Es un dato de la causa que el ejercicio práctico del poder ha distanciado a Gabriel Boric del Partido Comunista. Lo que antes eran coincidencias y guiños de complicidad ha devenido hoy en abierta contradicción e incomodidad, con constantes encontronazos en una variedad de temas.
El propio Mandatario ha reconocido las diferencias con sus aliados. Pero es poco probable que esta repetición ad nauseam de los episodios de divergencia pueda conducir a un quiebre. Boric lo descartó el martes, al insistir en que el entredicho en torno a Venezuela -donde según el PC hubo una elección “ejemplar”- no es un problema que vaya a afectar a la coalición oficialista.
Sin embargo, resulta obvio que entre el Presidente y el PC ha ido creciendo una brecha que no solo tiene que ver con los roces típicos en la gestión de una alianza, sino también con concepciones de fondo en torno a qué es una democracia (el caso de Venezuela), cómo ésta ha de defenderse frente a la delincuencia (por ejemplo, el arresto de personas sorprendidas con armamento en una radio en Villa Francia) y la forma de comprender la aplicación de la ley (la prisión preventiva decretada por tribunales contra el alcalde Jadue). Parece claro que la antigua comunión entre el diputado Boric y el PC es historia añeja, y que quien cambió es el ahora Mandatario.
Pese a la evolución presidencial, nada sugiere que estemos cerca de una ruptura. A Boric le interesa mantener al PC en la coalición, porque ello le da certificado de izquierdista a su gobierno y porque siente cercanía emocional y política con el partido. Prescindir de los comunistas supondría un golpe severo para el Ejecutivo, abriéndole nuevos flancos (la calle, algunos sindicatos clave) e inaugurando una franca competencia entre el Frente Amplio y sus socios por la representación del sector. En el cálculo y en el corazón de Boric, un divorcio de ese estilo es un mal negocio por donde se lo mire.
El PC se sabe imprescindible y por eso se da el gusto de maltratar con contumacia casi cruel a su propio gobierno, lo cual le permite quedar bien con Dios y con el diablo. Por un lado, pertenece a la coalición e integra el gobierno, con todas las ventajas que ello significa en términos de visibilidad, proyección de figuras y cuotas de poder; por otro, puede exhibir la credencial de pureza ideológica que le reclaman sus bases. Para la dirigencia comunista, la prioridad es clara: primero está el partido.
Así que lo más probable es que sigamos viendo esta danza llena de cinismo al interior de este matrimonio cada vez más tenso. El PC continuará criticando lo mucho que no le parece y el gobierno hará lo que tiene que hacer para tratar de conducir al país. Y, mientras los golpes van y vienen, ambos seguirán conviviendo y jurándose una paradojal lealtad en la diferencia. (La Tercera)
Juan Ignacio Brito