La acusación constitucional es el instrumento de mayor envergadura que tiene el Congreso Nacional para hacer efectiva la responsabilidad de autoridades públicas, reservado específicamente para castigar infracciones a la Constitución con la pérdida del cargo y la inhabilidad para ejercer roles públicos durante los siguientes cinco años.
Existe desde la Constitución de 1828, aunque la sanción de inhabilidad posterior fue incorporada en la Constitución de 1980, como reacción a lo ocurrido en el gobierno del presidente Allende, que cambiaba de cartera al ministro destituido como consecuencia de una acusación constitucional. Agregar el ostracismo político a la pérdida del cargo significó un ostensible aumento de la gravedad de la sanción, por lo que obliga consiguientemente a ser más cuidadoso en el uso del instrumento, para no convertirlo en una herramienta de expulsión de la arena política de un contrincante temible.
La polarización extrema en el periodo 1970-73 llevó a que se materializaran 19 acusaciones constitucionales a ministros e intendentes en sólo 3 años; durante el gobierno de Aylwin el único ministro acusado constitucionalmente fue el de Transportes; en el de Frei Ruiz-Tagle hubo tres autoridades ministeriales acusadas (Hacienda, Educación y Obras Públicas); en el de Lagos fueron acusados dos intendentes y los ministros de Economía y de Justicia.
Luego, en el primer gobierno de Bachelet sólo fue acusada la ministra de Educación; en el primero de Piñera los ministros del Interior y de Educación, así como el intendente de Atacama y el gobernador de Copiapó; en el segundo gobierno de Bachelet fueron acusadas constitucionalmente las ministras de Salud y de Justicia.
Las acusaciones constitucionales a ministros vuelven a ser frecuentes e indiscriminadas en el segundo periodo gubernamental de Sebastián Piñera, durante el cual se sometieron a este proceso dos ministros de Salud (uno por la Pandemia) y dos de Educación, además de un intendente y el propio presidente de la República, también en dos ocasiones. Hasta entonces, en toda la historia de Chile se había acusado constitucionalmente sólo a un mandatario en ejercicio, Ibáñez del Campo en 1956.
Nadie discute hoy el mal uso que hizo la oposición de esta herramienta constitucional durante el segundo mandato del presidente Piñera. De hecho, uno de los líderes opositores de entonces y hoy presidente de la República, así lo ha reconocido. La acusación constitucional se usó para intentar dirimir diferencias en las políticas públicas o la gestión, quitarle al presidente la atribución exclusiva de cambiar las autoridades ministeriales, o simplemente para poner en agenda un tema político en particular, pervirtiendo un instrumento que está originalmente reservado para sancionar transgresiones constitucionales.
La paradoja es que hoy día los discursos son exactamente los mismos que se escuchaban en el periodo 2018-2022 a propósito de las acusaciones constitucionales, pero los roles están cambiados. Los gobiernistas de ayer se comportan de similar manera a los opositores de entonces, y éstos asumen con igual brío el discurso de quienes gobernaban.
Si hay algo que está en la base de la desconfianza hacia la política es la falta de consistencia, es el cambio de discurso según la circunstancia y la posición, es el doble estándar, la aplicación de raseros distintos para evaluar a los propios que a los adversarios, finalmente, el comportamiento radicalmente diferente cuando se está en el gobierno que cuando se está en la oposición.
Recuerdo mi decepción cuando, habiendo transcurrido sólo unos meses de que celebráramos con la presidenta Bachelet y su canciller Heraldo Muñoz la materialización del TPP-11 logrado a pesar del retiro de EE.UU. por decisión del presidente Trump, la mayoría de mis colegas de la Concertación votó en contra del mismo cuando el presidente Piñera lo sometió a aprobación en el Congreso.
Era exactamente el mismo tratado, y las mismas personas se comportaron de manera distinta. Como si fueran diferentes personas al pasar del gobierno a la oposición, como si su mirada del país y sus valores y principios políticos hubieran mutado porque el pueblo decidió que dejaran de gobernar.
La generación que hoy gobierna ha cambiado su mirada sobre muchas cosas ahora que está del lado de quien está llamado a resolver los problemas y no sólo a denunciarlos. Sólo sabremos si esta maduración es verdadera cuando el pueblo decida ponerlos nuevamente en la oposición.
Pero mi decepción se actualiza cuando veo a quienes denunciaban la perversión de la herramienta de la acusación constitucional cuando estaban en el gobierno, incluso la asimilaban a un intento de golpe de Estado cuando se dirigía al presidente Piñera, y ahora corren detrás de Republicanos que presenta una acusación a la ministra del Interior con fines exclusivamente electorales, para que el tema de la seguridad pública domine la campaña electoral de las municipales y regionales, sin ningún antecedente que hable de transgresiones a la Constitución.
Incluso, anuncian (felizmente abortada por inconsulta) una acusación contra el presidente de la República por razones completamente ajenas a la transgresión constitucional, simplemente para expresar su crítica a la política y gestión presidencial.
Como si fueran personas distintas cuando pasan del gobierno a la oposición. Allí es cuando personas como los diputados Francisco Undurraga y Jorge Guzmán, votando en contra de una acusación constitucional infundada, brillan por su condición de islotes de consistencia en un océano de inconsistentes, que no dudan en quemar lo que adoraron ni adorar lo que antes incineraron.
Finalmente, en esta política donde las diferencias están tan asociadas a los roles más que a las convicciones, es la consistencia de los principios y las conductas lo que se valora, lo que en el plazo largo constituye liderazgos que se proyectan en el tiempo.
Entre tantas estrellas fugaces, el lucero que siempre está donde se le espera, que no acomoda su discurso ni a la conveniencia ni a la circunstancia, el que mantiene la templanza en tiempos difíciles, el que está dispuesto a defender sus convicciones incluso contra la corriente, ése es el que sobrevivirá a la moda y a las mareas. (Ex Ante)
Pepe Auth