La frase “cada día puede ser peor”, pronunciada alguna vez por la presidenta Bachelet, resuena hoy más que nunca.
Cuando ya se veía un día complejo para el Gobierno de cómo abordar un 18-O, apareció el caso Monsalve que se instaló en el corazón del poder. La denuncia es muy grave. Y el manejo político de ella, sorprendente.
Un par de líneas de Monsalve…
Desde el día que se instaló el Gobierno —bajo los vientos revolucionarios del 18 de octubre y con la perspectiva de la próxima refundación del país— apareció un exdiputado, serio, aburrido, pero con los conceptos bastante claros. Su primera actuación fue desmentir a la ministra del Interior, Izkia Siches, cuando habló de los “presos políticos del Wallmapu”, que paradójicamente se transformaría en un presagio de todo lo que vendría después.
Paralelamente, si bien los resultados en materia de delincuencia del Gobierno son débiles, la opinión pública le reconoce (o le reconocía) un esfuerzo serio en la labor emprendida por Monsalve. No era el problema, sino que uno de los que más colaboraban en la solución.
Pero, como decía Nicanor Parra, el ser humano muchas veces es un “embutido de ángel y bestia”. Tal como nos enseñan tantos casos en la historia.
Y los hechos denunciados van en esa segunda parte del embutido. Alcohol, sexo y una presunta violación. Un zar de la seguridad, sin escoltas, entre el restorán Ají Seco y el Hotel Panamericano, sin siquiera poder levantarse a informar los 37 homicidios de Fiestas Patrias.
Un problema que pudo estar encapsulado terminó arrastrando a todos. Y se coronó con una puesta en escena del Presidente Boric pocas veces vista, donde se puso él mismo al centro de la crisis.
El punto de prensa de ayer recordó a la presidenta Bachelet cuando le pidió la renuncia a su gabinete en un programa con Don Francisco. Improvisado. Mal pensado. Probablemente transmitiendo genuina desazón, pero cuyos efectos políticos son enormes. Palabras obvias como “que nada obstaculice la justicia”, “caiga quien caiga” o “no ha habido ánimo de tapar” se sumaban a una serie de contradicciones. Una asesora se alcanzó a dar cuenta y quiso rescatar al Presidente. Pero todo fue para peor. Fue reprendida en público.
Una renuncia pedida el miércoles o el jueves (dijo ambas fechas), pero que solo se comunica tras la portada de La Segunda. Un “avisarle a la familia” que es imposible no leerlo como ordenar, controlar las cosas más inmediatas que lo pudieran incriminar o salpicar al Gobierno.
¿Cómo se explica que dos días después de una denuncia tan grave el subsecretario seguía campante en una sesión del Congreso? ¿Cuál era el diseño de la crisis? Peor aún, el Presidente Boric reconoció haber sabido que el subsecretario había revisado las cámaras, lo cual podría constituir un delito adicional al grave delito denunciado.
Así, el problema dejó de ser de Monsalve…
Los efectos políticos son devastadores para el Gobierno. No solo porque pierde a una de sus únicas cartas creíbles en materia de seguridad, sino porque las esquirlas llegan a muchas partes. Y porque, sobre todo, cuestiona la forma de abordar la crisis.
A una semana de las elecciones, Chile no deja de sorprendernos. Nos hace recordar en la lontananza ese país fome, austero y probo que alguna vez creímos ser. Además, nos recuerda la frase de Mark Twain: “La realidad es más extraña que la ficción, pero es porque la ficción está obligada a ceñirse a las posibilidades; la verdad no”.
Veremos qué nos depara la próxima semana…(El Mercurio)
Francisco José Covarrubias