Se supone que, aunque no se lo digan a la prensa, los dirigentes de la DC están conscientes de todo lo que reveló el episodio del maltrato al ministro Burgos respecto de la relación con la Presidenta y la situación del partido dentro del Gobierno. Es obvio que no es algo que se resuelva con el ingreso de un militante al grupo de asesores presidenciales, como si todo se redujera a los cargos que se consiguen. La cuestión de fondo es qué horizonte político defiende la DC y, por lo tanto, qué posibilidad tiene de influir en la conducción de un barco averiado y con rumbo incierto.
¿Qué balance hace la DC de su participación en la Nueva Mayoría? ¿Qué lección le deja que sus representantes sean interpelados una y otra vez por los fiscales del “progresismo” para que demuestren que no son conservadores? Una cosa es clara: han demostrado una enorme capacidad de aguantar insultos de los socios entrenados en las técnicas de amedrentamiento que provienen de la tradición autoritaria de izquierda.
Abrumados por el tercer lugar en la primaria presidencial de 2013, y preocupados de salvar a sus candidatos al Parlamento, los dirigentes DC aceptaron en los hechos el giro a la izquierda que se sintetizó en el programa que impusieron Peñailillo y Arenas por instrucciones de quien parecía tener la llave del futuro. En marzo de 2014, se allanaron a integrar un gabinete junto al PC, al grupo chavista de Navarro, etc. Luego vino un espectáculo insólito: cada vez que Ignacio Walker, entonces presidente de la DC, intentaba defender un punto de vista independiente frente a las reformas, era de inmediato increpado y desautorizado por los amigos democratacristianos de Bachelet, que en ese período hacían ostentación del poder que esa amistad les daba. Hoy, nadie hace ostentación de nada.
¿Qué porcentaje de la factura final pagará la DC? ¿Están conscientes sus líderes de la desvaída imagen que proyecta el partido? Si hoy les inquieta la eventualidad de que sus candidatos a alcaldes no reciban los votos del resto del oficialismo, les debería preocupar mucho más que, si no levantan su propia voz, pueden ver debilitada su autoridad ante el país hasta un grado crítico.
En la campaña municipal, que probablemente dará la partida a la presidencial, las fuerzas de derecha competirán con el viento a favor, pues buscarán capitalizar la alta desaprobación a la Mandataria y al Gobierno. En ese contexto, para la DC se convierte en un asunto vital la defensa de su identidad y el esfuerzo por comunicarse con los miles de chilenos sin partido, moderados, que quieren una sociedad más justa, pero en ningún caso el camino del populismo.
Chile necesita una alternativa de progreso real en los próximos tiempos, que convoque a todos los que desean colaborar para que el país salga del estancamiento y la confusión, a todos los que están hartos del ruido seudoprogresista y quieren amplios acuerdos para perfeccionar la democracia, potenciar el crecimiento económico, alentar la inclusión social y articular la estabilidad con los cambios bien concebidos. La DC debería tener un rol clave en ese empeño.