Una conclusión recurrente tras conocerse los resultados de la elección del fin de semana pasado fue: aquí triunfó la moderación. O sea, la cordura, la sensatez, la templanza en las palabras o acciones.
De hecho, nadie celebró en exceso ni reconoció un gran desastre. ¿Equivale esto a una morigeración generalizada del cuadro político? ¿O a una derrota de los extremos, como se proclama? ¿Ha comenzado el fin de la polarización que nos acompaña desde hace una década?
No parece ser así. En efecto, la moderación proclamada, se supone, correspondería al relativo éxito de las alianzas tradicionales de la gobernabilidad posdictadura. Esto es, a la antigua Concertación en sus nuevas expresiones y a la derecha de impronta liberal-piñerista. Este diagnóstico, me temo, es equivocado.
Por un lado, pasa por alto que esos dos bloques tienen solo una débil hegemonía en sus respectivos sectores. Y ambos son interpelados por la diestra y la siniestra situadas en sus extremos; republicanos y socialcristianos a la derecha, comunistas y porciones del frenteamplismo por la izquierda. Este cuadro, junto a la existencia de independientes antipartidos y de un amplio segmento de votantes que se abstiene de marcar preferencias, constituye un serio cuestionamiento del supuesto fortalecimiento de las alianzas tradicionales y su efecto morigerador.
A su vez, el agrupamiento de ambas alianzas en torno a un centro moderador presenta dinámicas que limitan severamente su influencia. Primero, en vez de actuar aquellas alianzas convergentemente en términos de asegurar gobernabilidad, las fuerzas que las integran libran guerras de posiciones apenas veladas buscando imponer hegemonía y dominar a los aliados. No hay complicidades de ninguna especie al interior de ellas y entre ellas reinan tácticas de aniquilamiento mutuo.
Segundo, más grave aún, ambas son alianzas sin un horizonte común de ideas capaces de renovar su vinculación con la sociedad. Intelectuales, académicos y dirigentes de centroderechas vienen señalando ese vacío ya desde hace rato. Algo similar ocurre con las centroizquierdas, cuya renovación se halla bloqueada, en parte por haber asumido la corresponsabilidad de administrar un gobierno particularmente confuso en el plano ideológico.
De modo que el frente moderado supuestamente victorioso experimenta un cúmulo de dificultades. Las respectivas alianzas tradicionales se comportan de manera nada sensata si no, más bien, destructiva, sobre todo cuando están en la oposición. Es un juego de suma cero.
Al mismo tiempo, carecen de una perspectiva estratégica y de liderazgos con visión de un futuro compartido. Ambas viven atemorizadas y vacilan frente al avance de las fuerzas más extremas dentro de cada sector. Por último, una y otra parecen desconcertadas ante los nuevos desafíos del país —múltiples y algunos de enorme envergadura— y no logran renovar su visión, horizonte estratégico y propuestas programáticas. (El Mercurio)
José Joaquín Brunner