En democracia, los acuerdos deben cumplir dos objetivos: por una parte, se espera de ellos que logren unir a las partes que concurren, y por otra, se les pide que generen estabilidad.
Unidad y estabilidad, esos son los objetivos de los acuerdos.
Pero las dos negociaciones más importantes de los últimos días han carecido de esas dos condiciones. Ni han buscado la unión de las partes, ni han procurado la estabilidad.
Veamos.
Acuerdo número uno, al que concurren el Gobierno (representado por dos ministros), la mayoría parlamentaria (aparentemente representada por un senador democristiano) y unas pocas universidades (supuestamente representadas por el rector de una de ellas). Ahí se estipula que se expropiará a las universidades el 50% de lo que ya habían obtenido en legítima competencia por los alumnos que las habían preferido en la matrícula de marzo 2015, montos que les debieran ser integrados el año próximo: el AFI.
Al acuerdo -en realidad, al contubernio- no han concurrido todas las partes; han sido excluidas todas aquellas que iban a ser perjudicadas, algo así como «eres menor de edad, no te vamos a sentar a la mesa, aunque tengas que comer en algún lado». Perjudicadas hemos dicho, porque las únicas que han sido excluidas son las universidades que no pertenecen al CRUCh, ya que las que sí lo integran van a recibir el mismo monto por otra vía, en aportes basales.
En castellano: todos los cerditos son iguales, pero hay unos más iguales que otros. Vaya, Orwell, cuánta actualidad.
Ha sido tan grotesca, tan vil esta maniobra, que el rector de la Universidad Católica ha declarado que, «sin una discusión de fondo, se deja fuera a las universidades privadas que de manera legítima y competitiva obtenían estos recursos, afectando el presupuesto de estas universidades». Una opinión honrada y sensata en un mar de maldades.
Pero que tampoco se olvide la pasividad de tantas universidades, hoy expropiadas de sus legítimos ingresos, porque hacía meses que la diputada comunista Vallejo venía anunciando este proyecto. Algunas, en el intertanto, quizás por temor, quizás por ingenuidad, se rendían a los pies del comunismo con tributos a sus grupos musicales. Muchachos: así pagan desde el PC.
¿Resultado? Habrá gran inestabilidad: a nadie le gusta que lo expropien sin motivo.
Acuerdo número dos, el aparentemente generado entre los diversos grupos que quieren conformar Chile Vamos.
Nadie sabe exactamente en qué etapa de la negociación están, pero se ha informado que los partidos firmantes habrían excluido del acuerdo fundacional la «defensa del derecho a la vida desde su concepción hasta la muerte natural».
Si esa fuera efectivamente la fórmula que hubiesen convenido, no cabe sino una lapidaria sentencia: por fin han llegado a un acuerdo sin sustancia. No cabría duda alguna de que solo se habría logrado esa posición «común» por la rendición de unos -los partidarios de la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural- ante la posición de otros -los partidarios de la autonomía individual sobre la vida-. Los primeros -conservadores- habrían quedado excluidos; los otros -liberales- habrían exigido exitosamente la inclusión.
Sería, por lo tanto, un acuerdo, completamente ficticio, excluyente de todos aquellos que no quieren transar sus convicciones, o sea, un acuerdo que los grupos socialcristianos, evangélicos y republicanos que quieren integrarse en Chile Vamos no debieran validar. En esta coyuntura, ha sido Felipe Kast el triunfador, porque ha logrado por ahora que la necesidad electoral se sobreponga a la coherencia de los principios.
Y eso tampoco genera estabilidad alguna; es solo pan para hoy.