Aunque lidera con cierta holgura las encuestas de intención de voto, pese a no declarar aún su intención de ser candidato, el ex Presidente Sebastián Piñera arriesga caer víctima de la complacencia de una derecha que se ya se cree ganadora de las elecciones de 2017. Además, en la medida que se consolida como el candidato favorito de la elite, también se expone a convertirse en el chivo expiatorio para una ciudadanía que hace tiempo se ha divorciado de la elite y que se inclina a rechazar todo lo que parezca venir de esa cocina donde históricamente ha decidido los destinos del país.
No hay duda de que las aspiraciones presidenciales de Piñera gozan hoy de viento de cola. El gobierno de Bachelet ha sido tan decepcionante, que muchos chilenos miran con nostalgia al período presidencial anterior. Si bien Piñera había dejado el poder con el promedio de aprobación más bajo de cualquier presidente desde el retorno de la democracia, la prolongada baja aprobación que ha tenido Bachelet hace que el cuatrienio anterior no aparezca nada de mal en la comparación de experiencias presidenciales. Como la economía chilena está creciendo a velocidad de tortuga, el énfasis que puso Piñera en el crecimiento y la creación de empleos también ayuda a que los chilenos vean con mejores ojos que hace tres años su posible retorno al poder.
Si las elecciones presidenciales y legislativas de 2013 fueron la peor derrota electoral para la derecha desde el retorno de la democracia, los resultados de la contienda municipal de 2016 demostraron que no solo sigue viva, sino que está en mejor posición que la Nueva Mayoría. Mientras el oficialismo de centroizquierda se hunde, la derecha va creciendo.
Pero la victoria de las municipales ha llevado a muchos en la derecha a querer tomarse la leche antes de ordeñar la vaca. Así como en el oficialismo ya hay muchos buscando trabajo y varios otros están en tal grado de depresión que apuestan por apoyar a cualquier candidato que tenga alguna posibilidad, independientemente de qué ideas y propuestas tenga, en Chile Vamos hay mucha gente peleándose puestos en lo que estiman será el primer gabinete del gobierno de Piñera II.
Aunque todos en la derecha debieran saber que no hay peor plan de acción que dar la vuelta olímpica antes de ganar el partido, parece imposible que ese sector se sacuda el triunfalismo que se gatilló con los resultados municipales y que se riega cotidianamente con los errores no forzados del gobierno. Como la Nueva Mayoría huele a muerto, la derecha cree que basta con seguir respirando para ganar en 2017.
Si bien el triunfalismo no parece haber alcanzado al ex Presidente en sus oficinas de Apoquindo —que han sido el centro de sus actividades empresariales y políticas desde antes de la aventura presidencial en 2005—, la fortuna electoral de Piñera depende de que la derecha esté dispuesta a dar la pelea en la calle para ayudar a consolidar esa opción presidencial. Después de todo, aunque lidere las encuestas, tiene varios pasivos. Algunos de los legados más complicados de su gobierno volverán a ser tema en 2017 —desde el “mejor censo de la historia” hasta la educación como un “bien de consumo”. Es más, como Piñera nunca creó un cortafuego entre sus negocios y la política, las acusaciones por conflicto de interés serán el pan de cada día en la campaña presidencial que se aproxima.
Por sobre todo, el gran pasivo que hoy tiene Piñera es ser el favorito de la elite empresarial. Como ya está bajo sospecha de haber gobernado para la elite (a la gente le fue bien, pero a los empresarios les fue mucho mejor), la percepción de que es el preferido de los poderes fácticos del país amenaza con convertirse en un yunque que hunda lo que hasta ahora parece ser una candidatura presidencial en alza.
Los chilenos perciben que la elite abusa o al menos protege los abusos, que sus miembros tienen ventajas y privilegios injustificados, y que su condición de elite se construye sobre los apellidos y los contactos, no a partir de sus méritos. Si esa elite termina abrazando a Piñera como su candidato presidencial, la gente no tardará en reconocerlo como un miembro más de ese grupo que predica las bondades del libre mercado, pero que se rige por las viejas reglas del compadrazgo y los pitutos.
Hoy por hoy, Piñera lleva las de ganar. Pero la complacencia de una coalición que celebra la victoria antes de jugar el partido, junto al abrazo del oso de una elite que no quiere aceptar su impopularidad en el electorado que decide, son amenazas reales que bien pudieran terminar aguándole la fiesta al ex Presidente, quien aunque ha anunciado que recién dará a conocer su decisión en marzo de 2017, ya se comporta y actúa como candidato presidencial. (El Libero)
Patricio Navia