El Pago de Chile es duro y es leyenda viva. En la cultura cristiana liberacionista se invita al ver, juzgar y actuar, combinando en el juzgar la ecuación crítica y el anuncio esperanzador. Así como hemos sido agudos y casi mordaces con la inconsistencia de parte de la coalición gobernante y las dudas de ministerios resistentes a las transformaciones, siento el deber de agradecer a la Presidenta Bachelet en dos dimensiones descentralizadoras: la de proyectos claves para regiones y la empoderadora-democratizadora en el proceso de elección de gobernadores y traspaso de competencias.
Uso el concepto «arado» en vez de retroexcavadora por varias razones: el arado remite a lo agrícola, que es clave con propuestas de mancomunidades rurales sustentables que se multiplican en informes de estudiosos (Alfredo del Valle, Gonzalo Falabella, Manuel Canales y Jorge Razeto), quienes, sobre todo desde Aconcagua, claman por un viraje a la agricultura cooperativa y campesina, donde se equilibre el peso de la fruta de exportación con una acción mucho más activa del Estado en respaldo a lo alternativo, orgánico, agregación de valor, turismo rural, comarcas con zonas de protección ambiental y tecnologías limpias. El arado regionalizador implica no solo la gobernanza metropolitana que ha sido relevada en el proceso en curso, sino también la importancia de la ruralidad sostenible, donde se saquen piedras del camino y se renueve el contrato con el alma de Chile que es también campesina.
Poder desde abajo y rol de devolución, como lo planteó la Comisión Presidencial al pedir que INDAP y sus programas pasen al sistema regional para que sean parte del disco duro de las estrategias regionales, no solo la mancha forestal extractivista y los medianos y grandes proyectos de plantaciones de olivares y paltos por los cerros, que modifican el paisaje y colocan preguntas sobre el agua y la sostenibilidad. Tejer redes de confianza, proactividad local-regional y apoyo a territorios (mancomunales) y no solo a «propietarios aislados», parece ser el camino, como lo hacen con éxito muchos países de la OCDE hace décadas.
Uso también el arado porque es un instrumento que hace reforma desde la tradición y el cambio, cava la tierra con suavidad, no a destajo y en tabla rasa. El arado genera surcos donde viene la fecundidad. Y eso ha comenzado a ocurrir con las regiones en dos dimensiones:
a.– El destrabe de proyectos claves para regiones como la nuestra de O’Higgins (universidad pública que parte con carreras complejas y claves como Ingeniería y Medicina, además de la construcción de la Iglesia de Gaudí con un centro ecuménico de reflexión que aporta inspiración a Rancagua), así como en muchas regiones: el paso Aguas Negras para Coquimbo, el plan de Conectividad para Aysén, la ampliación de los trenes de cercanías en el Gran Concepción y Gran Valparaíso, los planes de transporte para las ciudades del norte, los CFTs para cada provincia que darán oportunidades a territorios olvidados como Putre, Cauquenes, Quirihue (futura provincia en Ñuble), Tirúa o Palena (Patagonia Verde, en una estrategia endógena de la Región de Los Lagos).
b.– El proceso de elección de gobernadores regionales y el traspaso de competencias, abren la transformación junto a la prometida ley de rentas regionales (donde se espera la renta regionalizada por los recursos naturales y la moderación de exenciones a grandes empresas). Jaime Tohá, en un seminario de los cores de la RM, decía en la UAH hace algunos días que era la mayor reforma política en un siglo en Chile. Los regionalistas decimos que en dos siglos, desde que el golpe portaliano pelucón arrebató a las ocho provincias originales y a los mapuche sus niveles de autonomía en el próspero (y no caótico como se ha mentido) «período federal» entre 1823-29.
El Senado que condicionó la elección de gobernadores a cambio de un proceso más vigoroso de traspaso de competencias tiene la palabra y el Gobierno no debe «soltar la mano y el ritmo del arado regionalizador». Allí hubo críticas sinceras y cinismo de centralistas que hicieron gárgaras, pero solo quieren detener el proceso y evitar las elecciones de gobernadores que debieran realizarse junto a las presidenciales a fines del 2017.
La dueña del arado es la Presidenta y hay kairós (el «tiempo propicio») para renovar y refrescar el país largo con muchos territorios alertagados y hundidos en inequidades y paternalismo clientelar que internalizaron en la desidia.
Enero es el mes clave en que se debe consolidar el proceso y buscar el acuerdo por la vía de especificar servicios que se traspasen o años próximos (2018-2022) en que sectores debatan y traspasen programas y servicios. El proyecto de fortalecimiento de las regiones ya da muchas potestades y nos acercamos a cumplir la promesa de democratización y empoderamiento basal para las regiones. Si los señores no quieren votar, confiamos en que Michelle Bachelet haga la reforma que las regiones esperan desde antaño. Si el Senado se opone, al menos, sabremos los regionalistas verdes quiénes fueron las rocas que habrá que remover, esta vez con arado y algo más, a fines del próximo año. (El Mostrador)