El caso Burgos

El caso Burgos

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Es evidente que algo pasa alrededor del ministro Jorge Burgos, que no es un ministro cualquiera, sino el jefe de gabinete, el encargado de la Seguridad Interior del Estado, el responsable de la conducción política del gobierno. En fin, que cuando en Chile decimos ministro del Interior, decimos mucho.

En mayo, buena parte del país informado respiraba aliviado cuando, en medio de la peor crisis política que ha enfrentado un gobierno en los últimos 25 años, Jorge Burgos era ungido como ministro del Interior. Se valoraban su trayectoria, su fama de sensato y la capacidad de dialogar que había mostrado en el ejercicio de todas sus responsabilidades públicas, precisamente los talentos de los que carecía su fugaz antecesor.

Es cierto que Jorge Burgos nunca fue cercano a Michelle Bachelet (ningún DC lo ha sido, al menos que valga la pena recordar). Y que, tal como los hermanos Walker, el intendente Orrego y Mariana Aylwin, integra la “Lista Gris” de la Nueva Mayoría químicamente pura, porque la izquierda desconfía de quienes cruzan las fronteras del dogma cuando el sentido común así lo exige y prefiere los estilos más nítidos y frontales (un Andrade, a última hora un Navarro). Tampoco les gusta, hay que decirlo, que no se la juegue con convicción por el Programa, la condición más sensible para el primer círculo de la Presidenta Bachelet y para quienes planificaron aquello que los chilenos estamos experimentando en vivo y en directo desde hace 21 meses.

Con ese estado del arte, la luz amarilla no tardó en encenderse en la espalda del ministro del Interior. El primer chispazo vino en agosto, cuando, en el Estadio El Llano –en uno de los ya incontables “cónclaves”-, la Presidenta Bachelet desarticulaba la operación del “realismo sin renuncia”, la fórmula con la que Burgos y Valdés la habían convencido, un mes antes, de quitarle algo de gas a las reformas, para revertir el clima de desconfianza, la caída en picada de la aprobación presidencial y los decadentes resultados económicos, tras 16 meses de mandato. En pocos minutos, la Presidenta se despachaba ante los máximos líderes de la Nueva Mayoría y un sorprendido Burgos, un discurso de antología, para decirles en su cara que no estaba dispuesta a gobernar para el país del nunca jamás y, en síntesis, que con o sin condiciones económicas, con o sin la aprobación de los chilenos, las reformas iban sí o sí.

La novedad no era que la Presidenta Bachelet cambiaba de opinión en menos de un mes, sino que su ministro del Interior se venía enterando en ese momento del nuevo plan. Pocos días después, la Mandataria se lo explicaba con más detalle en una entrevista en La Tercera: “Algunos leyeron sólo la palabra realismo, no escucharon el ´sin renuncia’”.

La luz roja se prendió la semana pasada. El hito más esperado del proceso constituyente, la convocatoria del Consejo Ciudadano de Observadores –una especie de Asamblea Constituyente a escala bacheleteana- se concretaba precisamente en la semana que el ministro del Interior, encargado del proceso, estaba en Estados Unidos. La DC se habrá esmerado en una cuña más ingeniosa que otra para salvar la posición de su máxima figura en La Moneda, pero no me dirán ustedes que es normal que a la misma hora que la Presidenta entregaba la esperada lista de integrantes del Consejo, Burgos expusiera en un foro en una fundación en Washington DC, por interesantes que fueran sus reflexiones.

Las opciones eran sólo dos: queremos que el conductor del proceso constituyente, efectivamente conduzca, para lo cual se aplaza el viaje o se aplaza la presentación del Consejo (si esperamos dos meses, podremos esperar tres días). O, la segunda opción, queremos dejar muy en claro que la verdadera conductora es Michelle Bachelet y/o un apoderado de su extrema confianza (el resto de la oración ya la sabemos).

Entre las luces amarilla y roja, se han apagado varias ampolletas de su responsabilidad. Primero fue el rechazo del Senado a Enrique Rajevic, el candidato que el ministro Burgos se empecinó en presentar para Contralor, pese a todas las advertencias que se le hicieron llegar en público y en privado (no es poca cosa que se rechace a un candidato para un cargo de esa categoría). Luego, los ocho meses que han transcurrido con el cargo vacante; la resistencia de la Presidenta Bachelet a visitar La Araucanía, única región en la que no ha puesto un pie en 21 meses de gobierno, el bochornoso episodio de los camioneros impedidos de ingresar a Santiago; etc., etc., etc.

La posición del ministro del Interior es incómoda no sólo para él. Si pudiera, le diría a la Presidenta Bachelet que el caso Burgos está dañando no sólo su relación con un partido de la coalición que sostiene su gobierno. Daña, sobre todo, la ya muy deteriorada confianza de la ciudadanía, porque nos está cansando esta forma de comunicación inapropiada que, en buenas cuentas, atenta contra su tarea más esencial: gobernar bien.

 

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