Crisis de legitimidad política: «Están todos jodidos, es estructural»

Crisis de legitimidad política: «Están todos jodidos, es estructural»

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Puede que la mirada del cientista político Juan Pablo Luna esté teñida por el pesimismo. O puede que lo suyo sea una catarsis -como él mismo la llama- en la que intenta dar cuenta de una cruda realidad.

¿Democracia Muerta?. Así se titula el último libro del doctor en Ciencia Política y académico de la Escuela de Gobierno de la Universidad Católica. Pero Luna no es sólo un profesor de papers y libros que diagnostican las crisis de los países en la región. Es un profesor de talla internacional, que colabora con varias universidades extranjeras. También se desempeña como investigador asociado en el Instituto Milenio Fundamento de los Datos.

Su universo de interés es la calidad de la democracia, la desigualdad como síntoma y el avance del crimen organizado en Chile y América Latina. De ahí que en su análisis arranque con una ruda crítica al sistema político y la incapacidad que ha tenido para conectar con la ciudadanía y dar soluciones.

Hay una lógica en la cual están perdiendo todos. El mundo político no parece entenderlo. No quiere verlo”, afirma.

Luna acusa una cierta frivolidad de la élite para enraizar en la sociedad y hacerse cargo de los verdaderos agobios de la gente. Él lo dice así: “Son los personajes del circo político que nos entretienen y nos generan morbo, pero que no logran gobernarnos”.

El 19 de octubre se van a cumplir cinco años del estallido social. ¿Diría que en este tiempo se fortaleció nuestra democracia o caminamos más hacia el abismo?

Hay distintas formas de verlo. En mi opinión, el estallido fue más una consecuencia que una causa.

Pero si miramos los últimos cinco años, creo que sólo reflejan la incapacidad de la política para impactar sobre la realidad de la ciudadanía. O sea, más allá de los intentos de abrir la discusión constitucional, lo que hizo el estallido fue cristalizar una frustración colectiva con el estado de cosas y con la forma en que funciona nuestra sociedad. O sea, mostró la crisis de representación que afecta a las democracias liberales en el mundo.

En lo medular, ¿el problema radica en la incapacidad de la política o va más allá?

El problema ha sido no haber podido construir legitimidad. Porque lo que tenemos hoy día es un vacío de legitimidad… El mismo vacío que, en parte, reflejó el estallido de un modo muy radical. Pero ese vacío sigue estando presente.

¿En qué lo observa?

En que más allá de los intentos de solución que el sistema político se da a sí mismo -y por el cual se autofelicitan constantemente-, no se ha logrado llenar de legitimidad a las instituciones. Ese es el problema de fondo y uno de los más graves.

¿Será que les cuesta entenderlo o que les da un poco lo mismo?

Mi impresión es que el mundo político funciona como una burbuja bastante autorreferente. Y eso ha producido una fractura. Quizá no ha sido tan evidente, porque hoy tienen la posibilidad de vincularse con la gente a través de las redes, de los medios, pero no hay intentos por tejer una relación social con quienes la política dice representar. Por eso en el libro planteo la idea de una sociedad rota, de una sociedad sin mediadores.

EL DESFONDE

¿Cuánto se agrava esa crisis de legitimidad con lo que ha develado el caso Hermosilla y la situación que golpea al Poder Judicial?

O sea, aquí hay un desfonde de legitimidad de todos. Lo que existe es una lógica en la cual todos están perdiendo. Pero el mundo político no parece entenderlo. No quiere verlo. Llama mucho la atención que todos digan -muy convencidos- que si el sistema político no se reforma, corremos el riesgo del populismo y la polarización. Eso es como proyectar el cuco hacia adelante y no querer darse cuenta de que el sistema ya está desfondado.

¿Pero el populismo sí es una amenaza?

Sí, pero es probable que un populista no llegue a La Moneda. Chile todavía tiene fuertes antiidentidades. Hay gente que nunca va a votar por un comunista. O gente que jamás va a votar por un pinochetista. Por lo tanto, por ahora, es difícil que un populista-outsider pueda construir una mayoría electoral irrumpiendo de la nada. Hay que ver qué pasa con el voto obligatorio y aún faltan candidatos para competir en la próxima campaña presidencial. Pero ese es otro tema…

¿Cuál es el “desfonde” del que habla?

No querer entender y hacerse cargo que desde hace más de 15 años que el sistema está trabado. Tenemos un sistema enroscado en peleas, escándalos y debates menores…

¿Mucha frivolidad?

