5 de agosto de 2010; 2:30 PM. La frágil estructura de la Mina San José, Atacama, sufre un derrumbe que deja a 33 trabajadores en una tumba, a 720 metros de profundidad. Opinión experta: ha precipitado un bloque de 7.000 toneladas y no pueden haber sobrevivido. Las tareas de rescate son imposibles.
El 7 de agosto, en medio de un malestar creciente de los familiares de los mineros, el Presidente Piñera, regresando desde Colombia, aterriza en Caldera y luego de una reunión con algunos ministros se traslada a la mina y se entrevista con estas familias. Les hace una promesa: el gobierno hará todos los esfuerzos para rescatar a quienes han desaparecido, ojalá con vida, y si no, entregar los cuerpos para dar sepultura.
Desde ese momento se inicia una epopeya cuyo desenlace es visto por 1.200 millones de personas en el mundo, cuando a partir del 13 de octubre de ese año, todos los mineros emergen uno tras otro en la cápsula Fénix, una camilla-ascensor que ininterrumpidamente se hunde en el desierto y regresa con una persona, entre cantos y vítores. Con justicia, una reciente encuesta ha señalado que este es uno de los legados más significativos del gobierno 2010-2014. Y hay razón en ello.
El Estado que pone toda su capacidad al servicio de la persona; una nación donde cada uno cuenta; una alegría por la victoria sobre la adversidad; una hazaña de la ingeniería y de la medicina sin precedente; un país que depone sus diferencias y solidariza con una sola meta: mantener sanas y con vida a 33 personas, frágiles, con enfermedad, con miedo, solas en las profundidades de un verdadero infierno durante los primeros 17 días.
El domingo 22 de agosto aparece el mítico papel: “Estamos bien en el refugio los 33”. Era cierto, estaban vivos; pero desnutridos, enfermos y angustiados. Nunca se ha dicho lo suficiente de lo que significó su recuperación en la oscuridad, sin agua consumible, sin alimento, a una temperatura y humedad extremas.
Concurrieron trabajadores de la salud desde la Asociación Chilena de Seguridad, lo mejor de los submarinistas de la Armada con su comandante. La NASA envió un contingente de elevadísimo nivel para diseñar las fases de la recuperación y rescate. Gratuitamente, empresas de todo el mundo se comprometieron con la “misión San Lorenzo”.
Se hizo protocolos para todo. ¿Cómo realimentarlos, cuidar el sueño, generar un ciclo de observación intensiva para los casos más delicados, vestirlos, manejar la basura, controlar la humedad, establecer comunicación con las familias? ¿Quiénes debían ser rescatados primero y quiénes al final, cómo prevenir el suicidio, qué hacer en caso de un fallecimiento, de qué vacunarlos, a qué velocidad debían ser ascendidos para prevenir el desmayo, cómo protegerlos de la luz al salir?
Lo más crítico: ¿Cómo tratar enfermedades que incluso podían requerir cirugía solo con medicamentos? Especialistas del Hospital de la Universidad de Chile elaboraron pautas y dieron consejos invaluables.
Tubos metálicos, las “palomas”, subían y bajaban las 24 horas, llevando agua, medicamentos, alimento, cartas, equipos clínicos, material para cubrir el suelo, sistemas de iluminación, palos y lona para hacer camillas.
El 13 de octubre en la noche se hace entrega del turno a un emocionado Sebastián Piñera, quien responde: “Don Luis Urzúa, recibo su turno y lo felicito porque cumplió con su deber… Nos sentimos orgullosos de los 33 mineros”.
¿Por qué se ve tan lejano? (El Mercurio)
Jaime Mañalich