Chile crece poco. Tanto así que, para lograr el ansiado desarrollo, la tasa de aumento del PIB debe casi duplicarse, a una de alrededor de un cuatro por ciento anual. En esta columna hemos sostenido que el principal motivo de esa baja tasa de crecimiento de Chile es la menguada tasa de aumento de la inversión, consecuencia principalmente de la “permisología” y de la incertidumbre institucional prevaleciente.
Pero esta permisología y esta inseguridad no son los únicos problemas económicos que tiene el país. Se cita también la baja o nula tasa de crecimiento de la productividad (PTF) de los últimos quinquenios. Se sostiene que eso nos ha hecho menos competitivos y ha frenado las exportaciones, el motor que tira el carro en una economía chica como la chilena.
Pues bien, la productividad aumenta de la mano de: 1) el progreso tecnológico y 2) la reasignación de recursos de sectores menos productivos a otros más productivos. En el caso de Chile, por un lado el progreso tecnológico está íntimamente ligado a la inversión y por ende a los factores antes citados, y por el otro lado, dado el altísimo grado de exposición de nuestra economía a la competencia internacional, los recursos se deben estar asignando razonablemente bien en los sectores servidos por mercados competitivos, más de un 75 por ciento del PIB. Sin embargo, todo pareciera indicar que ello no está sucediendo en el caso de los recursos asignados al Estado, en que no existen -como norma- los incentivos para maximizar eficiencia.
En efecto, los monitoreos de una buena proporción de los programas financiados por el Estado chileno indican que alrededor de un 50 por ciento de los últimos no cumplen con sus objetivos, están sujetos a problemas administrativos y/o adolecen de otros problemas (LyD, Temas Públicos, 2023). No obstante, y en términos genéricos, esta situación no difiere de aquella correspondiente a otros países, como Argentina y los EE.UU., que -eso sí- están tomando las drásticas medidas correctivas que estiman necesarias.
Para hacer tortillas hay que romper huevos. En Argentina, Javier Milei eliminó de un día para otro el déficit fiscal, redujo el número de ministerios a la mitad, y está impulsando, entre otras muchas medidas, la modificación del estatus del empleo estatal permanente. Por su parte, en EE.UU., el presidente electo Donald Trump le ha encargado a los empresarios Elon Musk y a Vivek Ramaswamy que desmantelen la burocracia gubernamental, reduzcan drásticamente el exceso de regulaciones, y recorten los gastos superfluos. ¡Los aludidos esperan reducir el gasto público federal en un tercio! ¿No podremos hacer en Chile algo similar? Ello, sin duda, contribuiría a aumentar la productividad en el país y junto con ello, a tener un mayor nivel del PIB por persona. (La Tercera)
Rolf Lüders