De un tiempo a esta parte, nos hemos hecho expertos en diagnósticos. Se nos repite hasta el cansancio que nuestro problema fundamental es la crisis de confianzas. Una que tiene su origen en un cúmulo de situaciones, que van desde las malas prácticas empresariales, los escándalos políticos y, ahora, incluso el fútbol. Una suerte de cocktail explosivo que nadie quiere tomar y que nos tiene deprimidos sin saber qué hacer.
Mucho de esto se vio en el encuentro de la empresa, Enade, de esta semana. Fue una suerte de catarsis colectiva, donde aparecieron todos los males que nos aquejan. Lo curioso es que el evento tenía como título “Qvomodo”, esto es, un llamado a cómo salimos de la crisis que vivimos. Poco de ello ocurrió. La mayor parte de los discursos se quedó en el “qué” nos pasa, más que en el “cómo” mejoramos.
El discurso de la Presidenta fue emblemático en este sentido. Habló largamente de la necesidad de restablecer las confianzas y el crecimiento. Que la gente no tolera más escándalos. Pero también advirtió que el tiempo del análisis ya pasó. Ahora, dijo, hay que apurar el paso y caminar hacia el desarrollo. Pero de aquello dijo poco o nada.
Hacer diagnósticos es bueno. Quedarse en ellos es malo. Además, parece liviano o conveniente, por decir lo menos, que todos nuestros males pasen por la desconfianza. Si bien este es un aspecto central, nadie puede decir que por el “confortgate”, la economía está creciendo poco. Menos que la delincuencia esté aumentando. O que muchos proyectos estén mal planteados. Eso es echarle la culpa al empedrado.
Por eso, el diagnóstico es incompleto. La desconfianza es una parte, pero también está la incertidumbre que plantea este gobierno. El diagnóstico que íbamos mal y que todo tiene que partir de cero, es lo que inquieta. Porque nadie piensa aquello. Es cierto, tenemos problemas, pero de ahí a hacer borrón y cuenta nueva hay un largo trecho.
Todo lo anterior es peor cuando las cosas se hacen mal, a la rápida, con los resultados que estamos viendo a diario. Esto lo dijo, en la misma Enade, el ministro de Hacienda, al plantear que el gobierno no tiene la capacidad de gestión técnica y política para hacer todos los cambios. Por eso defendió la gradualidad, donde se pueden abrir espacios de reflexión para rectificar y perfeccionar el camino. El problema es que nada de ello ocurre. Y la gente también esta cansada de la autocrítica permanente que hacen los propios funcionarios de gobierno. Lo hizo Eyzaguirre hace un tiempo. Burgos también se queja. Ahora lo plantea Valdés. Parece chiste repetido.
Paremos, entonces, las terapias de grupo. Simplemente hagamos las cosas mejor. Y en esto se requiere que haya menos escándalos, pero también que las cosas se hagan distinto en muchos planos. Hay que terminar con la idea de que todo está mal y que todos somos malos. Ese es el peor diagnóstico posible. Porque no es verdadero y sólo lleva a malas decisiones. Ese camino sólo asegura que mañana estemos peor. Este año fue malo y ya sabemos que el 2016 será igual. Entonces lo que corresponde es hacer las cosas de otra forma.