La costa del Sudeste de Texas está experimentando un desastre de proporciones épicas. La ciudad de Houston, la cuarta más poblada de los Estados Unidos, está literalmente bajo el agua desde el pasado domingo. En algunas de las declaraciones realizadas por FEMA, la agencia federal para las catástrofes, se sostuvo que se necesitarán dos años de trabajo para poner a toda la zona nuevamente de pie. Huelga decir que, incluso en el país más rico del mundo, les costará juntar todos los recursos para la reconstrucción.
Normalmente muchos dirían, bueno les tocó. Serían resignados en aceptar lo fuerte del poder que tiene la naturaleza, que días antes había hecho lo mismo con nuestros compatriotas de la isla grande de Chiloé. Aunque distintos en sus efectos, el mismo es el resultado. Las calles transformadas en ríos. Solo circulan botes y lanchas donde antes estuvieron los automóviles. Pero es impresionante, en la ciudad tejana. Este es un lugar acostumbrado a vivir en la frontera del conocimiento y altos grados de desarrollo. Más que mal es una de las sedes principales de la NASA y es conocida por hospitales donde se desarrolla la ciencia biomédica. Los expertos sitúan a Houston como una ciudad moderna.
Es verdad, y a pesar de todo, les tocó. Sin embargo, no solo fue el azar o mala suerte. Es mucho más que eso. Lo que hemos cultivado como humanidad tiene su resultado en este desastre. Esta catástrofe humana y ambiental tiene su razón de ser en el cambio climático y el calentamiento global. Es ahí donde se puede encontrar la fuerza y furia de la respuesta que la naturaleza dio. Lo más impresionante es que se da en un lugar del mundo donde abundan quienes niegan el cambio climático. Una comunidad acostumbrada al uso de combustible fósil ilimitado y a los beneficios del desarrollo. Es por lo tanto una tragedia que nos tiene que hacer pensar a todos, más allá de las fronteras de Estados Unidos. Es una prueba más para la democracia más avanzada del mundo.
Por lo pronto, no podrá la administración del Presidente Donald Trump seguir negando lo evidente. El cambio en los patrones del clima y el aumento de la temperatura son una realidad indesmentible. Tenemos que pensar qué política tienen nuestros países frente a los combustibles fósiles y la necesidad de aumentar la matriz de energía renovable.
El uso de electricidad en automóviles, y otras vías para calefacción, industria y otros se hace una de las primeras urgencias para la próxima década. No hay tiempo para más. Noruega o el Reino Unido han eliminado autos con gasolina en fecha determinada. Cómo avanzaremos en el futuro es tema fundamental. Debemos pensar que las relaciones internacionales, la economía y el derecho tienen que ponerse al día con este imperativo. En Chile no hemos dimensionado completamente lo que ha ocurrido en estos días del verano en Texas. Esta fue una advertencia, una trágica advertencia. (La Tercera)
Soledad Alvear