En tiempos de celebraciones religiosas significativas, vale la pena revisar su significado y revisitar fenómenos contingentes. Las fiestas surgen de visiones ideológicas indemostrables por excelencia. A sabiendas que existen millones de personas que no las comparten, hemos aprendido a aceptar que celebren quienes así lo desean, y se han acomodado feriados para hacerlo. Una mezcla de ideología, acumulación histórica y civilidad: una construcción institucional exitosa.
En contraste, hemos sido testigos de un extenso proceso de discusión de reforma al sistema de pensiones que modifica un aspecto débil del actual sistema: engrosar aportes de cargo patronal. El carácter de ese aporte ha sido uno de los aspectos más controvertidos: si se trata de una cotización del trabajador para su futura pensión, o de un aporte solidario a los ya pensionados, o más recientemente, de un crédito al Estado para mejorar las pensiones actuales.
Lo primero, quiero destacar la capacidad que ha mostrado el sistema político para proponer fórmulas con ánimo de superar las diferencias. Segundo, debo relevar la falta de liderazgo, de derechas e izquierdas, por conducir sus divergencias internas, de manera de distanciar a los actores más ideologizados que dificultan un acuerdo transversal. Evidentemente, un consenso de este tipo no debiera dejar muy contento a ningún sector político. Pero dejará a varios actores líderes orgullosos de lo obrado; a la economía, en un estado de mayor confianza y nuevas certezas; a los trabajadores, más tranquilos, ya que su cada vez más largo futuro ha sido resguardado económicamente, y a los ya pensionados, con moderadas expectativas de mejora de su situación.
En esta hora nona, hay reparos que continúan surgiendo por lograr un acuerdo en pensiones, que no parecen muestras de creatividad política. Muy por el contrario, reflejan desinterés por darle una victoria a la vereda de al frente, o incapacidad de ir contra principios ideológicos propios. Cualquiera sea el motivo, no hacen más que evidenciar una falta de interés genuino por el bienestar de los cotizantes y de los pensionados. Casi una década de aportes no realizados ha sido tirada por la borda, de entre un 4 y 6 por ciento de las remuneraciones de la masa laboral formal. Se actúa como si ese dinero no hubiera cambiado en nada la situación de los millones de cotizantes y beneficiarios, y seguimos dejándolo en los empleadores.
Aún surgen actores postulando que un mal acuerdo es peor que el statu quo. Esa posición es i) arrogante, ii) intransigente e iii) irresponsable. Arrogante, porque supone que su óptica es la más válida, la más cierta, y en definitiva, la correcta. De ahí a la intransigencia hay solo un paso.
Robert Harris plantea, a través del decano del Conclave, que el peor pecado es tener y sostener certezas en materia de visiones personales para hacerlas colectivas. Concuerdo con Harris.
La evidencia, la teoría y la ciencia son un aporte monumental para reducir el espacio de falsas certezas. Lamentablemente, en el corto y mediano plazo, no disponemos de toda la evidencia que pueda anular el espacio para hacer proyecciones y plantear visiones del futuro, incierto y complejo. Eso no implica inmovilismo o dejar de tomar acciones en incertidumbre. Sostener que la visión propia es la cierta, ergo, no moverse es mejor que abandonarla, es irresponsable. Implica darles demasiado crédito a visiones ideológicas y filosóficas volubles al momento de hacer políticas públicas, y suponer que solo las mías le sirven al resto.
Tener de rehén el futuro de los trabajadores y de los pensionados, ya sea por visiones dogmáticas intransigentes, para resguardar intereses económicos particulares (por ej., de las AFP), por indecisión, u otro motivo, ya no está a la altura. Todo liderazgo que no se haga cargo de esta realidad y no es capaz de abonar para concluir este proceso, no es digno de ocupar el sillón presidencial. (El Mercurio)
Bernardita Escobar Andrae
Académica