Te sigue, acecha y tiene en la mira. Le pasa a uno algo así, y en Chile parece dar lo mismo, se piensa que es algo exótico, de no creer, poco menos que de película. Si incluso cuando ocurren atentados a la intimidad ni siquiera nuestros expertos logran ponerse de acuerdo al respecto. Consultado Jorge Burgos por lo del micrófono en la Sofofa, se limita a mirar para atrás y, pues nada, afirma: “Tengo poca memoria que espionajes de este tipo sea de común ocurrencia en Chile”. Felipe Harboe al menos concede que “puede ser más común de lo que parece”. Es decir, se topa uno con comentarios como los anteriores y probablemente termina dudando que se llegue a saber la firme alguna vez, y eso que, en esta ocasión, habría afectado a gente poderosa.
El asunto, digan lo que digan, no es como para que lo tomemos livianamente. Tuvimos una muy larga dictadura; hubo “sapos” y soplonaje que aconsejaba cuidarse con lo que se decía. Tanto entonces como después figuras políticas han sido captadas más de alguna vez en situaciones comprometedoras. Y, es muy dudoso que a alguien se le ocurra comunicarse, hoy en día, con igual soltura por teléfono o Internet que en privado. No en un país en que no es inusual poseer más de un celular (algunos parlamentarios disponen hasta más de 14), y en que los niveles de confianza son bajísimos.
No seamos ingenuos. Si de lo poco que ha trascendido y entiende del caso en comento, hay un par de cosas que saltan a la vista: que la Sofofa se tomó varios días en avisar a la autoridad pública (por motivos que tendrían que especificarse); que se prefirió recurrir a investigadores privados (i.e. servicios de este tipo existen); que estamos en un año electoral (siendo la elección en serio no la gremial); y que se ha producido un hecho noticioso aunque algunos lo presenten como freak o baladí.
Vivimos, además, en un mundo en que las filtraciones están al orden del día, algunas masivas y muy delicadas. Se hacen públicas bases de datos de toda índole, en algunos casos divulgándose informaciones que afectan relaciones entre gobiernos (WikiLeaks, los rusos y la campaña de Clinton, transcripciones de conversaciones entre Trump y su par filipino, datos que ponen en jaque investigaciones terroristas en curso como lo de Manchester); se recurre cada vez más a material almacenado para proceder a indagatorias judiciales; y nuestra tecnología de punta permite un seguimiento de cualquiera en pantalla como nunca antes.
El efecto “panóptico” que Foucault detectara a partir del siglo XVIII se ha perfeccionado. Somos cada vez más visibles, objeto de observación, a la par que nos percatamos menos de cuándo se nos vigila y cuándo no, permitiendo un mayor disciplinamiento social. Obviamente, plantar un micrófono solitario es anacrónico hoy día habiendo medios más eficaces, lo que no resta que pueda servir de amedrentamiento. Cualquiera su intención específica, este dispositivo estaba destinado probablemente a ser descubierto; alguien se propuso recordarnos que se espía en Chile. (La Tercera)
Alfredo Jocelyn Holt