En inglés existe una frase que no tiene traducción exacta al español, “to save face”, que significa algo así como preservar la dignidad evitando la humillación, esto es, sin tener que verse en la necesidad de reconocer abiertamente la culpa envuelta. El ejemplo típico es renunciar en vez de que lo echen a uno. La idea es que se pueda seguir mostrando la cara, como si nada, sin someterse al bochorno que sería reconocer la falta o delito; en buen castizo: “dar la cara”. Ahora bien, que en inglés se sirvan de un concepto chanfle, mientras que en castellano debamos afrontar las consecuencias cara a cara, demuestra cuánto más hipócritas son ellos que nosotros. El mundo latino, a diferencia del sajón, siempre ha estimado la honestidad -“a lo hecho, pecho”- una marca de fortaleza viril.
No, sin embargo, a juzgar por como chilenos (¿“ingleses de Sudamérica”?) se comportan. Si este año nadie ha dado la cara y eso que no han faltado acusados. Una alta autoridad nacional se entera de lo que pasa en su entorno más íntimo, “por la prensa”. Otro jefazo, acartonado como nadie, sale diciendo que se siente sorprendido, “traicionado” por su socio y directorio de toda una vida, y por eso se le ve afligido ante al país. Acusadores no han faltado, a los que, después de un rato, se les descubre que hicieron más o menos lo mismo o peor. Lo que es fugados que se disponen a que se los juzgue fuera del país para así no someterse al escarnio nacional, huelga decirlo, abundan. También hemos visto a descarados, incapaces de escribir un artículo académico medianamente pasable sin ayuda ajena a los que se les acoge en lugares de otrora reputación intelectual, o bien, se les encumbra en instituciones universitarias tradicionales a las que luego convierten en meros centros de eventos. La delación compensada -esto es, cómo salvar no la cara, pero sí el pellejo contando lo que en su momento no estaban por reconocer-, se ha convertido en un medio de “colaboración judicial”.
Si incluso a abogados les ha dado por aconsejar a clientes e instituciones no hablar ya más de “ética” (eso sería para héroes y santos) sino de “buenas prácticas”, extraño eufemismo de quienes se esperaría una esmerada e irreprochable conducta. ¿Por qué tanto miedo a la ética? Dudo que Aristóteles, Spinoza o G. E. Moore titularan sus obras “Buenas Prácticas”; suena a literatura de management si no de supermercado sección autoayuda. Tampoco se les hubiese ocurrido decir que el financiamiento irregular de la política no es corrupción. ¿Es que lobistas comunicacionales detrás de ocurrencias como éstas están por la impunidad a cómo dar? Son maestros en salvar a pillos bajo lupa.
En 2011, la revista Time mostró en su portada a un encapuchado como “Person of the Year”, a modo de resumen de dicho annus horribilis. Al menos esos forajidos se tapaban la cara, presumiblemente de vergüenza. Cuatro años después, henos aquí con personajes del año a cara descubierta, si bien debidamente maquillados, “saving face”. O tempora, o mores.