En primer lugar, opera una nostalgia por el movimiento comunista internacional.
Desde la caída de la URSS, el PC de Chile perdió su referente más nítido. Un partido que fue mucho más moscovita que cubano, ha tenido que lidiar desde 1991—un tercio de siglo, ya— con la desaparición no solo de su “modelo ideal”, sino también de buena parte de su apoyo económico, como quedó demostrado en las investigaciones de la desaparecida historiadora rusa afincada en el país, Olga Ulianova.
Cuba nunca fue un paradigma para el PC de Chile y, a pesar de que en variados momentos de su historia el partido ha manifestado su apoyo y admiración por la dictadura de matriz castrista, hay dos condiciones que han alejado a Cuba del imaginario referencial del PC chileno. Por una parte, el desastre de la situación económica y social que se vive en la isla —la basura inundando las calles es una realidad espantosa y todo un símbolo del drama del pueblo cubano—, y por otra, el fracaso del impulso revolucionario de Cuba en el continente, con la sola excepción de una Nicaragua pequeña y lejana, y de una Venezuela poderosa y cercana.
Por eso, Venezuela fue siendo reconocida, entonces, como el único referente revolucionario posible para el PC de Chile, porque, obviamente, ninguna de las otras opciones de izquierda que han copado los gobiernos cercanos —en Brasil, Argentina, Colombia, Paraguay, Bolivia, Ecuador y Perú, en diversos momentos— ni la muy lejana Corea del Norte podían cumplir con el papel paradigmático que comenzó a ofrecer la Revolución Bolivariana hace ya dos décadas.
A ella se aferró el PC y de ella no quiere desprenderse, porque la nostalgia del hermano mayor perdido ha estado siempre presente desde 1991, en sus declaraciones y en sus decisiones. Hay en el PC de Chile una esperanza puesta en Venezuela contra toda lógica. Es la esperanza fundada en la tesis dialéctica del marxismo —en este caso, aplicada de manera muy curiosa— por la cual el desastre venezolano podría llevar a una renovada solidaridad continental de todas las izquierdas con una revolución frustrada y que, por su lucha frente a su contrario —el capitalismo de sello estadounidense y global— pudiese repotenciar un movimiento comunista ortodoxo en América Hispana, al modo de la Guerra Fría.
La tesis es ridícula, pero el marxismo opera siempre así, dentro de las coordenadas del absurdo, esperando contra toda evidencia que se cumpla una supuesta ley de la historia.
En segundo lugar, pesa mucho en el PC chileno la necesidad absoluta de evitar fugas hacia su izquierda desde dentro de sus propias Juventudes, por las simpatías que puedan despertar otros movimientos más radicales y que resulten más fieles al proyecto venezolano, lo que podría desviar contingentes juveniles naturalmente inclinados al PC y eventualmente decepcionados, por una postura algo tibia respecto de Maduro y de su proyecto. La presencia de Artés, por marginal que sea, está siempre vigente como una amenaza que le sugiere al PC la necesidad de mantenerse lo más fiel posible en el apoyo a la Venezuela del fraude.
Y, finalmente, se consolida en los comunistas chilenos su apoyo al ilegítimo gobierno de Caracas debido a su profunda gratitud por los apoyos recibidos. Fueron millones de dólares los que se aportaron desde Venezuela para la fenecida Universidad Arcis, abiertamente reconocidos y agradecidos. Pero más importante aún, el PC sabe, con toda seguridad, cómo y con cuánto dinero se concretó la ayuda venezolana a la insurrección violenta del 2019.
Para la Universidad Arcis ya no hacen falta más fondos; pero para una nueva asonada, los recursos venezolanos pueden ser de nuevo muy necesarios. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas