Entretanto, los que defendían las ideas que formaron ese legado terminaron fracasando, pues, más allá del éxito objetivo de esas políticas, no lograron convencer de adentro a la población de sus bondades, a pesar de las evidencias. Y por eso hoy prevalece la tendencia a aplicarle una retroexcavadora, con mayor o menor énfasis, para hacerle espacio a ideas y políticas que ya en los sesenta, hace cincuenta años, eran viejas y fracasadas: el socialismo crudo y la vaguedad de los humanismos, cristiano y laico, que tienen a sus seguidores tamboreando en un cacho, tal como puede ser una danza sin música.
Los diferentes núcleos de inspiración liberal forman una especie de club en el cual se autoengañan felicitándose por la belleza de sus acciones y gloriándose por sus vínculos con instituciones y fondos norteamericanos. Insisten en que sus recetas son las únicas que han hecho prosperar materialmente a la humanidad, lo que es indudable, pero desconocen que las personas no somos máquinas eficientes, sino que estamos hechos de barro, llenos de contradicciones y de claroscuros, de anhelos superiores y de miserias: en una palabra, de humanidad.
La gente se ha alejado de la política porque esta se ha vaciado de metas trascendentes y se ha tornado una máquina de poder, con la sombra de la corrupción y burocratizada en figuras que son puro organigrama. Pensar en modelos es castrarla. Hay que movilizar los espíritus para conquistar ese fondo misterioso de las almas en la chatura de nuestras vidas terrenales. La política requiere de buenas ideas, potenciadas por la vida que solo le puede transmitir esta tarea a acometer, esta utopía que vivifica la acción, la decisión de ir tras la estrella a alcanzar.