Malditas palabras

Malditas palabras

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El mayor cisma en la historia de la Iglesia Católica sucedió en 1054, cuando Occidente quedó bajo la hegemonía de la Iglesia Católica Romana y Oriente de la Iglesia Ortodoxa. Desde el punto de vista teológico, la escisión se produjo por una palabra: “filioque”, hijo en latín. Fue adicionada en el Credo Niceno para establecer que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo. La Iglesia Oriental lo tomó como una ruptura con la ortodoxia, y se produjo el cisma. En la derecha chilena, a raíz del “caso Cubillos”, la palabra “libertas”, libertad en latín, parece estar teniendo un efecto semejante.

La exministra de Educación calificó las críticas que recibió por su remuneración en una universidad privada como “un atentado muy fuerte a la libertad” proveniente del “octubrismo”. Llamó entonces a la derecha a pronunciarse: o “libertad” u “octubrismo”. Esto fue aplaudido con entusiasmo por una rama del “sector”, como la derecha chilena gusta llamarse a sí misma. El antecesor de Cubillos en el sillón del Ministerio de Educación explicó su remuneración en términos empresariales: ella “aquí está cobrando un goodwill”, pues su figura adiciona valor a la universidad empleadora. Si alguien no lo comprende y lo critica, agregó Axel Kaiser, entiende “poco o nada de economía”.

Tuvieron que pasar largos días antes que la universidad involucrada reaccionara. Lo hizo primero a través de uno de sus socios, Alejandro Pérez. “Tengo una trayectoria larga en empresas y en instituciones —señaló—, y tengo claro que es grave saltarse los esquemas de renta que las instituciones tienen porque siempre se producen desbalances que afectan a personas. Y en este caso ha sido así”. Más claro echarle agua: ni bajo la lógica empresarial la remuneración de la exministra tenía justificación.

Posteriormente sacó la voz el rector. Con una tibieza propia de quien ejerce un alto cargo académico, señaló que la candidata por Las Condes “en una parte está equivocada porque la libertad completa no puede existir cuando una actividad es regulada, tiene que cumplir ciertos estándares”.

Otras voces, ajenas a la entidad cuestionada y al “octubrismo”, objetaron, primero, que una universidad, por ser privada, se pueda gobernar como cualquier empresa capitalista; y segundo, que una empresa pueda funcionar sin reglas ni estándares ni interferencias, respondiendo únicamente a la libertad de sus propietarios.

La investigadora del IES Josefina Araos, por ejemplo, recordó que la universidad es “un tipo de comunidad singular que, por su naturaleza y vocación, exige obligaciones y límites distintos”; entre ellas, evaluación entre pares y compensaciones, monetarias y de cualquier otro tipo, reguladas y transparentes. La docencia, como recordaba Gabriela Mistral, es una vocación exigente que obliga a “enseñar con actitud, el gesto y la palabra”. Tiene muchas gratificaciones, qué duda cabe, pero no precisamente la económica. La defensa de Cubillos pasa por encima de esto y deja como amarga impresión, indica Araos, que a nombre de la libertad y la autonomía “los privados pueden hacer lo que se les plazca”.

Blanca Lecaros Arthur, en carta a este periódico, lo dijo sin rodeos. La universidad puede ser privada, pero “desempeña una función pública” con “recursos (que) provienen del Estado y del esfuerzo de las familias”, lo que le obliga a emplearlos exclusivamente “a cumplir los fines educativos”. Lo que hay aquí, concluyó, es el uso de la libertad simplemente “para sacar provecho”.

Lo han destacado múltiples observadores, de todo el espectro ideológico. Entre las mayores obras de Jaime Guzmán fue crear una derecha en la que se fusionó la tradición conservadora de raíz católica y la doctrina liberal promercado de los Chicago Boys. El diverso uso de la noción de libertad a raíz del “caso Cubillos” indica que esa magna obra comienza a mostrar sus grietas. Malditas palabras. (El Mercurio)

Eugenio Tironi