El gobierno cierra su periodo con una contradicción estructural, por una parte asegura haber avanzado en materia social estableciendo ciertos derechos, como el de la gratuidad, pero al mismo tiempo le entregará a su sucesor el mayor déficit fiscal desde la crisis subprime. La deuda pública, en línea con el dato anterior, ha crecido significativamente y es un hecho que la clasificación de riesgo de Chile sufrirá una rebaja por parte de las evaluadoras internacionales.
En palabra simples, aún a riesgo de cometer alguna imprecisión económica, la actual administración ha comprometido prestaciones que considera mínimas, desde un punto de vista ético, pero que nuestra sociedad no es capaz de financiar. La alternativa a esta situación es otra en que las prestaciones son menores, pero el país puede sostener un dinamismo que genera los ingresos para sustentar esos menores beneficios sociales y, lo más importante, progresivamente las personas van saliendo por sí solas de la dependencia estatal.
A esta opción, crecimiento alto y redistribución menor, la Presidenta la llama “crecimiento brutal”; la de crecimiento bajo y redistribución alta es lo que yo llamaría “solidaridad virtual”. Este es el núcleo de lo que estará en disputa en la elección presidencial de noviembre. Es la dicotomía que se suele plantear como la diferencia entre el “economicismo” y el “sentido social”. Siempre hay alguien que sostiene que se pueden lograr ambos objetivos, pero es de sentido común que eso no es efectivo, porque si así fuera se habría probado y todos seríamos partidarios de aquel sistema que permitiera crecer mucho y redistribuir también mucho.
La pregunta es si efectivamente resulta solidario un sistema que ofrece lo que no puede cumplir, sencillamente porque lo considera un deber ético. Estoy convencido que no, eso es simplemente una apariencia de solidaridad, una ilusión revestida de solemnidad, que hipoteca el bienestar futuro de los mismos a los que pretende beneficiar. En el mejor de los casos, es un voluntarismo bienintencionado, cuya frontera con el populismo puede ser extraordinariamente sutil en el mediano plazo.
El devenir de este tipo de solidaridad convertida en política de gobierno es conocido, lo experimentamos en el pasado, lo hemos visto en los países que, incapaces de sostener el endeudamiento, caen en crisis que redoblan la pobreza y las necesidades sociales, favoreciendo los populismos de distinto cuño.
¿Se puede atribuir nuestro bajo crecimiento y el déficit subsecuente a las reformas? Desde luego que sí, son muchas las voces expertas y los datos que sugieren que ellas han sido un factor fundamental. En el valor social del crecimiento está el cambio fundamental entre este gobierno y los de la Concertación, este es el consenso que se rompió con el programa reformista de esta administración, que celebra como éxitos aspiraciones cuyo cumplimiento es meramente simbólico, porque son insostenibles. Son, al modo de esos juegos tecnológicos futuristas, solidaridad que ocurre en una realidad virtual y, aunque nos produce una emoción parecida, sabemos que es cuestión de tiempo para comprobar que solo se trataba de una mera ficción. (La Tercera)
Gonzalo Cordero