Llamarada de petate

Llamarada de petate

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Termina el mes de la patria y comienza el mes del… elija usted el nombre y quizás así revele sus preferencias políticas. Si usted se considera una persona de derecha, pero con ganas de polemizar “en la dura” con “rufianes zurdos”, probablemente hablará del “estallido delincuencial”. Si se considera de derecha, pero no está poseído del ánimo belicoso anterior sino más bien de un talante analítico, quizás hablará del “frustrado golpe de Estado”. Si usted es igualmente analítico, pero sus análisis son orientados por los sabios principios proclamados por Lenin en “El Estado y la Revolución”, probablemente concluya que a los hechos de 2019 sólo les faltó la conducción del partido de la clase obrera para terminar en una nueva “Revolución de Octubre”. Ahora que, si usted fue uno de los encapuchados que el 12 de noviembre o alguno de esos días estuvo a pasos de llegar a la puerta de La Moneda luchando cuerpo a cuerpo con los carabineros, probablemente no diga nada porque lo suyo no es hacer análisis ni decir discursos, pero recordará feliz y divertido aquellos buenos tiempos en que estuvo a punto de “dejar la tremenda cagá, hermano”.

Y también estamos los que hablamos del “estallido social”. ¿Por qué “estallido social” y no “delincuencial” ni “golpe de Estado” ni “revolución”? Veamos.

En nuestro idioma, la palabra “estallido” está asociada al ruido que provoca una explosión: es algo extraordinario por lo repentino y estrepitoso. El 18 de octubre de 2019 y los días que siguieron, vivimos algo repentino que, no obstante que hay quienes se vanaglorian de haberlo previsto, resultó inesperado para la mayoría de chilenas y chilenos. Y lo que realmente importa: resultó inesperado para el gobierno y para los partidos políticos. No había forma de prever o adivinar que en un país que venía de experimentar años de bonanza económica y una reducción estadísticamente demostrada de la desigualdad de ingresos y de los índices de pobreza, el reclamo de jóvenes estudiantes de enseñanza media por un incremento en el pasaje del Metro del cual ellos estaban exentos derivaría en una manifestación multitudinaria de malestar social. Un malestar expresado sobre todo por los millones de personas que el día 25, una semana más tarde, inundó pacíficamente las calles de las principales ciudades del país.

Desde el primer día, ese fenómeno súbito y estrepitoso estuvo acompañado de violencia. Los jóvenes que el 18 de octubre se saltaban torniquetes del Metro o impedían el flujo de convoyes, indudablemente cometían un acto de violencia y quizás un delito. Y ciertamente fue un acto de violencia delictual el incendio coordinado de 25 estaciones del mismo Metro por, supuestamente, alguna organización anarquista que probablemente vio en ese acto salvaje un modo de satisfacerse solitariamente, pues ningún provecho político podría obtener de él. Y fuera de toda duda hubo violencia y delito en los días y meses que siguieron al estallido social inicial. Días y meses en los que quienes se expresaron pacíficamente durante el momento del “estallido”, fueron substituidos en las calles por vándalos inspirados por el resentimiento y conducidos por grupos del crimen organizado (como los que asaltaron y asaltan comisarías) o por barras bravas en muchos casos vinculadas a esos mismos grupos criminales.

Pero hablar de “estallido delincuencial”, esto es pretender confundir el “estallido social” del 18 de octubre con el vandalismo de minorías que la autoridad no pudo contener durante los días y meses posteriores, es sólo una forma de ocultar el hecho de que sí hubo una manifestación multitudinaria de malestar y que de esa manifestación deben conocerse sus orígenes y motivos para superar los problemas que los causaron. Delitos y vandalismo los hubo y hasta hoy, en ciertas fechas, los sigue habiendo, pero estallido social también y debemos hacernos cargo de él.

¿Intento de golpe de Estado? A menos que quienes lo proclaman entiendan por tal la irrupción violenta de una turba en la sede de gobierno, no es posible ver por ninguna parte un intento de ese tipo. Un golpe de Estado es la toma violenta del poder por un grupo, sin seguir cauces legales o democráticos, para establecer su propio régimen. No parece que la turba de encapuchados que, como muchas veces se recuerda, estuvieron a una cuadra de la puerta de La Moneda, pretendieran tomarse el poder. Si hubiesen logrado entrar al palacio lo más probable es que se hubiesen contentado con destruir los muebles y robarse la vajilla. ¿O es que alguien cree que una vez dentro la turba se habría quitado las capuchas y habría enarbolado rojas banderas proclamando quizás la instauración de una república bolchevique?

Es cierto que llegado a este punto de mi argumento alguien suele recordarme que el Presidente fue acusado constitucionalmente. Pero también es cierto que esa es una herramienta constitucional (nada más lejano a un golpe de Estado que el uso de herramientas constitucionales) de uso casi cotidiano en nuestro país y que quienes tuvieron la oportunista idea de utilizarla en esa ocasión no llegaron a parte alguna. Lo cierto es que, igual que quienes hablan de “estallido delincuencial”, quienes hablan de “golpe de Estado”, conscientes de ello o no, lo único que hacen es tapar con palabras la realidad de un malestar social que, nuevamente es necesario decirlo, debe ser reconocido y atendidas sus causas si queremos superarlo como problema.

Y a quienes creyeron ver en el estallido social una revolución en marcha, que ciertamente los hubo -recuerdo a un joven dirigente de cierto partido trotskista alentando a sus seguidores con palabras que parecían copiadas directamente del discurso de algún dirigente bolchevique un siglo antes- sólo cabe felicitarlos por su rica imaginación. Seguramente ellos tuvieron momentos de exaltación durante esos días, que probablemente no volverán a experimentar el resto de su existencia. Felices ellos. Hubo otros que trataron de subirse tardíamente al carro del movimiento espontáneo que se generaba en su derredor (el llamado a huelga de la CUT fue un buen ejemplo), pero esos no tuvieron ni siquiera el momento de exaltación de los revolucionarios trotskistas: simplemente nadie los llevó de apunte.

En México un petate es una suerte de alfombra elaborada artesanalmente con alguna fibra vegetal. Se la utiliza para muchos fines y tiene la peculiaridad de que, dado el hecho de la fibra seca, si usted le arrima un fósforo encendido se consumirá casi automáticamente en una sola llamarada que se extinguirá inmediatamente. De ahí ha derivado el dicho “llamarada de petate” para describir algo súbito e impresionante, pero que se extingue tan rápidamente como comenzó.

Los acontecimientos de octubre de 2019 no fueron ni un estallido delincuencial ni un intento de golpe de Estado ni una revolución frustrada. Fue un estallido social tan súbito y momentáneo como una llamarada de petate, pero una llamarada al fin. Una que nos exige tomarla muy en serio para superar los problemas de la que fue expresión. (El Líbero)

Álvaro Briones