Desde luego, no da lo mismo quien gobierna, tal como quiso marcarlo, a favor de sus convicciones, el Presidente de la República, horas antes que se iniciara la formalización judicial de su exsubsecretario del Interior, acusado de violación por una subordinada de esa repartición del palacio de Gobierno y respecto de lo cual el mandatario sorteó vecindad con el consabido “nadie está sobre la ley”.
No da lo mismo, incluso cuando corren los tiempos previos a la asunción del mando, ocasión en la que las experiencias de cada habitualidad, expectativas, juicios, prejuicios y convicciones socio culturales de cada individuo comienzan a producir cambios en la percepción y discurso dominante de la líquida realidad social, política, económica y cultural de los países, tal como, por lo demás, se ha podido constatar en el caso de la reciente elección de nuevo presidente de los Estados Unidos.
Pero, especialmente no da lo mismo quien gobierna, no solo por una cuestión de expectativas y conductas previas al acto de asunción del poder, sino porque, una vez instalado en la sala de máquinas, un gobernante con voluntad de poder, pero poca experiencia, amplia confusión o desconocimiento sobre la historia y evolución económica, social y cultural de las demandas profundas de los pueblos, puede llegar a confundir sus propios deseos infantiles y utopías juveniles con un relato posible para la política del siglo XXI, arrastrando a millones de personas a la fatídica experiencia de estallidos de disconformidad o profundos letargos paralizantes en los que los sueños imposibles son mantenidos vigentes por una dirigencia populista que utiliza su poder de agenda sobre la media y redes sociales, no obstante los esfuerzos que los ciudadanos vigilantes, despiertos y alertas, realizan para sacudir aquel cuerpo social adormecido por el irrealizable cuento que los primeros han logrado inyectar en al menos el 30% de una ciudadanía que parece inmune a las torpezas de gestión de la autoridad ejecutiva según las encuestas.
Ingratamente los vigilantes, como buenos representantes de la áspera racionalidad que caracteriza a quienes miden costos y beneficios, oportunidades y amenazas de las siempre complejas tomas de decisiones en una realidad multifacética, suelen explicar sus puntos desde la lógica de los hechos y la verificabilidad de las matemáticas, lo cual, por lo demás, se pueden expresar sumariamente, como se ha dicho, en una hoja de Exel, mientras los igualitarismos sociales de toda especie se han caracterizado por contar su relato en Word, sin números, aunque con un calculado lenguaje, las más de las veces poético, general, no evaluable, pero fuertemente descriptivo de los mas caros deseos de la especie: una sociedad basada en el amor, la cooperación, comprensión, tolerancia, igualdad, fraternidad, que asegura la gratuidad de derechos de todos a la salud, educación, previsión, vivienda (¿y alimentación?) de manera universal, a través del simple expediente de conseguir mayorías democráticas para instalar macizas estructuras legales y burocráticas estatales (nuevas constituciones) que terminan restando libertades de movimiento y aumentan la carga tributaria del Estado sobre las capas medias y los más afortunados. Estos, por supuesto, dadas las ingratas circunstancias, se van de aquellos lugares con camas, petacas y sus respectivos capitales cultural y monetario.
Los que ya han despertado, saben, empero, que esos paquetes de prometedores conceptos son solo sueños a conseguir -si es que se puede- en un larguísimo lapso y con el paso de generaciones, al tiempo que, para buena parte de la ciudadanía, terminan siendo, en el curso de su personal existencia, solo sueños, porque lo que define su materialización, por desgracia, no es la intensidad del deseo, ni de la voluntad, ni menos del buen discurso, sino de los recursos que se logran ahorrar para financiarlos. Así, como hemos podido ser testigos en Chile y otras naciones del continente, aquella porfiada convicción que se instala en el soñador de que sus sueños son posibles, y, por cierto también, con el afán de evitar ser encarados masivamente por un pueblo irritado por vanas promesas y errores de diagnóstico, prioridades y metas, el gobernante populista termina malgastando ahorros de generaciones de trabajadores y endeudando al país en niveles que afectarán a varias generaciones posteriores. Es decir, no da lo mismo quien gobierna y las consecuencias de que lo hagan los despiertos o los soñadores son muy distintas.
Pero el relato de los despiertos suele ser antipático: “no hay plata”, “no se puede, al mismo tiempo, financiar la deuda CAE, la gratuidad universitaria y asignar más recursos a la educación prebásica, básica y media”; “no se pueden disminuir la lista de espera para las operaciones y tener más infraestructura y gastar en medicamentos el equivalente a cuatro hospitales”. Prioridad y gestión no parecen cualidades de quienes sueñan.
