“El regreso de Chile a la moderación continúa en las elecciones municipales de hoy, con derrotas para Irací Hassler, la alcaldesa comunista del centro de Santiago, y, de forma inesperada, para Marcela Cubillos, una conservadora, en Las Condes, uno de los distritos más ricos de la capital”. Certero y sintético el tuit de Michael Reid, conocido periodista británico especializado en Latinoamérica y España, emitido la noche del domingo 27. Su mirada ha sido compartida vastamente, dentro y fuera de Chile. Podríamos estar ante el fin de un largo ciclo de incertidumbres.
No es misterio que la presión se había venido acumulando por años. El estancamiento económico, así como un sistema político ensimismado, incapaz de concordar reformas destinadas a reimpulsar el crecimiento, mitigar las inseguridades vitales y combatir el porfiado trato oligárquico, transformaron el optimismo surgido con la transición democrática y el auge del capitalismo mundial en un viscoso pesimismo. La ciudadanía pensó que la solución estaba en traer de vuelta a Bachelet y Piñera, pero fue para peor. La presión no bajó, y esta derivó en la explosión de octubre de 2019. A partir de entonces Chile ha oscilado, sin sosiego, de izquierda a derecha, cual péndulo enloquecido.
Sobrevino primero la “marea roja”. La derecha fue prácticamente excluida de la Convención y de los gobiernos comunales y regionales. También la vieja Concertación. Boric, un joven parlamentario de izquierda, ganó la presidencial a Kast, quien en primera vuelta había derrotado a la derecha tradicional. La ola se detuvo bruscamente con el triunfo del Rechazo en septiembre de 2022 y el consiguiente reencuadre del Gobierno, simbolizado por la llegada de Tohá a Interior.
Llegó el turno de la “marea azul”. Los republicanos inesperadamente alcanzaron el control del proceso constitucional. Su propuesta fue igualmente rechazada. Desde entonces, diciembre de 2023, hemos estado en ascuas, sin saber en qué dirección se movería el péndulo la próxima vez. La incógnita se despejó el domingo 27: se movió hacia el centro, restableciendo un equilibrio bastante parecido al de los 30 años previos a 2019.
El electorado, esta vez con voto obligatorio, premió la moderación; en ambos lados del espectro. En el oficialismo la ex-Concertación retomó aire. El Frente Amplio se consolidó como cantera de un liderazgo político joven ya probado en la gestión municipal. El PC retomó su lugar histórico. El respaldo electoral de la coalición gobernante se estrechó, pero ella sigue siendo competitiva y con figuras de mucho futuro.
En la derecha el giro fue más espectacular. Kast nunca ocultó que su plan era sobrepasar a la derecha tradicional para someterla a su hegemonía; como Meloni en Italia y Le Pen en Francia. Eludió fríamente los llamados a la “unidad del sector” y se enfocó en demostrar su condición de fuerza mayoritaria. Pero la derecha clásica resistió el embate. Incluso se deshizo de figuras internas que coqueteaban abiertamente con el P. Republicano, como Cubillos. Es un gran alivio, especialmente para la UDI.
La elección de gobernadores debiera generar una alianza instrumental entre las dos derechas. Para la presidencial se ve más difícil. Kast ya anunció que su nombre estará en la papeleta de primera vuelta, no importan los costos que tenga en la parlamentaria. La guerra interna no ha terminado
La derecha tradicional apuesta, con razón, a colocar a Matthei en La Moneda. De tener éxito, deberá lidiar con los mismos problemas que aquejan hoy a la ciudadanía, con un Congreso igualmente ingobernable. Sin la amenaza republicana mordiéndole los tobillos, sería de toda lógica que Chile Vamos busque proactivamente concordar con el oficialismo reformas que bajen la presión social, que mejoren la gobernanza del Legislativo y que descontaminen del tóxico rencor que envenena la escena política; lo cual podría abrir otro ciclo de treinta años, como aquel que se inauguró en los noventa. Se dirá que la lógica nunca manda en política, mas en pedir no hay engaño. (El Mercurio)
Eugenio Tironi