Los liberales (en su versión original, la clásica, no la norteamericana) y los libertarios creemos que un principio básico de la vida común es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, mientras este no atente contra la vida, la libertad y la propiedad de otros.
En todas las culturas, más y menos desarrolladas, nos encontramos con hábitos y costumbres que son de sentido común como, por ejemplo, la protección de la infancia. Los niños no sólo son el futuro, sino, además, y esto es autoevidente, carecen de facultades que se adquieren con la madurez. Es por ello que deben ser protegidos, incluso de sí mismos, hasta que logran la edad y experiencia para entrar en la etapa adulta. Sólo entonces, y como digo, esto ha sido reconocido en todas las culturas, puede en el marco de los límites que impone la realidad, diseñar su proyecto de vida e intentar consumarlo. Sobre los niños Aristóteles nos dice en La Política que “conviene alejar de sus miradas y de sus oídos toda palabra y todo espectáculo indignos de un hombre libre”.
La infancia ha sido, en todos los tiempos, un período de la vida que las sociedades han decidido proteger. Es la quintaesencia del estado civilizatorio opuesto a la barbarie. Pero algo sucedió en Occidente que torció el camino hasta un punto en el que, parafraseando el título del libro de Abigail Shrier, Daño irreversible, la locura transgénero persiguiendo a nuestras hijas, se ha permitido y fomentado el daño a miles de niños para los que no hay cura médica. Ante la espantosa evidencia, y sobre la base del Informe Cass, el mes de mayo, el gobierno británico decidió prohibir la educación basada en el concepto “género”. Suecia y Dinamarca también han abandonado las directrices de la medicina de género.
Pero el daño está hecho y cada día más jóvenes detransicionan y sufren porque nunca podrán recuperarse. Algunos, desesperados, en el intento por evitar que esta locura de género siga arrasando con las nuevas generaciones, han decidido dar la batalla en la esfera pública. Cito parte del testimonio de una de las víctimas de la ideología de género, Chloe Cole, ante el subcomité de la Cámara de Representantes de EE.UU.:
«Mi nombre es Chloe Cole y soy una detransicionante. Otra forma de decirlo sería, «solía creer que nací en el cuerpo equivocado» y los adultos en mi vida, en quienes confié, afirmaron mi creencia. Esto me causó un daño irreversible de por vida. Les hablo a ustedes hoy como víctima de uno de los mayores escándalos médicos en la historia de EE.UU. Les hablo con la esperanza de que tendrán el coraje de ponerle fin a este escándalo y garantizar que otros adolescentes, niños y adultos jóvenes vulnerables no pasen por lo que yo pasé. A los 12 años empecé a experimentar lo que mi equipo médico diagnosticó como disforia de género. Yo estaba en una pubertad temprana y me sentía muy incómoda con los cambios que estaban sucediendo en mi cuerpo. Me intimidaba la atención masculina y cuando le dije a mis padres que me sentía como un chico, en retrospectiva, todo lo que quise decir fue que odiaba la pubertad y que quería que esta tensión sexual recién descubierta desapareciera; que admiraba a mis hermanos un poco más que a mis hermanas. Me revelé como transgénero en una carta que dejé en la mesa del comedor. Mis padres se preocuparon de inmediato. Sentían que necesitaban salir en busca de ayuda de profesionales médicos, pero esto resultó un error. Esto inmediatamente puso toda nuestra atención y a la familia completa en un camino de engaño y coacción, motivados ideológicamente. El especialista en género adonde fui llevada le dijo a mis padres que necesitaba que me administraran medicamentos que bloquearan mi pubertad de inmediato. Le hicieron a mis padres una pregunta sencilla: «¿Prefieren tener una hija muerta o un hijo transgénero vivo?» La opción fue suficiente para que mis padres bajaran la guardia y, en retrospectiva, no puedo culparlos. Este fue el momento en el que todos nos convertimos en víctimas de los llamados cuidados de afirmación de género. […] A veces me miro en el espejo y me siento como un monstruo. Tuve una doble mastectomía a los 15 […]. Antes de tener licencia de conducir, yo tenía una gran parte de mi futura feminidad arrebatada. Nunca podré amamantar. Lucho por mirarme en el espejo; todavía lucho con la disfunción sexual y tengo enormes cicatrices en mi pecho. […] Cuando mi especialista le dijo a mis padres por primera vez que podrían tener una hija muerta o un hijo transgénero vivo, yo no era suicida. Yo era una niña feliz que estaba conflictuada porque era diferente. Sin embargo, a los 16 después de mi cirugía sí me volví suicida. […] Esto tiene que parar […]». (27 de julio de 2023)
El gobierno de Gabriel Boric ha decidió reducir la edad para cambiar el sexo registral a los 3 años. ¿No le parece una locura? A esa edad los padres luchamos por quitarle el chupete a nuestros hijos. ¿Cómo es posible que Occidente haya llegado tan lejos en esta barbarie civilizatoria? Porque la nueva izquierda se ha dedicado sistemáticamente a poner incentivos económicos y honoríficos en la ideología de género, cuyo propósito es la deconstrucción de la cultura judeocristiana.
Sólo en EE. UU., el mercado de la cirugía de reasignación de sexo se prevé alcance los US$5.000 millones de aquí a 2030. A nivel académico, si la investigación no tiene la palabra género, no califica para ser financiada ni publicada. En lo judicial, si no tiene la perspectiva de género es injusto. En materia económica las empresas están siendo obligadas a integrar esta ideología de la nueva izquierda. Buen ejemplo son los dos bonos del ministro Marcel, uno por US$2.250 y otro por US$822 millones prometiendo que al 2031 los directorios de sociedades anónimas abiertas contarán con una participación de al menos 40% de mujeres.
Todo muy coherente con la Agenda 2030. En el ODS 1 dice que va a erradicar la pobreza “con estrategias de desarrollo en favor de los pobres que tengan en cuenta las cuestiones de género”. ¡Plop! En el ODS 4 de educación mundial, a cargo del Presidente Boric (sí, él es el presidente de este ODS), se establece que la educación con ideología de género debe estar presente en “los planes de estudio, la formación del profesorado y la evaluación de los estudiantes.” Por si quedan dudas, el ODS 5 se titula: “Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y las niñas”.
Espero con esta columna haber aportado a la comprensión más honda de lo que subyace al adoctrinamiento con ideología de género. Estamos ante el desquiciamiento de Occidente. El llamado es a rescatar la infancia y a seguir el ejemplo de Inglaterra, Suecia y Dinamarca, siguiendo el principio libertario de respetar el tipo de vida que, cada quien, siendo adulto, cree lo hace feliz. (El Líbero)
Vanessa Kaiser