El deber del despierto en un entorno de necesidades infinitas y recursos escasos es, pues, siempre e inevitablemente, priorizar, mientras que el populista ensoñador ofrecerá soluciones múltiples a todos los problemas, como si los medios fueran infinitos…hasta que simplemente ya no puede, porque, como adelantaron los despiertos, “no hay plata”. Entonces la solución es aumentar o crear nuevos impuestos y apretar la maquinaria contra la evasión tributaria. O hacerse el leso con las promesas en varias áreas. Así y todo, repetidamente, las sociedades embobadas siguen el discurso populista hasta que es despertada a empujones por malas noticias: economía estancada, inflación al alza, desocupación creciente; inversión detenida, productividad trancada y proyectos demorados o postergados para días mejores; mientras, desde los Gobiernos, el relato acusa al imperialismo y/o de agoreros a quienes les han advertido el error del camino tomado.
Es decir, si bien tienen razón quienes alegan que la derecha parece carecer de un verdadero discurso político en Word y rechazan su habitual estrategia basada en el Exel, lo cierto es que las tablas matemáticas junto con cuantificar claramente lo que se puede y no, también son traducibles a un más seductor relato para quienes valoran la libertad. Así lo han demostrado conocidos políticos e ideólogos de la derecha española, entre ellos, Cayetana Álvarez de Toledo, quien de visita en Chile y frente a la supuestamente solidaria -aunque improbable- propuesta populista de un Estado con un rol central en la felicidad de las personas, que puede llevarnos de la mano “desde la cuna a la tumba”, responde con la poesía, pasión y belleza, encarnada en el valor de la libertad, la autonomía, independencia, en las que el rol del Estado no es resolver los problemas a la gente -con excepción de la natural solidaridad con los más vulnerables- sino normar las condiciones para que sean las personas por ellas mismas las que puedan alcanzar sus sueños. Pero, para aquello, un mínimo exigible como contraprestación por el pago de impuestos, es que cada quien pueda vivir sin la amenaza latente de una repentina destrucción de su vida y bienes que los poderes sin contrapeso en general y la delincuencia en particular, tienen por sobre quienes trabajar paciente y arduamente para conseguir sus metas. De allí que sea indispensable que “todos estén bajo la ley”.
Es decir, el líder o lideresa de una derecha democrática moderna, unificada, poderosa ideológica y organizativamente, no requiere necesariamente encarnar propósitos colectivos más allá de lo que la modernidad pide a los Estados en áreas de seguridad nacional, seguridad ciudadana, educación, salud, previsión y obras públicas, pues se entiende que cada quien tiene derecho a construir su propio sueño familiar o individual y que si bien los objetivos nacionales siempre tienen dimensiones de corto, mediano y largo plazo, son perfectamente compatibles con los planes de vida individuales y realizables cuando, sin demagogias, son enunciados con claridad y números a la ciudadanía en la forma de prioridades que se han decidido adoptar desde el Estado en los cuatro años de gobierno y luego cumplir rigurosamente con ellas, teniendo, al mismo tiempo, la capacidad política de contener las presiones de quienes inevitablemente deberán esperar en la fila. Así, junto con facilitar la vida habitual de los ciudadanos, cuidando sustantivamente su seguridad, se puede responder a amplias mayorías ciudadanas facilitando la actividad económica, comercial y productiva privada y pública; incentivando la inversión, crecimiento y empleo y sin poner sobre las capas medias un peso desequilibrado de obligaciones tributarias ni de permisología que paralicen su iniciativa para construir objetivos propios, permitiéndoseles en cambio crecer y desarrollarse.
Un Estado y Gobierno moderno, trabajando de consuno con la ciudadanía en el objetivo de entregar a los habitantes de su territorio la mayor responsabilidad del crecimiento para alcanzar sus propias metas, es un discurso que devuelve la confianza a la gente en sus propias fuerzas, haciéndolas crecer en dignidad y virtudes, al permitirles manifestar su creatividad y expansión de su poder realizador, mientras que la seguridad y la justicia, aplicadas honesta y legítimamente desde el Estado de modo que todos sientan que operan bajo una misma ley, sin privilegios, se la devuelven respecto de las adoloridas instituciones democráticas.
En ese marco, vale la pena considerar con Exel las promesas presentadas en Word para medir si efectivamente lo que ofrecerán los candidatos en las próximas elecciones al Congreso y la Presidencia de la República son posibles o solo son sueños inviables. Porque, desde luego, no da lo mismo quien gobierne y porque el Estado, como se ha visto, no puede solucionar todos los problemas de la gente, una tarea gigante que muestra demasiados fiascos a lo largo de los siglos XX y XXI. El Estado democrático, moderno y liberal solo debería obligarse a hacer viable jurídicamente la provisión de ciertos espacios de seguridad, educación, salud, previsión y vivienda mínimos con aportes públicos y privados que ofrezcan igualdad de oportunidades y posibiliten el desarrollo de sueños personales y familiares de ciudadanos libres, que libremente se han unido en el territorio nación para prosperar bajo el mando y renovación democrática periódica y legítima de Gobiernos que comprometan cada vez a “volver a creer, crear y crecer”. (Red NP)