Mucha. Los personajes del circo político pueden entretenernos, pero no logran gobernar. Y lo complejo es que esto sucede al mismo tiempo que la economía dejó de funcionar y que el Estado ha perdido poder.

¿Y qué implica eso?

Implica asumir que la fragilidad de la democracia no es sólo un problema institucional. Tiene que ver con un modelo de desarrollo que ya no funciona. La sociedad cambió. El Estado tiene menos poder y los líderes políticos declaman y anuncian cosas, pero no logran concretar. Es una política esencialmente performática.

¿Una política sin coraje para empujar los cambios?

Una política en la que quieren marcar la cancha, pero chocan con su incapacidad para mover la realidad. ¿Y por qué? Porque el sistema está atrapado. No logran mover la aguja. Miremos América Latina. Mucha gente está empezando a renunciar al Estado. Hay 20 o 30 años de experiencia democrática, donde el Estado vulneró, se corrompió y abusó. Entonces, se da la paradoja de que tenemos un sistema político que discute en base a Estado-Mercado cuando, en la realidad, esos dos constructos ya están desfondados.

¿Tan así?

Es bastante claro que tenemos un modelo de desarrollo desfondado; que hay un descontento profundo con las instituciones y el cansancio por años de promesas incumplidas. Pero hay más peligros y no veo que lo estemos considerando. Me refiero al crimen organizado.

juan pablo luna
JUAN PABLO LUNA Mario Tellez / La Tercera CIENTISTA POLITICO – ACADEMICO 

La gran amenaza que cruza la región.

Sí, pero es más que eso. Hoy tenemos una pujanza de mercados ilegales que resultan atractivos para la ciudadanía. Y esto es sumamente preocupante.

¿A qué se refiere?

A que tenemos que empezar a observar el crimen organizado como un problema de desarrollo. No sólo como una amenaza delictual. Están la violencia, los homicidios, pero no estamos diciendo nada acerca de que el crimen organizado también provoca una afectación en la esfera cultural y social del país.

¿Y cómo la afecta?

O sea, frente a un sistema político que no mueve la aguja, frente a una economía formal que no provee demasiado empleo ni tampoco crecimiento, los mercados ilegales o informales comienzan a ganar legitimidad en la gente, porque ahí ven un mejor horizonte, una posibilidad para tener una mejor vida. Entonces, cuidado: las economías ilegales están ganando mucha tracción en la sociedad y no estamos dimensionando lo que eso puede generar.

CRISIS DE LEGITIMIDAD

Frente a estas varias crisis en curso, ¿cuánto podría aumentar la desafección ciudadana con lo que está pasando con la justicia en Chile?

Usualmente, los graves problemas de la democracia en América Latina han empezado por la politización de la justicia y por la judicialización de la política. Estamos ad portas de eso. Pero hay más elementos. Estas situaciones también impactan el crecimiento económico. Por lo tanto, los actores económicos debieran estar muy preocupados por el cuestionamiento a la justicia. Eso podría cuestionar las reglas del juego. Entonces, mi impresión es que estamos ante un país que se ha quedado sin un sistema de justicia legítimo y cuya recomposición se ve difícil.

¿Por qué?

Porque la lógica de competencia que opera en el sistema político está orientada a sacar rentas electorales de muy corto plazo. No hay capacidad sistémica de contener y encauzar esta crisis. No la veo.

¿Quedamos atrapados?

Me parece que es un país que se ha quedado con el sistema de justicia impugnado. Y es importante observar esto en perspectiva con el estallido…

¿Tiene paralelismos?

Aquí hay un daño a la legitimidad del sistema del Poder Judicial. En cierto sentido, ese daño podría ser comparable al estallido, porque expone, nuevamente, la forma en la que Chile reproduce sus privilegios vía la corrupción de sus instituciones. Hoy no hay nadie protestando, porque las sociedades tienen ciclos. Pero el daño institucional que esto ha generado es de marca mayor, en parte porque venimos de varios años de deterioro y desfonde…

El estudio del PNUD muestra una percepción ciudadana de que los cambios han sido obstruidos por la élite, a quienes llaman “los villanos”, ¿habrá algo de eso en este deterioro?

Lo que uno ve hoy día es que la gente está metida para adentro. Sumamente acongojada con sus problemas y en clave muy individual. No quiere saber mucho de nada. En ese sentido, y retomando el caso Audio, esa situación le puede dar contenido a esta sensación de que así funcionan los villanos.

¿Lo cristaliza?

