Derecha crítica

Derecha crítica

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Chile es un país donde no pensar es muy valorado. Y la mejor estrategia para renunciar a la reflexión es adherir a alguna forma de razonamiento y aplicarla a todo lo que se mueva. La pobreza intelectual y la falta de matices en nuestro debate público proviene probablemente de ahí.

En este contexto las perspectivas algo más sofisticadas o complejas suelen ser rechazadas junto con las preguntas que levantan. Ello ocurre en todo el espectro político, pero el problema parece ser más grave en la derecha, dado que su vínculo con el mundo intelectual es más débil. Esa es la razón por la que suele no ver venir los problemas y, una vez que estos se instalan, no tiene mucha idea de cómo entenderlos o manejarlos. Al no valorar el desarrollo de una reflexión crítica desde sus propias coordenadas políticas, la derecha avanza a tientas, pensando que todo está bien (hasta que deja de estarlo). Y luego entra en pánico.

Por eso que los esfuerzos por generar pensamiento crítico desde la derecha resultan particularmente valiosos. Y, curiosamente, tal labor parece vivir hoy un momento promisorio, a pesar de que todavía no existen muchos puentes entre la derecha intelectual y la política. Un ejemplo de esto es el trabajo de los filósofos Hugo Herrera y Daniel Mansuy, así como la publicación de traducciones de libros políticamente comprometidos de autores extranjeros -como La Gran Sociedad, de Jesse Norman, que tuve la suerte de traducir- o la visita de este tipo de intelectuales (destaca en ello el trabajo de “La otra mirada”, que hasta ahora ha traído a Niall Ferguson, al propio Norman, y dentro de poco a Luigi Zingales). Tal fenómeno ha sido incluso observado, aunque no sin algo de desprecio y pataleta, por figuras intelectuales de izquierda como Alfredo Joignant.

Uno de los últimos hitos en este proceso, además de la visita de Zingales,que propone “salvar el capitalismo de los capitalistas” con medidas que pueden resultar escandalosas para muchos de los defensores locales de la “libertad económica”, es la publicación de Los fundamentos conservadores del orden liberal del filósofo norteamericano Daniel Mahoney, recientemente traducido y prologado por la historiadora Catalina Siles, que trabaja conmigo en el Instituto de Estudios de la Sociedad. Dicho libro intenta mostrar, de la mano de autores como Raymond Aron, Edmund Burke o Alexis de Tocqueville, que la idea de un liberalismo “integral” o “puro” sólo puede resultar en una amenaza contra los fundamentos mismos de las libertades que pretende reivindicar.

El destino de estos esfuerzos, por supuesto, es desconocido. La derecha política, después de todo, suele reaccionar a este tipo de debates alegando que habría un “sobrediagnóstico” y que lo importante es “hacer algo”. Eso y el famoso “las ideas ya están”. Sin embargo, el destino de las ideas puestas en juego en el ámbito público muchas veces es inesperado: es cuando cunde el desconcierto -en esos raros momentos en que los políticos se convencen por fin de que no tienen idea de qué hacer porque no tienen idea de lo que está pasando- que la conciencia crítica se vuelve faro y salvavidas.

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