Pensar que el estallido social fue simplemente un “estallido delictual” es un error. Explicaciones simples de un lado y otro. Por una parte, de aquellos que creen que esto fue Maduro junto al narcotráfico e instigado por los periodistas de izquierda. Por otro lado, de aquellos que creen en el “pueblo virtuoso” que al fin despertaba del yugo capitalista.
Ni lo uno ni lo otro.
Hay un primer hecho que hasta ahora no logramos saber. Quién prendió la mecha. Quién inició la barbarie. Quién quemó el metro.
Pero a estas alturas ya es irrelevante.
La pregunta de fondo es por qué después del infierno de ese 18 de octubre, inmediata y espontáneamente, la gente salió no a pedir orden, sino que a apoyar la violencia. Necesitarán pasar otros cinco años (o tal vez 10 o 20) para realmente entender ese fenómeno, que terminó en la marcha del millón de personas.
No salieron a pedir que detuvieran a los delincuentes que habían quemado la empresa orgullo nacional, sino que en el fondo salieron a apoyar el salvajismo (no hay que olvidar que las encuestas mostraron que casi el 60% apoyaba la violencia como “método legítimo de protesta”).
Voltaire decía “conozco al pueblo, cambia en un día”. Y, obviamente, cambió. Hoy se ve ese período como una profunda pesadilla. Como una catarsis que no solo no valió la pena, sino que le costó caro al país.
Y así fue.
El estallido mostró luces y sombras que se incorporaron a nuestros empolvados textos de historia.
Primero las sombras: una profunda irresponsabilidad de parte de la izquierda que avaló el caos y pretendió, encabezada por el Partido Comunista, sacar a quien detentaba legítimamente el poder.
Segundo, las luces: el acuerdo del 15 de noviembre donde todas las fuerzas democráticas (no estaba el PC y parte del Frente Amplio) acordaron el proceso constitucional. Es cierto que aquello fue un coitus interruptus, pero eso es otra historia. En un momento muy duro, gran parte de los denostados políticos pusieron al país primero. Y en ello también tuvo una cuota importante Piñera, que desoyó las burdas propuestas de ordenar a los tanques disparar.
La primera pregunta es: ¿por qué se produjo la masiva protesta pese a haber tenido los mejores 30 años de nuestra historia? La segunda pregunta es: ¿qué quedó de aquello?
Respecto a por qué pasó lo que pasó, al menos 5 razones. Titulares:
-La complejidad del ser humano aplica a la sociedad. Tener mejores índices que 30 años atrás en todo (y mejores que los de los vecinos) es equivalente a tener todos los exámenes de salud bien, pero tener depresión. Es posible.
-El cambio generacional. El salto se dio en los 90. Cuando en Chile éramos jaguares. Cuando la gente salió del lecho del río a vivir en la casa propia. La generación que encabezó la protesta es la que nació donde mismo estaba. La que no experimentó la modernización y que consideró que el orden social era injusto.
-La falta de crecimiento pasó la cuenta. Una sociedad que deja de crecer deja de tener movilidad. Porque es fake new que el crecimiento de los 30 años fue para unos pocos.
-La excesiva desigualdad sí es un problema. Como el propio Adam Smith advirtió, “la opulencia del rico no le es indiferente al pobre”. No bastó mostrar la mejora en el coeficiente de Gini, en especial cuando las redes sociales la exacerban.
-La desconfianza en las instituciones. El año 2019 pilló a la sociedad chilena con la confianza de las principales instituciones en el suelo. Y pasó la cuenta.
Respecto a la pregunta que quedó, nuevamente se intentan hacer ganancias espurias. Se amenaza con que el “malestar” sigue ahí, como un monstruo que volverá a despertar. Pero pensar que existe “un” malestar es tan absurdo como pensar que existe “un” pueblo. Ni el malestar es único, ni el pueblo es único. Son variados. Hoy los malestares son otros que ayer, y mañana los malestares serán distintos a los de hoy. No hay un malestar orgánico, no es acumulativo ni es homogéneo.
Pero lo que sí quedó, al menos por un tiempo, es el recuerdo de la destrucción, de la irracionalidad. Y es un recuerdo al que hoy nadie quiere volver. Pero la memoria es corta, y la historia suele rimar. Pasará el tiempo y la gente olvidará lo ocurrido. Y así, como cuando hay un tsunami y un barco se adentra a tierra firme la recomendación es dejarlo donde llegó, para que la gente olvide los peligros del mar, tal vez no hubiera sido malo dejar, por ejemplo, el “jardín de la resistencia”, no como un lugar de peregrinaje, como pretendían unos pocos, sino como muestra palpable de a lo que puede llegar la irracionalidad, la destrucción, la borrachera.
No recordar el pasado es condenarse a repetirlo. (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias