En Chile tenemos un expresidente que pasó a la historia por una célebre frase (Ramón Barros Luco): “No hay sino dos clases de problemas: los que se resuelven solos y los que no tienen solución“. Para muchos esta frase es desafortunada, sin embargo, los estudios de economía moderna nos revelan, de forma algo paradójica, que Barros Luco no estaba tan lejos de la verdad. Por su parte el padre de la economía, Adam Smith (1723-1790), es conocido hoy por una reflexión parecida, pero mucho más elaborada que la de nuestro compatriota: la posibilidad de que el comportamiento individual y la maximización de utilidad personal puedan, de cierta manera, generar bienestar colectivo y progreso. A esto se le conoce comúnmente como la famosa idea de la “mano invisible”. En palabras de Smith:
“En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientar esa actividad para que su producción alcance el máximo valor, todo individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible… él solo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad para producir el máximo valor, él busca su propio beneficio; pero en este caso como en otros muchos, una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos… Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si deliberadamente intentase fomentarlo” (Smith, RN, libro IV, cap. II, pp. 456-457).
Por otra parte, David Ricardo llegó a la conclusión de que existía un mecanismo positivo en la división del trabajo que hacía que la especialización, además de la simple división de una tarea, entregaba un mayor rendimiento, haciendo que incluso los menos competentes sean un gran aporte para la sociedad, ya que, a pesar de que exista una persona más productiva en todos los ámbitos, existe una tarea específica en donde es con distancia más eficiente que el resto, aun así conviene que los menos eficientes realicen las otras actividades. A esta idea se la conoce en economía como la “teoría de ventajas comparativas”. “La teoría de los costes comparativos sostiene que el comercio entre dos países es beneficioso para los dos países incluso en el caso que un país es más eficaz que otro en la producción de todos los productos” (Ricardo, 2024). Resultado paradójico, pero real, que genera no solo más riqueza para todos sino que además nos hace apreciar a todas las personas, por menos hábiles que estas sean.
Ambas ideas, mano invisible y ventajas comparativas, se aplican tanto a personas como a países y ambos procesos son dinámicos y, por lo tanto, cambiantes, en vistas de que existen muchas formas de perseguir tu propio fin y, por otra parte, ya lo decía el mismo Smith, los trabajadores se vuelven más eficientes realizando su actividad, ya que la repetición y la experiencia van haciendo que estos sean cada vez más prolijos y rápidos, con lo cual la teoría de ventajas comparativas podría tornarse en su favor con el paso del tiempo, haciéndolos cada vez más competentes y eficientes. De esta forma, el intercambio y la división del trabajo conllevan la cooperación pacífica entre las partes, que luego les permite alcanzar ventajas comparativas, aumento de productividad y rendimientos de escala crecientes en la producción de bienes y servicios. Todos elementos que, casi por arte de magia, promueven el bienestar general sin que nadie los hubiera dirigido de forma consciente.
La idea subyacente de ambos economistas es que la libertad de actividad y de asociación es la base de la economía moderna, ya que debido a esto se obtienen mejores resultados para la sociedad en su conjunto. Por otra parte, tenemos la planificación central, que plantea todo lo contrario: existe un problema de “escasez de recursos” que hay que resolver de forma consciente y planificada, como un ingeniero que resuelva un problema de maximización. A priori esta idea de planificar desde arriba hacia abajo parece muy adecuada para la solución de un problema tan importante como la satisfacción de las necesidades humanas con recursos limitados; ya que ¡sería ilógico que este problema se resolviera solo, como diría Barros Luco!
En su libro Los Filósofos Terrenales, el economista Robert Heilbroner nos cuenta que existen solo tres formas de organización de la sociedad: Costumbre, Coerción y Libertad. La costumbre obligaba a familias completas a dedicarse a la misma actividad que sus ancestros, como incluso se realiza actualmente en la sociedad de castas en la India. La coerción obligaba mediante la fuerza o la esclavitud a personas o pueblos completos a trabajar para una oligarquía controladora. Resultó que la opción mejor (pero contraintuitiva) para resolver el problema de la escasez y de la satisfacción de necesidades fue la famosa mano invisible de la coordinación descentralizada del mercado (Hayek, 1945; V. Smith, 1982).
Pero para darnos cuenta de esta “magia”, que hoy parece obvia, se necesitaron más de 200 años de grandes tropiezos políticos con planificaciones de izquierda y derecha, y pequeños avances en la economía (Al-Ubaydli et al., 2022; Gode and Sunder, 1993; Albrecht, 2023; Jordan, 1982). Pasamos por las sociedades esclavistas, feudales, socialistas y mercantiles para llegar al consenso de que las personas pueden promover el bien común realizando las actividades en libertad, sin que una entidad central planificadora esté dictando lo que se debe hacer y lo que no hacer. La magia pasó a ser teoría económica gracias a personas como Adam Smith y los Premios Nobel F. A. Hayek y Vernon Smith, que entendieron que la clave de la mano invisible radica en la eficiencia informativa y en la diseminación del conocimiento disperso.
Hoy tenemos amplia evidencia histórica acerca de la eficiencia del trabajo libre, en donde el ser humano explota de mejor forma sus habilidades naturales y puede de esta manera obtener mejores resultados personales en lo profesional y, dado que una sociedad comercial de libre asociación está basada en el interés y no en la obligación ni la costumbre, solo se pueden obtener beneficios entregando bienes al prójimo y, con esto, la sociedad en su conjunto se ve beneficiada. Como señala el economista Herbert Gintis:
“Medimos el grado de exposición al mercado y de cooperación en la producción de cada sociedad, y descubrimos que las que participan regularmente en intercambios de mercado con grupos circundantes más grandes tienen motivaciones de justicia y de reciprocidad más pronunciadas. La idea de que la economía de mercado convierte a la gente en avariciosa, egoísta y amoral es simplemente falaz”.
Aquellos países que adoptaron la mano invisible como solución obtuvieron un bienestar general mucho mayor a aquellos en que se intentó con la planificación central. Esto se evidencia claramente en los índices de ingreso per cápita, esperanza de vida, mortalidad infantil y un sinfín de indicadores sociales y económicos que nos hacen concluir que la libertad de comercio y asociación a través del intercambio y la división del trabajo son los únicos instrumentos conocidos por la humanidad para poder escapar de la escasez, la miseria y la pobreza.
Como conclusión, y volviendo a nuestro exmandatario, don Ramón Barros Luco era de profesión abogado y puede no haber sabido nada de economía, sin embargo, su reflexión acerca de la sociedad y el rol que debía tener el Estado estaba en lo correcto. Leído a través del paradigma de Smith, podríamos decir que “existen dos tipos de problemas, los que se solucionan solos y los que se solucionarán en el futuro”. Esto no es ni magia ni mano invisible, solo es economía. (El Mostrador)
Pablo Paniagua Prieto
Jaime Santana