El presidente de Francia, François Hollande, quien anunció que no optará a la reelección, pasó de ser la gran esperanza de la izquierda europea a dejar tras de sí un rastro de fracaso, incapaz de haber sido para los franceses el líder fuerte que demandan en los tiempos convulsos que vive el país.
Candidato inesperado de los socialistas en 2012, brillante vencedor frente al saliente Nicolas Sarkozy, Hollande ha protagonizado un mandato marcado por la división en sus propias filas y por los retos generados por el terrorismo yihadista.
Ni en los momentos más duros, cuando Francia fue más duramente golpeada por los terroristas del Estado Islámico, que en año y medio provocaron 230 muertos en el país, Hollande fue capaz de generar unidad en torno a su figura.
El presidente respondió a esos ataques endureciendo la seguridad en el país y redoblando los bombardeos en Siria e Irak.
A ello sumó su intención de incluir en la Constitución la posibilidad de quitar la nacionalidad a los terroristas, una medida que la izquierda rechazó de forma virulenta, lo que obligó al presidente a retirarla. Su único fracaso, afirmó el día en el que comunicó su renuncia.
Ese desencuentro consumó un divorcio que se venía mascando desde que Hollande optó por las facciones más liberales de su partido, encarnadas primero en el primer ministro, Manuel Valls, y posteriormente con el nombramiento de Emmanuel Macron como responsable de Economía. Ambos acabaron siendo rivales de Hollande por el liderazgo de la izquierda.
Eligió así una línea que se alejaba de la de «enemigo de las finanzas» con la que había hecho campaña, lo que le distanció de sus electores progresistas y no le hizo ganar otros nuevos en la derecha, puesto que consideraban sus políticas demasiado tibias.
A fin de crear empleo apostó por reducir los impuestos patronales para mejorar la competencia de las empresas, lo que tampoco generó los resultados que esperaba y que fue percibido como un regalo fiscal.
En la recta final de su mandato, la reforma laboral, rechazada de forma mayoritaria por los sindicatos y que tuvo que ser aprobada sin votación parlamentaria ante la falta de apoyo, acabó por consumar la ruptura entre Hollande y las huestes de izquierda que le habían llevado al Elíseo.
Acosado por todos los flancos, Hollande se convirtió en el primer presidente elegido por sufragio universal que renuncia a un segundo mandato, lo que dejará en su biografía una estela de fracaso.
Un balance negativo que ensombrecerá algunos éxitos en el terreno social, como la adopción del matrimonio homosexual o la extensión de la seguridad social.
Pero ninguna de esas medidas logró hacerle despegar en los sondeos, donde marcó récords de impopularidad, aquejado de falta de carisma, de no desempeñar con empaque la función de presidente, pensada por el general Charles de Gaulle para encarnar a todo el país.
Hollande llegó al Elíseo con la vitola del candidato de la izquierda europea que debía virar el rumbo de las políticas de austeridad preconizadas por la canciller alemana, Angela Merkel.
Pero ese halo se fue apagando paulatinamente y en pocos meses pasó a optar por las políticas más reacias al gasto que le proponían en su partido.
Autoproclamado heredero de su admirado François Mitterrand, primer presidente socialista de la V República, Hollande comenzó a su lado su carrera política.
Joven diplomado de la elitista Escuela Nacional de la Administración (ENA), vivero de los grandes funcionarios del país, Hollande fue colaborador de Mitterrand en el Elíseo y de varios ministros.
A finales de los 90 se lanzó en política a la conquista de un bastión conservador, Corrèze, la tierra de Jacques Chirac.
Contra todo pronóstico, la consiguió para la izquierda, lo que le valió también el liderazgo del Partido Socialista, que ejerció durante diez años en los que se convirtió en el pacificador de la formación, en el hombre de la síntesis entre todas las sensibilidades del partido.
Un puesto desde el que pocos auguraban que daría el salto al Elíseo, algo que hizo en 2011, cuando se impuso, contra pronóstico, en las primeras primarias abiertas que celebraba un gran partido en Francia, un trampolín para su victoria en las presidenciales.
A su pesar, Hollande ha dado casi más titulares por los vaivenes de su vida personal. Tiene cuatro hijos con la actual ministra de Ecología, Ségolène Royal, de la que se separó cuando ésta se lanzó a la carrera por el Elíseo en 2007.
En 2010 oficializó su relación con la periodista Valérie Trierweiler, junto a quien vivía cuando entró en el Elíseo, pero de quien se separó después de que la prensa del corazón aireara su romance con la actriz Julie Gayet.
Agencias/Agencias