Trump-Trump3

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Todos podrán estar en contra de Trump, pero ocurre que el personaje es igual a sí mismo o peor. Sus últimas medidas, repudiables por cierto, coinciden con lo que prometió que haría durante la campaña. Es más, nadie, y menos Sally Yates, la exfiscal general, puede no recordar a Trump cuando en “The Apprentice” imprecaba “You’re fired!” y su palabra era ley.

Si Trump es como el villano que nunca falta desde que impera la superrealidad del cine y televisión. Los hemos visto: el sheriff malo o simplemente malgenio de la película (insuperable si es con John Wayne); el magnate de la prensa amarilla en “Ciudadano Kane”, poderoso gracias a noticias falsas (también por su gusto por mujeres de cierto tipo); el canalla capaz de cualquier cosa (John Huston en el papel de Noah Cross en “Chinatown”); el ególatra voluntarioso, digno hijo de su mamá (actuado por George C. Scott haciendo las veces del general Patton); y ya que estamos mencionando a uniformados, cómo olvidar a MacArthur que puso en jaque a la Casa Blanca (Trump fue cadete en una academia militar). Si incluso tiene su propio rascacielos y vive en penthouses con ascensor, ni siquiera tiene que hacer el extra esfuerzo de King Kong.

Calza también con Joe McCarthy, con cuya época congenia en sus fobias (aun cuando es “amigo” de ese ex agente KGB que es Putin). Vaya uno a entender a Trump. Es tan enredado lo que pasa por su cabeza como lo que hace estallar en la de sus partidarios y detractores. “Make America Great Again” pecará de jingoísta, pero ¿qué línea política norteamericana del siglo XX no comulga con ese propósito? A populistas y demagogos los han tenido de sobra (Andrew Jackson, Henry A. Wallace, Huey Long, George Wallace).

El “ugly American” es viejo cliché. El discurso anti-Washington no tiene nada de novedoso, ni en Washington. El presidente con medio mundo en su contra (también Berkeley) recuerda a Lyndon Johnson por lo de Vietnam. El político asediado por la prensa liberal cuenta con Nixon desde siempre, ni qué decir gracias a Watergate. El ninguneo y repudio a que se exponen en la Oval Office se ha convertido en constante, o si no que lo desmientan Truman, Ford, Carter, Reagan, Clinton, G. W. Bush; si hasta Obama podría corroborarlo. Presidentes que despiden a fiscales nacionales tampoco es algo inédito (v. gr. Archibald Cox y Elliot Richardson). Norteamericanos contra herejes no puritanos, búfalos, mexicanos, japoneses, iraquíes y otras “especies indeseables”, son parte del imaginario y folclore nacional.

Que haga uso de enormes poderes (órdenes ejecutivas) tiene antecedentes en Obama y otros. Tratándose de un imperio, no puede no tener un emperador. El historiador Arthur M. Schlesinger Jr. escribió sobre la “imperial presidency”; el constitucionalista Bruce Ackerman, otro tanto. Trump podrá ser un monstruo, ¿pero qué tan poco monstruosas son las presidencias de repúblicas imperiales? Lo propiamente extraño en Trump es que sea todas estas cosas a la vez. Quizá lo suyo sea una maldición búmeran. (La Tercera)

Alfredo Joselyn-Holt

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