Quizá haya visto “Gladiador”, del director Ridley Scott, éxito de taquilla del año 2000. Si bien su argumento es ficticio, la elección del contexto histórico no parece haber sido casual.
La película parte con la muerte de Marco Aurelio, hito que Edward Gibbon, autor de la monumental obra “Declinación y caída del Imperio Romano”, sindica como el comienzo de la declinación, evidenciada por la pérdida de la virtud de los monarcas. Scott explota este giro, contrastando la sabiduría estoica de Marco Aurelio, apreciada al comienzo del filme, con la corrupción y lujuria desenfrenada que siguió a manos de su hijo Cómodo, “el malo de la película”.
La escena final muestra a Cómodo batiéndose en duelo en la arena del Coliseo, lo que no es enteramente ficticio: hizo cientos de veces de gladiador, cobrando incluso suculentos estipendios por ello. Siguiendo a Gibbon, ello signa inequívocamente la decadencia: el emperador ya no solo provee pan y circo al pueblo; él mismo es parte del circo.
Se acaba de anunciar la pronta aparición en salas de “Gladiador II” y ya se conoce su argumento. Lamentablemente, el guion, en su afán por reeditar un duelo de gladiadores, parece salirse ahora por completo de todo contexto histórico.
No tenía para qué. Si Scott, para esta secuela, hubiese simplemente seguido los hechos históricos ulteriores a la muerte de Cómodo —no a manos de Russel Crowe, pero sí de su hermana, una concubina y un sirviente— habría tenido una trama de economía política de alto vuelo en cámara rápida, con plena relevancia actual. Sería éxito de taquilla, al menos entre economistas.
Veamos. Después de asesinar a Cómodo, los victimarios buscan un senador respetable que asuma como emperador. Lo encuentran en Pertinax, quien halla al imperio en bancarrota a causa del despilfarro del tirano y su reparto discriminatorio de favores, ambos sostenidos sobre exacciones e impuestos expropiatorios que, por expropiatorios, cada vez recaudaban menos. Dirigiéndose al Senado, señala que prefiere “administrar una república pobre con honradez a adquirir riquezas por la vía de la tiranía y el deshonor” (Gibbon, vol. 1, cap. 4). Pertinax, mil quinientos años antes que Adam Smith, ve en la economía y la industria la verdadera fuente de riqueza. Se propone remover las restricciones opresivas que Cómodo había impuesto al comercio y ceder las tierras incultivadas a quienes las explotasen, garantizando diez años de exención de tributos con tal fin. Vende los bienes de lujo acumulados por Cómodo y reduce los gastos de la casa imperial a la mitad.
Pero Pertinax comete un error: ignora a la Guardia Pretoriana, acostumbrada a las indulgencias y liberalidad de Cómodo y no les ofrece “bono” alguno (no hubo bonus). La banda Pretoriana, advirtiendo la extinción de sus prebendas, se levanta, asesina a Pertinax y exhibe su cabeza en una pica por las calles de Roma. Su regencia dura solo 86 días.
Entonces se produce un vacío de poder. ¿Quién asume de emperador? Los conjurados idean algo nunca visto: deciden subastar el trono imperial, con lo recaudado yendo a sus propios bolsillos. Juliano, un senador con más patrimonio que prudencia, se adjudica finalmente el cargo, compitiendo estrechamente con Sulpiciano (la subasta tuvo lugar con emisarios yendo y viniendo entre uno y otro interesado, informándoles de la última postura).
La secuencia Cómodo-Pertinax-Juliano ilustra una dinámica de economía política con plena relevancia en muchas democracias, incluyendo a nuestro país. Se parte con un gobierno gastador, o una secuencia de administraciones gastadoras, dirigido por los Cómodos (y también Cómodas) de la actualidad, que compra adeptos sobre la base de sinecuras, privilegios y multiplicación de reparticiones públicas. No hay una única banda pretoriana, sino muchas y diversas, que corresponden a los grupos con intereses protegidos por el régimen. El gasto se financia, ya no solo con elevados impuestos y exacciones, como en el Imperio Romano, sino también con deuda, pero ambas vías terminan sofocando a la economía. Al pueblo se le prodiga pan y circo —en las múltiples formas que la modernidad admite para ello— a veces con el propio gobernante, o algunos parlamentarios según el caso, contribuyendo al circo. Eventualmente el gobierno hunde al país y le sucede otro de signo contrario, liderado por algún Pertinax, que intenta ajustar radicalmente el gasto, vender activos y remover la carga tributaria opresiva. Pero a ese Pertinax se le enfrentan los grupos de interés, beneficiarios del antiguo sistema. Estos se proponen su fracaso, intentando todo tipo de bloqueos y, eventualmente, promoviendo a algún Juliano que les restaure las rentas que antes percibían a costa de la economía toda. Si lo logran, no ocurre una subasta por el cargo presidencial, pero sí otra embozada, con ofertas variopintas a los distintos grupos de interés.
El lector advertirá que la secuencia se ajusta casi perfectamente, en lo que va, al caso de Argentina, con la salvedad de que el Pertinax trasandino comparte con los antiguos Cómodos cierta preferencia por el circo.
Yendo ahora a Chile, la historia deja una lección. Quien crea, con ingenuidad comparable a la del Pertinax romano, que basta con ascender a la presidencia para resolver los agudos problemas que enfrentamos —desequilibrio fiscal, inversión estancada, desempeño educacional vergonzoso, 850.000 desempleados, deterioro del Estado de Derecho y crimen organizado en auge— se equivoca. Enfrentará la oposición feroz de múltiples grupos de interés. Haciendo la lista corta: un millón doscientos mil empleados públicos, el Colegio de Profesores, universitarios, universidades y los sindicatos de empresas estatales (por no hablar de los portuarios).Y bueno, llegado el caso, si las bandas pretorianas logran bloquear a Pertinax, siempre sobrarán los Julianos.
Para no dejarle con cavilaciones tan sombrías, le tengo también una noticia más liviana. El tráiler de “Gladiador II” sale este martes. (El Mercurio)
Jorge Quiroz