Absolutamente. De hecho, algunos quieren establecer que esta es una discusión que afecta sólo a las élites. No es así. Las encuestas están mostrando que el “caso Hermosilla” ya empezó a aparecer como un tema relevante para la ciudadanía.

¿Y en qué se podría traducir?

En que no sólo hay un impacto en términos de legitimidad. También se rompe la moral institucional. Es como decir: “Si ellos funcionan así, por qué yo no”. O sea, se podrían generar cambios de conducta en la sociedad y contribuir a la idea de que es mejor escapar de lo legal, de lo institucional.

¿ALUCINACIÓN?

Al rebobinar los temas que dejó el estallido, también está la preocupación que en ese momento expresó la élite económica. ¿Eso sigue vivo o se diluyó?

En el estallido, las élites tuvieron un primer momento de sorpresa que los llevó a pensar críticamente en el modelo y en su rol. Pero eso fue cambiando, probablemente muy influido por el primer proceso constituyente. Ese proceso arrinconó más a la élites que la elección de Gabriel Boric. Las asustó y las hizo volver a su posición original. Da la impresión de que siguen afirmados a la idea de que todo se trata de que cambie el gobierno para volver a tener el control político y el país se arregla.

¿Volver al Chile preestallido?

Claro, de que volveremos al 17 de octubre de 2019. Pero eso es una alucinación. Es no entender cuánto ha cambiado la situación del país, de la región y del mundo.

Habla de la incapacidad de la política para resolver. No deja de llamar la atención que esa desconexión se dé en un país que optó por una nueva generación política. ¿Qué pasó entonces?

Lo he dicho muchas veces y se los he dicho a ellos también: esta nueva generación es muy representativa de las élites chilenas. Claro, en un momento sintonizaron con el descontento que había en el país, pero es una generación a la que le cuesta mucho empatizar y entender los problemas de la gente común.

¿Qué debió haber hecho y no ha podido?

A ver, han empujado algunas políticas públicas que han cambiado cosas relevantes. Sin embargo, creo que este gobierno tenía que tratar de vertebrar el descontento, darle estructura. Eso pasaba por volcarse más hacia la sociedad, por volver a intermediar más que gobernar desde arriba. Eventualmente, ahí

¿Faltó calle?

Es que, en general, y esto es bueno ponerlo sobre la mesa, los partidos políticos que logran hacer ese trabajo, lo hacen creciendo lento. Y lo que le pasó a esta nueva izquierda chilena es que creció muy rápido, muy fácil y sin necesidad de enraizarse en la sociedad. Pero seamos justos: esa es una debilidad del sistema político en general.

JUAN PABLO LUNA
JUAN PABLO LUNA, DOCTOR EN CIENCIA POLÍTICA EN LA UNIVERSIDAD DE CAROLINA DEL NORTE FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

¿Nuevamente la fractura del sistema político?

El problema es estructural. Están todos jodidos. Uno los ve peleando, pero en realidad se están desfondando juntos. Mi impresión es que el chismerío, el escándalo del día nos mantiene entretenidos, pero provoca una enorme impotencia en la gente. Te doy un ejemplo. Abisma esta obsesión que tienen sobre quién va a ganar la próxima elección presidencial o quién puntea en las encuestas…

¿Por lo desconectado?

… Y por lo trivial. Entiendo que es un ejercicio con el que se hace política y se genera influencia, pero tiene muy poco sentido de realidad. Además, cualquiera que puntee en las encuestas, cualquiera que termine siendo electo Presidente o Presidenta debiera estar sumamente preocupado. Gobernar es sumamente complejo en estos tiempos.

Parece un contrasentido preguntarte eso, pero ¿qué cree que representan o expresan los nombres de Evelyn Matthei y de Michelle Bachelet?

Lo primero que diría es que las dos son candidaturas más por defecto que por mérito propio. Es el vacío en el que estamos lo que permite que esas candidaturas marquen.

¿Matthei y Bachelet encarnan el vacío?

Sí, aunque creo que también reflejan la búsqueda de una cierta razonabilidad, de moderación, de tranquilidad por volver a un pasado que fue mejor.

La añoranza…

Claro. La gente quiere -aunque sea imposible de lograr- volver a la tranquilidad de hace 15 o 20 años. Pero es evidente que eso ya no está. Y ahí hay un punto interesante. La derecha más radical y conservadora tiene la promesa de volver al Chile ordenado, al Chile sin migrantes ni delincuencia. Pero eso no es verdad. Es un discurso, una utopía. Y ellos lo saben. Puede servir para ganar, pero no para gobernar. (La Tercera)