La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) logró superar la mayoría absoluta calificada –el quórum más alto que contempla la Constitución Política de Venezuela- al obtener 112 diputados para la Asamblea Nacional, muy por encima de los 51 representantes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y estando aún pendientes 4 asientos en el parlamento.
Las elecciones legislativas del 6 de diciembre fue sin duda un día histórico para Venezuela y para América Latina, por diversas razones:
Primero, porque ésta es una elección de fondo. Por un lado, el régimen de Maduro que busca mantenerse en el poder y por otro, la oposición que por primera vez en 16 años de gobierno chavista logra consolidarse y alcanza la mayoría en las urnas. Esto representa un importante triunfo para la MUD, la coalición de distintos partidos políticos de oposición al régimen que reúne a grupos de diversas orientaciones: socialdemócratas, democratacristianos, laboristas y centristas.
La oposición se enfrentó a una dura campaña electoral, algunos dirigentes fueron apresados de manera arbitraria, hubo amenazas de parte de Nicolás Maduro de desconocer el resultado electoral, diversas inhabilitaciones a políticos de oposición o la reducción de atribuciones a los alcaldes de oposición, entre otras muestras de abuso de poder. El régimen, consciente que no podía ganar las elecciones por sí solo, buscó desesperanzar a la oposición.
En segundo lugar, la importancia de la economía en un resultado electoral. En 1992, el equipo de Bill Clinton popularizó la frase “es la economía, estúpido”, en una especie de recordatorio interno en su campaña contra el presidente en ejercicio George H. Bush, que parecía imbatible luego del término de la Guerra Fría y que tenía más de 90% de aprobación.
En Venezuela, el tema económico resultó de mayor relevancia que el político, incluso más importante que la ola de inseguridad y violencia que se experimenta en sus principales ciudades. El país experimenta un 217% de inflación, entre las más altas del mundo, una importante recesión con un -9% del PIB, escasez y un desabastecimiento que bordea el 60%. Todo lo cual resultaba bastante predecible por lo demás.
Ante esta situación, el régimen de Maduro desarrolló una retórica bien conocida y ampliamente usada por la izquierda, el concepto de “Guerra Económica”. Un discurso de confrontación entre ricos y pobres, en el que no hay adversarios sino enemigos. Conversando con un profesor universitario venezolano y gran amigo, me explicaba en forma sencilla que para el gobierno de Maduro no hay escasez sino acaparamiento de parte de los empresarios; no hay inflación, sino que una especulación empresarial en el marco de una guerra económica. Si es que hay guerra, el gobierno la está perdiendo, me dijo.
A fin de cuentas, lo que más le importó al pueblo venezolano fue el desabastecimiento y las largas filas para obtener algunos productos de primera necesidad. Este fue un factor decisivo a la hora de votar, lo cual no significa minusvalorar otros aspectos importantes. El “terror económico inhibió a nuestros votantes” sostuvo Nicolás Maduro y se comparó con el ex presidente Salvador Allende. En ese sentido, resulta interesante la anécdota relatada por Jorge Edwards en su libro Persona non grata, en la que el embajador chileno en Francia en medio del gobierno de la Unidad Popular le dice a Pablo Neruda: “Pablo, la inflación va a destruir a la burguesía”, a lo que el poeta responde sensata y premonitoriamente “La inflación nos va a destruir a nosotros”.
Por último, este triunfo representa solo un primer paso y presenta nuevos desafíos.
Para la oposición, el principal de todos será permanecer unida, especialmente de cara a las importantes elecciones de gobernadores que se realizarán a fines de 2016, entendiendo que la unidad es un valor primordial y que en caso contrario tendrán una verdadera “pelea de enanos”.
Para el gobierno, una cosa es aceptar el resultado electoral y otra distinta es comprender el cambio de timón del país. Para Venezuela, se abren dos caminos: el de la confrontación entre los poderes del Estado –unos de oposición y otros de gobierno- o el camino de transición que debe contemplar pactos de gobernabilidad y la madurez política suficiente para sacar a Venezuela de la severa crisis económica, social y política.