Josep Borrell: “Podemos nunca fue un partido, solo un estado de ánimo”

Josep Borrell: “Podemos nunca fue un partido, solo un estado de ánimo”

Compartir

Después de los cinco años de mandato establecidos, el alto representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, se despidió el 30 de noviembre pasado del cargo, recordando lo que dijo a su llegada en 2019, cuando advirtió de que “Europa está en peligro y ha de aprender a hablar el lenguaje del poder”. “Todo pasa y todo queda”, añadió el político de 77 años en un mensaje publicado en redes sociales parafraseando el famoso verso del poeta español Antonio Machado, acompañado de un video en el que resumía algunos de los momentos más destacados de su gestión, marcada por la pandemia de Covid-19 y las guerras en Ucrania y Medio Oriente. Ahora, la expremier de Estonia, Kaja Kallas, ocupa sus funciones.

Casado desde 2018 con Cristina Narbona, presidenta del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el político nacido en La Pobla de Segur, en la provincia catalana de Lleida, suma en su trayectoria cargos como el de secretario de Estado de Hacienda y de ministro de Obras Públicas (ambos bajo el gobierno de Felipe González), de ministro de Asuntos Exteriores (en la administración de Pedro Sánchez), además del de presidente del Parlamento Europeo (2004-2007).

Quizá por ello es que le gusta que lo describan como “catalán, español, europeo y socialista”. Y en esta condición el ahora exjefe de la diplomacia de la UE fue recibido por su amiga, la presidenta del PS, Paulina Vodanovic, en el marco de su visita a Chile esta semana.

Borrell
Josep Borrell junto a su amiga, la presidenta del PS, Paulina Vodanovic, en el marco de su visita a Chile. Foto: Fernando Fuentes

“Me gusta Sudamérica y me gusta en particular Chile”, dice Borrell a La Tercera. “La primera vez que vine a Chile fue por invitación de Ricardo Lagos, cuando él era ministro de Obras Públicas, y yo también era ministro de Obras Públicas en España (…). Y desde entonces he venido un montón de veces”, admite.

Pero de descanso tiene poco su estadía en Chile. Mientras concede esta entrevista, su celular no para de sonar con llamados de autoridades de distintos puntos del globo pidiendo su consejo. Y es que las aguas de la política internacional en las que se movió como alto representante de la UE para Asuntos Exteriores hoy parecen más convulsas que nunca con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, el anuncio de un alto el fuego en Gaza y una guerra en Ucrania que se encamina al inicio de su cuarto año. Temas que Borrell, hoy lejos de Bruselas, no evade analizar.

Han sido cinco años como alto representante de la UE para Asuntos Exteriores. Si tuviera que hacer un breve balance de su gestión, ¿con qué se queda?

Me quedo con la vuelta de la guerra. La vuelta de la guerra interestatal, no la guerra contra el terrorismo. La guerra contra el terrorismo marcó una época después del 11 de septiembre. Ahora ya no estamos hablando de los talibanes, ahora estamos hablando de la vuelta de la guerra como una realidad tangible, cercana a nosotros los europeos, que provoca un desequilibrio tremendo de las relaciones internacionales y que es una amenaza seria.

A propósito de Gaza, usted dijo que era “la situación más dramática desde la Segunda Guerra Mundial”. ¿Cómo ve el futuro de Medio Oriente tras el acuerdo entre Israel y Hamas?

El futuro de Medio Oriente no se puede ver sino con enorme escepticismo y amargura, porque este acuerdo, suponiendo que se aplique, llega muy tarde, y más vale tarde que nunca, y más vale que sigan dejando de morir palestinos y que los rehenes se liberen, pero eso no resuelve el problema. Se nos resuelve el problema del conflicto que ya es secular entre Israel y Palestina. Esto detiene una tragedia. Lo he dicho, es la mayor tragedia que hemos vivido después de la Segunda Guerra Mundial. Y algunos hablan de ella, algunos en Europa, como si fuese una tragedia humanitaria, como si fuese un accidente de la naturaleza, como si hubiera habido un terremoto, como si hubiera habido una inundación. Oiga, llamen las cosas por su nombre. Esto es una tragedia provocada por el hombre y hecho por el hombre a conciencia. Son 45.000 muertos, son 50.000, 60.000, nadie lo sabe, pero las cifras son terroríficas. Nadie puede quedarse indiferente ante eso. Y lo que me estremece es cuánta indiferencia hay frente a esa tragedia.

