“Yo me quedo arriba
alegre, ocioso,
compasivo,
viéndolo todo en panorama,
mirando, erguido el mundo desde lo alto
o apoyado el brazo sobre un sostén seguro,
aunque invisible,
esperando curioso,
con la cabeza medio vuelta hacia un lado,
lo que va a acontecer…”
Walt Whitman. Canto a mí mismo. 1819-1892
En la literatura se suele evitar construir un relato en primera persona, lo que se espera es que la mirada del autor se diluya entre los personajes, incluso en escritos esencialmente biográficos. Como toda norma ésta tiene sus excepciones y varias muy notables. Basta recordar el Canto a Mi Mismo de Walt Whitman, poema que, desde el ego de su autor, en realidad disfraza una celebración a la vida: “Me celebro y me canto a mí mismo./Y lo que yo digo ahora de mí, lo digo de ti,/ porque lo que yo tengo lo tienes tú/ y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”.
En un ejercicio más constante y desenfadado, el escritor Henry Miller construyó toda su obra desde lo exageradamente biográfico, como sus relatos bohemios y su pobreza en Paris donde el escritor sobrevivía por la ayuda de amigos y cercanos. “Cada día más pobre y con la camisa más limpia”, decía Miller, porque necesitaba estar presentable para comer alternadamente en casa de amistades, lo que coloquialmente conocemos como pegar en la pera; un lujo que el confinamiento actual no podría permitir.
Las columnas de opinión, sin ser un género literario, tienden a replicar esta fobia a la narración en primera persona, quizás para darles un aura de mayor objetividad o es el temor a aparecer autorreferentes. Pese a ello, en esta ocasión me parece inevitable traspasar la línea, entre otras cosas porque es lo más honesto y más gráfico.
Se ha comentado mucho el episodio del Presidente Piñera durante el funeral de su tío Bernardino en el que el mandatario pide abrir el féretro; “Sebastián lo quiere ver”, dice alguien. El episodio no tendría nada de extraordinario en tiempos normales, pero evidentemente es una transgresión a los procedimientos vigentes en la pandemia dispuestos por la autoridad sanitaria y los propios cementerios. Al ver el video se escucha reiteradamente “no se puede abrir” y aunque uno sabe lo que va a ocurrir se mantiene una cierta esperanza de que no pase…y por supuesto pasa. En buen chileno: se me recogió la guata y es que el gesto de un Presidente siempre importa, más allá de si uno se cuenta entre sus partidarios o detractores.
No es del caso buscar la psicología del asunto, tal vez obedezca a pulsiones incontrolables o se está en un punto de la vida en que pocas cosas importan y pesa más lo que se quiere, quien sabe. Pero veamos el tema en una clave política. Justo por estos días reapareció en los medios de prensa el politólogo Francis Fukuyama, el mismo que invitó orgullosamente el CEP en 1992 para hablar del fin de la Historia y el triunfo aplastante del capitalismo. A propósito de la pandemia Fukuyama afirma que “a los países con Estados disfuncionales, sociedades polarizadas o liderazgo pobre les ha ido mal, dejando a sus ciudadanos y economías expuestas y vulnerables”. En los parámetros del politólogo nuestro país tendría dos de estas tres condiciones porque, pese a todo, las instituciones del Estado han seguido funcionando.
Nos está yendo objetivamente mal y no es solo a causa del Presidente que pareciera conducir al país en modo de psicología inversa, actuar en base a lo que no debemos hacer.
En este aspecto resulta también contraproducente la carta pública, de hace unas semanas, firmada por personeros de derecha en respaldo al ex ministro Jaime Mañalich. En ella se indicaba a la oposición como la causante de una campaña de odio contra el ex titular de Salud, desconociendo y omitiendo que el ex ministro fue la cara del descalabro que nos tiene sumidos en la peor crisis sanitaria de la historia. No deja de ser también relevante que esa carta fuese promovida, según indican varios medios, desde el propio chat de la Presidencia.
Puede ser que los tiempos de recato sean historia. Es cierto que la línea entre lo privado y lo público se ha ido perdiendo y que la intimidad ya no es lo mismo con las redes sociales, pero al menos en la política debería considerarse que algo de eso es necesario y no solo como un problema simplemente de formas ni símbolos. A lo largo de la historia el “pudor” perdió un significado importante pero muy atingente a los tiempos que corren. La palabra se asociaba en la antigua Roma a “verecundia”, vocablo que aún existe en el diccionario español como sinónimo de vergüenza, pero que los latinos lo ligaban también a “respetar las leyes”. Tanto la vergüenza como el respeto a la ley se relacionan o circunscriben a las normas sociales. Es más, la derivación ad verecundiam se asocia también a lo que dice una autoridad, a hablar desde cierta investidura y conocimiento; formaría parte de la dignidad del cargo. En síntesis y en lo que nos importa: hay que tener un poquito más de vergüenza y, de paso, respeto a la ley; pareciera un mínimo obvio, pero que lejos estamos.
Para un Presidente proclive a auto compararse con Patricio Aylwin, pareciera que la condición descrita en la palabra verecundia no es precisamente el fuerte, aunque sí lo era en forma bastante evidente en el primer Presidente de la transición. ¿Habría promovido, don Patricio, una disputa con el Congreso en plena debacle de la pandemia?; ¿se impulsarían proyectos de ley, como el de reforma a la inteligencia, restando prioridad a cosas más esenciales?, ¿tendríamos cadenas nacionales casi a diario?, ¿se anunciaría el cierre de embajadas por los diarios?…se olvida que un gobierno serio requiere tener cierto sentido de la compostura, de proporción y coherencia.
Bertrand Russell, un filósofo muy apreciado por las élites liberales sostenía que las claves para la cohesión social se reducen a una creencia, un código de conducta o un sentimiento predominante; subrayando de preferencia una mezcla de ellas. Esos tres factores se han manifestado literalmente en la sociedad chilena durante el estallido social. La creencia en un país injusto y lleno de abusos, un código de conducta donde miles salieron a protestar desafiando a la autoridad y un sentimiento predominante basado en el malestar; Chile es un país cohesionado pero desde la frustración. La función de la política debiera ir por encauzar esta cohesión hacia algo constructivo y no empujar un quiebre irremediable, es por ello que el código de conducta, desde el Presidente hacia abajo, es muy relevante. No deberíamos olvidar, recurriendo al mismo Russell, que después de la anarquía viene el despotismo, es lo que indica la historia. Es por ese riesgo, el de la posibilidad de transitar entre la anomia y el autoritarismo que, cada cierto tiempo, termino sintiendo, penosamente, algo más que vergüenza ajena. (Red NP)
Luis Marcó