Pero esa sensatez -que muy bien podría sacarles partido a las debilidades ajenas- también podría verse frustrada porque no fuese capaz de superar las agresiones de que es objeto. Hoy, la sensatez necesita fortaleza, porque está amagada y pretenden que se sienta acorralada.
¿Qué grupos en la sociedad chilena se encuentran en esa condición, la de ser tratados como parias?
Identifico al menos seis, pero quizás usted pueda agregar varios más.
Están esos políticos de auténtica derecha que son agredidos física y literalmente, porque dicen verdades, una tras otra; se suman todas las mujeres que no comparten ni el discurso ni los métodos de las feministas agresoras y que, por eso mismo, son humilladas a diario; aparecen también esos pocos comunicadores independientes, que están proscritos en sus medios, por no adherir a los mensajes oficiales; junto a ellos, son muchos los miles de cristianos -católicos y evangélicos- que sufren agresiones por su fe; además, si alguien se atreve a defender la verdad sobre la Historia de Chile y, en concreto, sobre el gobierno del Presidente Pinochet, será amenazado con penas de cárcel; y dejo para el final la última perlita en esta materia: los profesores que enseñan con convicción, a quienes se insulta por las redes, se los funa y se los persigue sin piedad.
Cada uno de esos grupos vive su propio calvario, y aunque pueda haber personas que pertenezcan a varios de ellos, no se trata de una red articulada ni con capacidad próxima de organizarse. Lo único que los une es la percepción de estar siendo perseguidos por las izquierdas y abandonados por Chile Vamos (el gobierno de Sebastián Piñera no tiene interés alguno en estos segmentos de la población; al revés, ojalá pudiera distanciarse lo más posible de ellos).
¿Qué hacer, entonces?
En primer lugar, como la agresión que todos esos grupos sufren es de carácter fundamentalmente ético, hay que responder en el mismo plano. Se trata, primero, de reconocer todos los errores que, en cualquier situación en que se hubiesen encontrado, hayan podido cometer. Esto, por cierto, no les importará en lo más mínimo a los agresores, pero sí otorgará a los ofendidos una gran tranquilidad de conciencia y una auténtica superioridad moral. A continuación, la necesidad de potenciar todas las asociaciones posibles entre personas agredidas por el magma izquierdista. Solos se sufre más y quizás se puede terminar claudicando, mientras que juntos, en alianza, todos los perseguidos pueden superarse y vencer. Se suma a lo anterior la necesidad de usar siempre la razón frente a quienes agreden con el insulto, la frase hueca e incluso, a veces, con el grito y la piedra. Jaime Guzmán lo afirmaba claramente: existen los rivales, no los enemigos. Pero ni la humildad, ni la colaboración, ni el razonamiento serán eficaces si no hay fortaleza para defender las convicciones amagadas y perseguidas. Cuando José Antonio Kast fue discriminado o violentado, no vaciló en acudir a las instancias que podían restituir la justicia. Ese es el camino. Y en el tema que conozco más de cerca, el universitario, la ruta a recorrer con fortaleza deberá concretarse así: si se va a instalar un clima de denuncias y sumarios, no podremos los profesores claudicar en denunciar por esas mismas vías a todos los alumnos que insultan por las redes, que funan a sus maestros o que agreden en clases. Habrá que pensar también seriamente en el derecho de admisión a los cursos y en el derecho de los profesores a no evaluar a los alumnos agresores. Renunciar a la defensa, no. (El Mercurio)