Usted habló de la vuelta de la guerra interestatal. Respecto del conflicto en Ucrania, poco antes de dejar el cargo señaló que la Unión Europea había alcanzado un “punto de quiebre”. ¿Con la llegada de Trump ve en riesgo la unidad de la UE en cuanto al apoyo al régimen de Kiev?

Sí, no ha hecho falta que llegue Trump para que empiecen a producirse las primeras grietas. Hay al menos dos países europeos, cuando yo me fui de Bruselas, que ya abiertamente reclamaban el fin de la ayuda militar a Ucrania, al menos por su parte, es decir, que ya no estaban dispuestos a seguir ayudando militarmente a Ucrania. Y la gran pregunta que se plantea todo el mundo es ¿qué va a hacer Trump? Bueno, con lo que ya ha hecho, es decir, congelar durante meses, impedir que se aprobara el último paquete de 60.000 millones de dólares, ya tiene una enorme responsabilidad sobre cómo la guerra ha ido, porque ese retraso en la ayuda de meses ha sido muy negativo para la capacidad defensiva de Ucrania. Si Trump decidiera suspender la ayuda militar a Ucrania, los europeos tendrían que plantearse si son capaces de sustituir a Estados Unidos.

Desde 2019, Trump ha comentado que quiere sacar a Estados Unidos de la OTAN. Las críticas se centran, sobre todo, en el aporte económico que hace cada país. Al respecto, usted dijo que la OTAN no puede ser una alianza “a la carta” y depender “del humor” del presidente de EE.UU. ¿Cómo hace frente la UE a las amenazas de Trump?

Trump tenía razón en una cosa, que ya había dicho Obama antes, que es que los europeos hemos delegado demasiado nuestra seguridad en Estados Unidos. Eso es una crítica que hay que aceptar, porque es cierta. Los europeos, desde el fin de la Guerra Fría, dijimos, bueno, ya se acabó la amenaza rusa y para eso están EE.UU. y la OTAN. Trump tiene razón cuando dice que los europeos no gastan bastante en su propia capacidad defensiva. Los europeos tienen que gastar más en su defensa, no pueden seguir dependiendo de que los electores americanos decidan escoger a alguien que decida, como ha dicho, si Putin ataca a un país que no gasta más del 2% en defensa, no voy a activar el artículo 5 de la carta de la OTAN, con lo cual convierte a la OTAN en una especie de alianza a la carta, es decir, depende de quién y cuándo y cómo. Eso no es serio. Pero los europeos tienen que hacer mucho más. Se acabó el mundo en el que Estados Unidos estaba dispuesto a garantizar la seguridad de Europa, porque para Estados Unidos hoy el gran problema no está en Europa, está en el Indo-Pacífico. Y para ellos, haber tenido que volver a Europa para ayudar a Ucrania ha sido una diversión con respecto a su objetivo principal, que lo sigue siendo, que es el enfrentamiento con China. Y no creo que Estados Unidos pueda plantearse hacer frente a la vez a dos adversarios.

¿Y cómo interpreta las recientes declaraciones de Trump sobre recuperar Groenlandia y el Canal de Panamá, además de llamar a Canadá como el estado 51 de EE.UU.?

Sabíamos que Trump iba a ser un factor que iba a alterar el mapa geopolítico mundial, pero esta clase de planteamientos no se le habían ocurrido a nadie, francamente. Si a cualquier dirigente político del mundo libre, de un país democrático, se le ocurriera de repente decir estas cosas, la gente se tiraría de los pelos, no sabría si está ante una broma de mal gusto o ante una amenaza real. Yo, personalmente, creo que a Trump hay que tomarlo en serio en lo que dice. Los que piensan que Trump es una especie de Cantinflas que va por ahí diciendo barbaridades, pero que luego no piensa llevarlas a la práctica, creo que se equivocan. Es más, seguramente detrás de estos planteamientos, hay ya algo concreto que no sabemos.

En un manifiesto publicado esta semana, 33 excancilleres de América Latina advierten de un “desmoronamiento del orden internacional”. ¿Comparte ese análisis?

Yo creo que no hay en el mundo hoy una autoridad moral capaz de imponer el respeto a la ley. No la hay. No la tiene Naciones Unidas. Se puede votar en la Asamblea General y, de hecho, se vota. ¿Cuántas veces se ha votado en el tema de Israel y Gaza? Israel ha continuado haciendo lo que le da la gana. El Tribunal Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia están siendo desautorizadas incluso por los países que las crearon. Algunos países europeos ya han dicho que no piensan aplicar las resoluciones de la Corte Penal Internacional. Eso me parece gravísimo, y se puede sintetizar en esa frase, que siento es tremenda, pero hay que decirla: “No hay hoy en el mundo una autoridad moral que pueda imponer el respeto a unos criterios y unos principios básicos”.

