Un oficialismo en problemas

Un oficialismo en problemas

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Esta semana, la Federación Regionalista Verde Social proclamó a Jaime Mulet como precandidato presidencial. Se suma asía Vlado Mirosevic, del Partido Liberal.

Entre los dos suman 0% en las encuestas.

Con un Chile yéndose en estos días de vacaciones, en la práctica ya estamos en el 1 de marzo. Y apareciéndose marzo, quedarán solo dos meses para la inscripción en las primarias. Y en el oficialismo no se vislumbra tierra a la vista…

En términos futbolísticos, este es un partido que el oficialismo jugará para perder A menos que pase algo. Una cosa rara. Un golpe de suerte. (Maquiavelo dice que hay veces que uno llega al poder por fortuna, por una coyuntura de último minuto). Pero es poco probable que ello ocurra.

Por una parte, es difícil proyectar un gobierno con baja popularidad. Por otra parte, en 22 de las 25 últimas elecciones de Latinoamérica ha pasado el mando del oficialismo a la oposición (sin contar, por cierto, el tongo venezolano).

Y, como nunca, una candidata, Evelyn Matthei, está tan consolidada en las preferencias ciudadanas. Y con Matthei no hay sorpresa. Lleva desde 1992 queriendo ser presidenta. La gente la conoce. Sus fortalezas y debilidades (como dijo Piñera tras el kiotazo). Lo bueno y lo malo. Lo elegante y lo coproláico. Lo claro y lo oscuro.

Pero en política hay partidos en los que hay que perder bien. En ls que es necesario un »triunfo moral», como decía Julio Martínez. Y el oficialismo necesita hacerlo si no quiere ser arrasado en la parlamentaria.

La opción de Michelle Bachelet ha ido perdiendo fuerza. Parece cada vez más creíble que no quiere, que no tiene ganas, que no tiene esperanzas. Misma cosa para con el alcalde Vodanovic, quien parece tener claro lo que decía aquel viejo político uruguayo: »El que se precipita, se precipita» (el que se apura, se cae).

Puestas las cosas así, quedan solo dos nombres: Carolina Tohá y Claudio Orrego.

Es obvio que Tohá tiene las ganas. Y -la paradoja del destino- tiene la preferencia del Presidente. Él mismo que detestó los 30 años, y que ha gobernado aferrado a esa guindola, hoy propicia que sea una representante de la transición la que tome el mando. Pero este, claramente, no es el momento de Tohá…

Se trata de una de las políticas más inteligentes de la plaza, con más altura y que ha sido clave en evitar que el barco zozobre. Pero en una elección en el que la seguridad va a ser el único tema, quien ha estado a su cargo por tres años,m no tendrá desde donde accionar. Por mucho que haya hecho mucho. Por mucho que no podía hacer nada. Ella es el resumidero del fracao de un país. Y tendrá que pasar un tiempo antes que pueda sacudir ese polvo.

La segunda opción es Claudio Orrego. Pco querido en la izquierda. Pero en la política y en el sexo hay extraños compañeros de cama. Y si esa figura sirve para evitar una goleada, puede producir el »efecto Sichel», de la elección anterior. En esa ocasión, la derecha se volcó tras él como última opción, y cuando vio que no tenía posibilidades, lo abandonaron completamente. A favor de Orrego juega el hecho de que ya tiene 2,5 millones de votos. En su contra juega el hecho de que casi pierde con un comentarista de un programa de farándula del cable.

El problema para el oficialismo se incrementa porque, además de Matthei, aparecen los 2K: Kast y Kaiser. Este último -mezclando la fórmula de los dos nuevos referentes de la derecha chilena: Bukele y Milei- ha dejado en una incomoda posición al histórico Kast. Y es posible que el fenómeno siga creciendo. Guste o no, los vientos corren a favor de los discursos ultrones.

El panorama anterior abre una opción impensada para un país que hace cinco años apoyaba masivamente el estallido: que -cómo ocurrió en Francia en 2022- sean dos los candidatos de derecha que pasen a segunda vuelta.

Un escenario tan aterrador para el oficialismo que puede hacer a Bachelet -cual Cincinato en Roma- dejar el arado y asumir su rol en la República.

Más que mal, como le escuché a un alto dirigente de izquierda: »Frente a una debacle, la Michelle no nos puede dejar solos…»’. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias