40 horas: ni por ley ni lucha obrera; por aumento de productividad

40 horas: ni por ley ni lucha obrera; por aumento de productividad

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Hay preguntas que no tienen respuesta. Por lo menos, no una respuesta simple. ¿Quién consiguió la jornada laboral de 40 horas? ¿Fueron las protestas y la lucha obrera? ¿Fue debido al aumento de la productividad? ¿Hay otras razones?

Estos días, en (antes, Twitter) el doctor en Economía Juan Ramón Rallo, quien escribe en varios medios digitales, planteó un argumento  que puede atragántarsele a más de uno: «La jornada laboral», dijo, «se reduce debido al aumento de la productividad (fruto de la acumulación de capital), siendo este el impulsor y posibilitador a largo plazo de la reducción general de la jornada.» Para el economista, las leyes y las protestas quedan en un lugar secundario o directamente menor para generar cambios.

Ralló enlazó un tuit del economista Daniel Fernández Méndez, que señalaba «el impacto nulo de la legislación» en relación con las horas trabajadas, quien defiende también que la relación básica es económica: si los países se hacen más ricos, los trabajadores dedican más tiempo al ocio y menos al trabajo.

Este planteamiento traerá cola después (por presentar una correlación como una certeza), pero no nos adelantemos.

Por el contrario, Eduardo Garzón (también doctor en Economía) tiene una visión completamente opuesta: considera que la jornada laboral depende de la conquista de derechos por parte del movimiento obrero, que ponen freno a los privilegios propios del capitalismo, mientras que la legislación de cada país puede inclinar la balanza en una u otra dirección.

En su caso, no ve una relación directa o proporcional entre productividad y reducción de la jornada: puede haberla, afirma, pero no tiene por qué.

EL MERCADO… ¿SE REGULA?

Cogiendo el mismo gráfico (y teniendo en cuenta el aumento anual de vacaciones por año), cuarenta años después, los datos en los que se apoya  Fernández parecen tratar de explicar cómo el propio mercado se regula —algo que hemos oído muchas veces— , llegando a 2024 con una media de 32,4 horas/semana trabajadas.

Esto, a veces, trae cola: sobre todo, cuando tiende a no regularse o a fallar cada equis años, restando cierta verdad a esta afirmación, con episodios de inestabilidad de los ciclos económicos, la ineficacia para dar respuesta a ciertas demandas de los ciudadanos, los daños colaterales o la distribución desigual de la renta, entre otros. O como en la crisis de 2008, que quizá se hubiera regulado, pero no sin antes cargárselo todo, ya saben.

NO HAY CON QUÉ COMPARAR

No obstante, en este análisis, toca señalar algunas de esas cartas marcadas: la más evidente, cómo la legislación española y la lucha obrera han estado presentes, como afirmaba Garzón (y no podemos saber qué ocurriría si no fuese así).

Asimismo, los constantes aumentos de la productividad y del PIB español no muestran un efecto directo en la reducción de las jornadas (que, según esta hipótesis, deberían seguir reduciéndose de forma sostenida).

Rallo defiende que la jornada laboral no se reduce mediante acciones políticas, sino por el aumento de la productividad. Cabe señalar (el economista, parece omitirlo) que, en gran medida, ese aumento de la productividad está en manos de las grandes empresas y corporaciones (no de los trabajadores).

A través de esta acumulación de capital —es decir, al margen de las acciones del trabajador— es como se accede a mejores estándares de vida (o a mantenerlos) y más tiempo libre.

Además, hoy día, con empleos que empiezan a no ver otra salida que reducir las jornadas de sus trabajadores debido al auge tecnológico, sería importante analizar cuánta gente trabaja menos por la imposibilidad de conciliar vida familiar y profesional, falta de oportunidades y otras situaciones similares. Al fin y al cabo, este es un punto fundamental del caballo de batalla de la semana de 4 días laborales.

POSTURAS ENFRENTADAS

Por descontado, Rallo entiende que la legislación, al modificarse, afecta a ciertos puestos de trabajo, pero que no es el impulsor ni lo que permite la reducción de la jornada laboral. Para él, eso lo permite el progreso económico propio del capitalismo.

Tras la réplica de Eduardo Garzón, Rallo precisaba que, todos los países que han aumentado la productividad, han reducido las horas trabajadas a la mitad, pero que esto no tiene por qué ser así. Una menor jornada puede llevar a mayores salarios y un alargamiento voluntario del tiempo dedicado a actividades lucrativas.

En muchos sentidos, estas afirmaciones se hacen basándose en  correlaciones (es decir, dos elementos que aparecen unidos, pero no tienen por qué tener una relación directa), por lo que, a grandes rasgos, solo son meras hipótesis.

Por ejemplo, el aumento de la productividad aparece junto a la reducción de la jornada, pero ninguno de los economistas ha señalado cómo se vinculan de forma concreta ambas cosas. Otro tuitero, en relación con este punto apunta a Juan Ramón Rallo: «coincidencia ≠ causalidad.»

Algo similar, que no lo mismo, podríamos decir para relacionar legislación o lucha obrera con la reducción de la jornada laboral a 8 horas, si bien, en este caso, sí tenemos ejemplos concretos como el movimiento que fue cogiendo fuerza a partir del siglo XIX. No obstante, ¿por qué las posteriores reivindicaciones no han surtido efecto? ¿Qué control tiene el mercado frente a la lucha obrera y la legislación a través de la política en el siglo XXI?

4 DÍAS LABORALES, PERO ¿CÓMO?

Resolver esta duda (¿quién consiguió la jornada de 40 horas?), resulta complejo con los datos que tenemos.

No parece evidente que ninguna de las partes puedan dar una respuesta cerrada (vamos, que tengan toda la razón), pero sí aclara algunos puntos importantes: para mucha gente, la legislación y la lucha obrera frenan o limitan la posibilidad del libre mercado y el capitalismo puro; para otros, ese aumento de la productividad es básico para que la jornada siga reduciéndose en tiempo de trabajo semanal.

Algo que sigue sin suceder, aunque se empiece a abrir debate. Y que países como España van a tener serios problemas para implementarlo de forma efectiva, con el peso enorme de la construcción y la hostelería.

Ford, Roosevelt y Nixon en EEUU ya la mencionaron (la jornada de cuatro días) como una apuesta realista hace… muchas décadas. Por ahora, no parece mucho más cercana que entonces, a excepción del progreso tecnológico que ha sido continuo en los últimos cien años.

De igual modo, queda pendiente cómo vinculamos productividad y trabajo por objetivos, que sigue siendo un baremo minoritario y difícil de aplicar en muchos puestos fuera del ámbito tecnológico, comercial y de marketing).

La versión contraria, en defensa de la economía del libre mercado, critica la regulación o la legislación excesiva, pues considera que la gente que necesita trabajar (casi todos, ¿no?) encontrarán formas de evadir la ley para hacerlo: «si quieres que las personas trabajen menos, genera un país rico, no un país hiperregulado.»

De nuevo, se dan cita dos antiguos conocidos: basar las economías modernas y las políticas sociales en un libre mercado que tienda hacia un capitalismo extremo o poner(le) freno con legislación y políticas económicas.

Puede que nos falten datos para tomar una decisión pertinente…(por Javier Ruiz, El Blog Salmón)