Entre Dolores y Concordia corre el río Uruguay. La primera es una localidad uruguaya y la segunda, argentina. Las diversas derechas chilenas bracean y patalean, tratando de determinar en cuál de las dos riberas de ese río terminarán ubicándose. El futuro de todos nosotros corre por esa misma corriente.
En Argentina, el predominio político del Peronismo empezó hace 80 años; solo pudo ser interrumpido ocasionalmente por los militares y luego por la derecha de Macri (2015-2019). Fueron solo paréntesis, hasta que la crisis se hizo insostenible en 2023 y otra derecha, esta vez con motosierra en mano, no pretende solo gobernar el país, sino refundarlo, de un modo que ambiciona irreversible.
En cambio, al otro lado del río, en Uruguay, desde que terminó la dictadura, en 1985, vienen sucediéndose gobiernos socialdemócratas, de izquierdas y derechas, sin que nadie pretenda refundar el país ni cambiar radicalmente las políticas de su antecesor.
En el debate de las pensiones, se enfrentan dos visiones de la derecha que tienen poco de ideológicas o técnicas y que tampoco son meramente electorales. Las separa, sobre todo, una mirada estratégica que puede ser más gravitante. Ambas derechas son partidarias de que el 6% vaya entero a las cuentas de capitalización individual. La una está dispuesta a transar un acuerdo, en el que un porcentaje menor vaya a alguna forma de solidaridad, mientras los republicanos y ultra republicanos denuncian que ese sería un acto de cobardía y de traición a los principios.
Es bueno volver a recordar que, hace menos de cuatro años, cuando el Presidente Piñera propuso una reforma de pensiones en la que la mitad del 6% adicional iba a la cuenta individual y la otra mitad se destinaba a diversas formas de solidaridad o reparto, la derecha entera la respaldó sin reparos. La izquierda la rechazó, afirmando que un 3% para reparto era insuficiente. Es que, claro, el clima político era otro. En octubre de 2019 habían tomado gran fuerza los movimientos “No +AFP” y “yo decido”. El primero alcanzó a ver cercano su triunfo definitivo de terminar con las cuentas individuales y la administración privada de los fondos; mientras el segundo tuvo resonantes triunfos parciales con los retiros.
Desde entonces, no ha cambiado ni la enfermedad ni la fiebre, sino solo quienes la padecen. La izquierda de entonces estaba segura de que su ciclo dominante no tendría fin, que terminaría por borrar a la derecha del mapa. El mismo delirio lo padece ahora parte de la derecha.
Es que la alternancia ya no es lo que era, cuando se sucedían algo monótona y previsiblemente Piñera y Bachelet. Ahora, hay sectores, a lado y lado, que creen posible refundar la Patria. El temor que se generan mutuamente ayuda a reforzar el vigor y sentido de misión salvífica que inflama sus corazones.
La derecha tiene la posibilidad de aquietar o acelerar el péndulo. Quienes no están por arribar a un acuerdo, a menos que sea por puro fanatismo o por torpeza política, solo pueden hacerlo bajo la convicción de que está pronta la hora de su victoria definitiva; embrujados ven cercano un triunfo cultural de tal magnitud y tan sólido que los partidarios de la solidaridad y de la igualdad no lograrán levantar de nuevo la cabeza; de que les propinarán una derrota definitiva, hasta hacerlos marginales e invisibles.
Es probable que la derecha dispuesta a cerrar un acuerdo esté igual de convencida que destinar un porcentaje menor del incremento de cotizaciones a alguna forma de solidaridad sea un error, pero que, con pragmatismo y sentido de realidad, aprecien que las condiciones son inmejorables para apuntalar un bien mayor, como es el ahorro individual y la administración privada de los fondos, pues los enemigos de esas ideas no desaparecerán del mapa. La firma de un Presidente del Frente Amplio y de su ministra comunista es un puntal potente para afirmar los pilares de su ideario en seguridad social.
En la batalla que se ha desatado al interior de la derecha no hay un debate ideológico. Está en juego la hegemonía electoral de sus facciones; pero también y más importante, está disputándose la forma de concebir la política; la manera de convivir con las izquierdas. Ya sabemos que la mirada excluyente y descalificadora de unos, potencia su espejo equivalente en una fracción de la izquierda.
Por eso, si gana la derecha intransigente, es posible que la corriente de agua entre Concordia y Dolores termine por arrastrarnos a todos a tierras peligrosas. (El Mercurio)
Jorge Correa Sutil