que los octubristas hoy vigentes no puedan intentar una y otra vez construir “la cifra histórica”. Es una mirada ideológica la que los mueve, nos dice Delsol. Y contra eso, hay poco que hacer. “No hay nada a prueba de revolucionarios, porque son muy empeñosos”, podría rezar un corolario de la Ley de Murphy.
Pensar que ante un nuevo gobierno de derecha y centroderecha no volverán los octubristas a intentar lo mismo ¡y más!, sería desconocer la enorme fuerza del mito. Y, lo que es aún más grave, como ese momento pasado tal como se lo imaginan nunca existió, los octubristas podrán inventar a futuro mil fórmulas distintas para “traerlo al presente”, justamente porque no tendrán obligación alguna de atenerse a una realidad… que nunca existió.
Chantal Delsol agrega en su lúcido ensayo que ese tipo de revoluciones implican totalitarismo, “por una razón muy comprensible: el mito instalado en el futuro concreto —nos dice— se convierte en utopía, y solo podemos obligar a una sociedad a vivir una utopía aterrorizándola”.
Volvamos la mirada a noviembre de 2019 y recordemos marzo del 2020. El fuego se había convertido en el instrumento del terror y se proyectaba hacia el primer mes de la pandemia, con la fuerza arrolladora del mito de un pasado inventado que debía revivir. Había que destituir, nos decían. El fuego destituyente de noviembre era el anuncio de la programación que iba a convertir a marzo en el mes definitivo, el del comienzo de la utopía, el mes de la proa totalitaria.
¿De cuál utopía? Bendita Convención, que nos dejó en claro cuál era. Era la utopía que poco después se convirtió en proyecto constitucional destituyente y refundacional, y que estuvo cerca de obligar a nuestra sociedad a convivir con el terror.
Quizás a corto plazo los octubristas ya no necesiten viajar hacia el punto mítico de Allende, y transformen a octubre del 2019 en un nuevo “pasado inventado”, en una nueva fuerza motriz de la tendencia totalitaria.
Porque para ellos, todo está pendiente. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas