“Quiero acceder a la educación del Instituto Nacional y encuentro que es injusto que solamente los hombres puedan dar la prueba y entrar a él (…). Tanto hombres como mujeres somos iguales en una manera intelectual, no inferiores ni superiores, sino que iguales”. Así dice la joven de 11 años, Marina Ascencio, en su carta dirigida al rector del Instituto Nacional, a la alcaldesa de Santiago y a la Presidenta Bachelet.
Aunque se suele usar de manera indistinta los términos educación mixta y coeducación, conviene distinguirlos. El primero se refiere a la idea de que hombres y mujeres concurran a un mismo establecimiento educativo; bajo el segundo podemos encontrar una reflexión más amplia sobre el contenido y la forma de esa educación. Se puede tener educación mixta pero no necesariamente haber alcanzado la coeducación, pues la discriminación de género puede estar inscrita en los contenidos, en las imágenes de los textos escolares, en las actitudes del profesor, en los métodos de enseñanza, en el currículo explícito y en el oculto.
La escuela mixta es una reivindicación que se sitúa en el plano de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. La reflexión actual sobre coeducación se interna en los estereotipos de género y busca lidiar con una carga cultural mucho más profunda. La idea de un currículo nacional común no borra las huellas de una educación sexista. Un estudio de la Universidad de Francfort mostró que cuando a los niños les va bien en materias científicas y técnicas, los profesores aplican los calificativos de“inteligente” y “despierto”, mientras que a igual rendimiento de las niñas se dice que son “aplicadas” y “estudiosas”.
La idea de que hombres y mujeres debían aprender cuestiones distintas tiene raíces muy profundas en la historia de la educación. Rousseau, el adelantado en muchos aspectos, pensaba que “la educación de la mujer (debía) estar referida al hombre” y mientras exaltaba los rasgos de autonomía y emancipación de la educación de Emilio, en la de Sofía (a la cual dedica una parte marginal de la obra) enfatizaba la dependencia y la sumisión. Bastante más avanzado era su contemporáneo Condorcet quién afirmó (1778): “no existe ninguna razón para dar a hombres y mujeres una educación diferente”.
¿Tiene razón Marina Ascencio al considerar injusto no poder estudiar en el Instituto Nacional? Definitivamente sí. La separación por sexos constituye un anacronismo en nuestro sistema educativo que coarta las posibilidades de una educación integral y vulnera un derecho. No deja de sorprender que en la reciente Ley de Inclusión, en la que se limitaron varias formas de discriminación en el ingreso a los colegios, esta barrera haya quedado intocada
El camino iniciado por Marina Ascencio para estudiar en el Instituto Nacional será difícil por contracultural, como se dice hoy. De lograr su objetivo deberá estar atenta a recibir una real coeducación. Que una idea de este calado y consecuencias venga de una niña de 11 años resulta, de paso, esperanzador. (La Tercera)
Ernesto Aguila