¿Cuánto se estirará la liga?

¿Cuánto se estirará la liga?

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Mi columna de la semana pasada me regaló diversos comentarios. Hubo quienes la encontraron divertida, pero muchos más fueron los que me pidieron que tratara un tema tan importante con más seriedad. Y uno de ellos por lo menos me advirtió que mejor dejara de tomarle el pelo al Partido Comunista, porque iban a terminar por enojarse y eso podría ser malo para mi salud. Les agradezco a todos sus opiniones (en particular a quien se preocupó por mi salud) y como las tomo todas muy en serio, aquí va una nueva reflexión y sin cachondeo.

La primera constatación obligada es que existe una severa crisis en la relación del Partido Comunista de Chile con el gobierno del Presidente Boric. No han sido sólo una o dos opiniones dispares o un intercambio de palabras aislado. No. Es una diferencia que ha terminado por expresarse en relación con temas que van desde la posición internacional del gobierno frente al conflicto Rusia-Ucrania o al régimen de Nicolás Maduro hasta el alza de tarifas de la energía eléctrica o los criterios relativos a la seguridad pública. Es decir, todo o casi todo.

Y por parte del gobierno no ha sido cuestión de algún subsecretario aislado o quizás de un ministro inadvertido. En el conflicto ha participado el mismísimo Presidente de la República y prácticamente todos sus ministros. Y no ha parado allí. También ha intervenido la presidenta del Partido Socialista, que llegó a declarar que “el PC tiene que explicar por qué estando en el gobierno…. está en permanente contradicción con las políticas que impulsa el Ejecutivo o con las decisiones del presidente”. Y en otro momento señaló que una facción del PC está a favor del gobierno y otra en contra, a lo que el presidente del PC contestó calificando sus expresiones como “falta de respeto e imprudencia”. Pero también se han hecho parte parlamentarias del Frente Amplio -pocas y aisladas, hay que decirlo- que han entrado a la contienda poniéndose del lado del PC y en contra del gobierno en la disputa por el allanamiento a la Villa Francia.

Y algo más que significativo para medir la importancia y los efectos que la situación tiene sobre el PC: de manera insólita -de forma abierta una de ellas, sutilmente la otra- las dos ministras comunistas del gobierno han terminado cerrando filas con el gobierno y no con su partido.

De este modo, poco a poco se han ido incorporando contendientes hasta completar un cuadro en el que todos participan. Algo así como la manera en que se han iniciado las guerras mundiales.

Lo que importa destacar es que el problema no lo inició el Partido Comunista. Es, estrictamente, el efecto natural, la inevitable reacción de ese partido ante el viraje del Presidente de la República hacia la centroizquierda, iniciado luego del fracaso de la estrategia inicial de su coalición que se basaba en la reforma constitucional refundacional derrotada en septiembre de 2022. Ese viraje, que en su momento advertí que iba a ser tan lento y parsimonioso como el de un velero en el mar, se vio enrarecido y algunas veces incluso cuestionado por los errores y deslices de un impulsivo presidente de la República que mostraba una inquietante incontinencia refundacional al decidir el indulto de delincuentes condenados por delitos cometidos durante el “estallido social” o al declarar en entrevista a la BBC “una parte de mí quiere derrocar el sistema capitalista”.

Pero está claro que después de casi dos años el viraje ha terminado. Que el Presidente no podía dejar de advertir el efecto que su participación en una cumbre de países aliados a Ucrania en su guerra con Rusia o su declaración, frente al alza de la electricidad, “la experiencia que yo he tenido en el gobierno es que deuda que no se paga sale más cara”, iban a resultar hirientes a su, hasta ese momento, leal sostenedor. Y no sólo eso: que lo podía poner en el umbral de una ruptura.

Y es que en política las cosas no ocurren por casualidad. Y este conflicto está ocurriendo porque a alguien (o a algunos o a muchos o quizás sólo al Presidente) le pareció que era el momento de que lo que tarde o temprano tenía que ocurrir, terminara de ocurrir.

Una sola prueba puede bastar para demostrarlo: todos en Chile saben que puntualmente en la noche de la celebración del “Día del Joven Combatiente”, jóvenes con pretensiones de combatientes salen a las calles en torno a la Villa Francia a mostrar su ira, su fuerza o simplemente sus ganas de divertirse. Para ello levantan barricadas, destruyen vehículos del transporte colectivo, asaltan y desvalijan locales comerciales y practican la dudosa entretención de emboscar a Carabineros con la intención de asesinarlos. Para este último pasatiempo utilizan armas de fuego que hace algunos años se suponían “hechizas”, pero que, con los años, han quedado en evidencia como armas de gran potencia. Todos los años la policía se limita a crear un perímetro de protección en torno de esa especie de “tierra de nadie” en que se convierte esa parte de la ciudad de Santiago y a procurar no ser víctimas de las emboscadas en las que los jóvenes combatientes procuran hacerlos caer. Así pasa la noche, llega la mañana y, mientras los jóvenes combatientes se retiran a descansar poniendo sus armas a buen recaudo, los servicios de limpieza municipal retiran los escombros y destrozos que dejó sobre las calles el desfogue anual de esos aguerridos combatientes. Y a esperar la celebración del próximo año.

Hasta ahora, ningún gobierno, en ninguna oportunidad, se había planteado hacer algo para adelantarse a esa orgía anual de violencia criminal que, con la periodicidad de un carnaval, se practica en la misma fecha todos los años. Nadie había buscado a los jóvenes combatientes o a sus mentores o a sus armas en donde todos sabían que estaban, esto es en el lugar del que salían la noche de su aquelarre.

Hasta ahora.

Es cierto que la decisión de intervenir finalmente provino de una petición del Ministerio Público. Pero también es cierto que esa decisión, autorizada por un Juzgado de Garantía, se tomó en un contexto político nuevo y se basó en denuncias relativas a actos de violencia desencadenantes (un artefacto explosivo que no detonó, un ataque con bombas molotov) que antes no se habían denunciado o perseguido. Y esa intervención de la fuerza policial que permitió mostrar con evidencias lo que para todos era ya evidente, esto es que sólo con un arsenal se podía atacar a la policía de la manera que se la ataca cada Día del Joven Combatiente y de la manera que presumiblemente se la atacaría ese día en que se recordaba a la madre de los jóvenes combatientes originales, estaba dirigida por autoridades policiales que se sintieron a su vez suficientemente autorizadas por sus superiores políticos como para proceder como lo hicieron.

Y cualquiera que sumase dos más dos, habría llegado también a la conclusión de que el Partido Comunista no iba a hacer otra cosa que ponerse del lado de los “jóvenes combatientes”, así fuera bajo el maquillaje de la defensa de una radio comunal. Y no necesariamente porque algunos de esos jóvenes combatientes sean militantes suyos -aunque algunos probablemente sí lo sean- sino porque esos jóvenes que anualmente se sienten autorizados a destruir e intentar matar, lo hacen desde la misma perspectiva en la que se sitúa el Partido Comunista dentro de la sociedad. Son tan revolucionarios (aunque, sabemos, la mayoría no pasan de ser delincuentes en una noche de desvarío), como revolucionario pretende ser el Partido Comunista. Aunque no sean sus militantes, son “su gente”.

¿Qué tanto más se estirará la liga que vincula al Partido Comunista con el gobierno? ¿Llegará a cortarse o una de las partes cederá? En cualquier caso, si una de las partes cede probablemente no será el gobierno, que fue el que inició el pleito. (El Líbero)

Álvaro Briones