En diciembre del 2019, cuando tuvo su primera comparecencia en el Parlamento Europeo, usted dijo que América Latina era un continente que se estaba “incendiando”. Después de sus cinco años, ¿cómo ve hoy a la región?

Hemos visto grandes cambios políticos en América Latina. Pero también hemos visto cómo la violencia aumenta en el continente, la violencia y la desigualdad. América Latina sigue siendo, más hoy que hace cinco años, la región más desigual y más violenta del mundo.

Tras la nueva investidura de Nicolás Maduro, que lo tendrá en el poder hasta 2031 en Venezuela, el expresidente colombiano Álvaro Uribe propuso una “intervención militar internacional”. ¿Estados Unidos podría eventualmente considerar ese plan?

No creo que en América Latina nadie piense seriamente que la solución consista en volver a la Doctrina Monroe, que Estados Unidos saque el garrote gordo y que invada un país. Francamente, no lo creo. No creo que esto vaya a ocurrir, que nadie se lo plantee. Sabemos que en el anterior mandato de Trump, Trump preguntó a sus militares acerca de la posibilidad de derribar militarmente a Maduro. Y eso no creo que esté en la agenda.

En 2017 usted estuvo acá en Chile y participó en una charla que se llamaba “Los desafíos del progresismo en el nuevo escenario internacional”. ¿Cuáles diría que son esos retos ahora en el 2025?

Siguen siendo el crecimiento de la desigualdad que mina a las democracias. Las democracias están minadas por dentro por el hecho de que cada vez la riqueza se distribuye peor y que las políticas socialdemócratas cuando se aplican en algunos países, por ejemplo, en España, tratan de compensar ese crecimiento de la desigualdad sin conseguirlo tanto como sería necesario. Y a eso se ha sumado otro problema, que es el problema de la inseguridad. Yo creo que en este momento las sociedades desarrolladas que están regidas por el paradigma socialdemócrata no encuentran una solución al problema de la desigualdad y tampoco al problema de la seguridad.

¿Cuál es su opinión respecto de la actual situación del socialismo en España?

Gobierna en minoría, con una fuerte dependencia de los grupos independentistas catalanes, que no son los socios más fiables, pero no tiene otros. Y ese es un poco el problema que hay hoy en el panorama político español. La derecha clásica no puede gobernar si no es aliándose con la extrema derecha y entra en competición con la extrema derecha para arrancar el voto marginal. Y el socialismo democrático no tiene con quién aliarse, porque no existe un partido centrista y tiene que recurrir al apoyo de los que tienen como proyecto político debilitar al Estado español, que por propia definición no parece que sean los socios más convenientes. Y esta falta de la posibilidad de un entendimiento entre los dos grandes partidos, como ha ocurrido históricamente en Alemania, es lo que hace la particularidad del sistema político español. Pero Pedro Sánchez ha mantenido su liderazgo.


El presidente de Chile, Gabriel Boric, y el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell.Foto: Reuters

Por último, quería preguntarle sobre la actual situación de Podemos, el partido de izquierda español reconocido como uno de los “referentes” del Frente Amplio en Chile. A 11 años de su fundación, pasa por uno de sus momentos más bajos, tras verse “expulsados” del segundo gobierno de coalición. ¿Cómo se explica ese fenómeno?

Se explica muy fácilmente. Podemos nunca fue un partido político. Podemos fue la expresión de un estado de ánimo. Fue la expresión de una erupción social frente a un momento de crisis y de falta de confianza en el sistema que hizo que un grupo de profesores universitarios plantease el típico rechazo de la política: el problema son los políticos, no nos representan, nosotros sabemos hacer las cosas de otra manera. Los estados de ánimo son transitorios y para sobrevivir necesitas crear estructuras que los administren. Y no es nada fácil crear un partido político, y no es nada fácil hacerlo funcionar. Pensar que puedas simplemente apelando a la indignación, al descontento, construir alternativas, rápidamente las cosas demuestran que no hay soluciones milagrosas y los mismos que predicaban ayer que ellos iban a hacer de manera diferente y que representaban una manera distinta de hacer política, pues al final se chocan con la dura realidad. Los estados de ánimo hay que encauzarlos. Y para que sean útiles, socialmente útiles, tienen que ser capaces de generar políticas. Políticas que se puedan aplicar. La protesta en sí no es una política. No es más progresista el que más pide, sino el que más consigue.